En ese momento quizás no lo pensé, pero ahora me gustaría pensar que esa tormenta ayudo apagar las llamas que azotaron el pueblo, purificando la miseria y permitiendo de alguna manera, limpiar toda la sangre que allí corrió... Mientras tanto yo, seguía mi camino hacia algún lugar que me acogiera y me ayudara con aquella tormenta personal que me azotaba y que tanto me estaba haciendo vivir...
— Me acuerdo que me refugié en una estación de paso. Para cuando logré ingresar, ya no quedaba ningún centímetro mío que no estuviera mojado, entré estornudando y temblando debido al frío de la lluvia y el viento... Cuando logré aclimatarme ligeramente me moví a una esquina de los andenes para poder descansar tras unas grandes cajas de madera...
La estación como era de esperar, era bastante cálida y seca, lo que me permitió recuperarme rápidamente... Durante esos tiempos las estaciones estaban atestadas de refugiados de todas las índoles, desde familias enteras con grandes equipajes, hasta jóvenes huérfanos como yo que buscaban sobrevivir con miserias y restos.
— Pasé unos pocos días escondido tras esas cajas hasta que pude recuperarme, por suerte aún me quedaban pedazos de pescado y algo de agua en la cantimplora, así que no tuve que moverme... — Agarré el vaso de hidromiel que me dio Tália antes y me lo tomé, esperando que endulzara un poco mis recuerdos — En mi estadía allí, vi como llegaban trenes llenos de suministros y vagones vacíos para llevarse a todos los refugiados posibles. Cuando los vagones se abrían, la gente entraba como ganado, apiñándose en el primer lugar que encontraran, luego se cerraban las puertas y se le indicaba al maquinista donde llevarlos, y por fin el tren partía a un nuevo destino.
— Suena muy macabro eso, Bullet — Comentó Tália, su cara mostraba desagrado ante tal práctica.
— Y ahí no viene lo peor... hubo muchos refugiados que, al no lograr entrar en un vagón se colgaban de ellos y al ser vistos por los guardias, eran bajados y apaliados como escarmiento frente a los demás, muestra de lo que les iba a suceder si hacían lo mismo. Pasé días viendo eso suceder una y otra vez, irremediablemente cada vez que un tren llegaba, siempre uno o dos refugiados serían apaliados al intentar colgarse a los vagones. Pero curiosamente luego de estar observando por varios días, una gran locomotora paró en el andén más próximo a las cajas donde estaba oculto yo. Era negra azabache y portaba en su carbonera el número 602.
— ¿602? — Repitió Tália confundida — ¿No es ese el número que repites cada vez que hablas por radio...? No me digas... ¡¿Edelweiss era ese tren, no es así?! — Se paró de golpe a ver el numero de la carbonera por la ventana — Lo es... Era este tren...
— Correcto, aunque no reaccioné así la primera vez que la vi. — Me rasqué la mejilla mientras sonreía — En un principio fui escéptico a acercarme, el andén estaba repleto de guardias y operarios cargando pesadas cajas dentro de los vagones, pero parecía, debido a la cantidad de cajas y el poco espacio que iba quedando en cada vagón, que no iban a poner refugiados en los vagones...
¡Era perfecto para que yo pudiera escapar!
— Desesperado por salir de ahí, se me ocurrió que ese tren, "el 602", sería quien me sacaría de allí.
Cuando me decidí tenía los nervios por las nubes, mi estomago resonaba a cada rato y la falta de sueño me impedía pensar con claridad, pero, aun así, me las arregle para acercarme a uno de los vagones más desprotegidos del convoy.
Aproveché que un grupo de guardias cambió de turno para acercarme a una de las cajas de munición que iban a ser cargadas y esconderme dentro, saqué parte de la paja que recubría una serie de obuses de artillería y me escondí entre ellos, simulando ser uno más. Gracias a la poca atención de los operarios y su falta de sueño, cerraron la tapa de la caja y me pusieron dentro de un vagón.
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La Loba y El Maquinista
RomanceUn huérfano sin nombre, perdido y atormentado por su pasado. Sus únicas posesiones, un tren, una pistola y... aquel maldito nombre... aquel que le dio su salvador cuando era niño y una maldición que le corrompe la mente a diario... Perdido y sin rum...