El Final de la Guerra... El Final de la Maldición

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Frio... Tenía la cara completamente helada... sentía como el aire helado recorría toda mi nariz y cuerpo hasta mis pulmones, enfriándome por momentos y luchando constantemente contra el calor de mi cuerpo. Cada vez que respiraba era como si mi nariz ardiera en llamas y mi garganta se secará como en un desierto.

A pesar del frio, el ardor de mi garganta y nariz, logré dormitar por unos escasos momentos más, recordando con todo detalle mi sueño, sentía que ahora si estaba despierto, el frio y el calor en mi cuerpo eran señal de eso...

Recordarlo me dejaba un sabor amargo en la boca, me había reunido con mi abuelo por primera vez en años, había podido hablar y bromear con él como en los viejos tiempos, incluso como siempre acostumbraba me había intentado guiar... A pesar de estar muerto me seguía cuidando e instruyendo. Aunque yo lo había matado por misericordia, no sentí resentimiento alguno, sino que fue como si volviera a antaño, como si volviera a ser aquel huérfano perdido. En cada acción y palabra de suya no sentí más que el amor y el cariño de un abuelo a su nieto...

Incluso sentí la presencia de mis padres en esa cabina. No les vi la cara, menos pude oírlos, pero en esos últimos instantes antes de volver, fue como si ellos estuvieran al lado de mi abuelo, despidiéndose como no pudieron hacerlo aquel día en la estación cuando me vi separado de ellos para siempre.

Quisiera volver a poder soñar con ellos, seguir charlando y disfrutando lo que no pude en estos últimos años, pero hay un abismo que no puedo cruzar, uno tan grande que sería solo un viaje de ida, y eso no me lo puedo permitir, no ahora luego de todas las promesas que he hecho... Se los debo a mi abuelo... a papá... a mamá y por sobre todo, a Tália, aquella joven mestiza que me dio tanto en tan poco tiempo y sin conocerme, quien confió en mi por primera vez en tanto tiempo... Se lo debo y voy a cumplirlo...

Una vez que el frio en mi cara fue lo suficientemente doloroso, abrí mis ojos pesadamente, el calor de las frazadas y el calor de mi cuerpo me invitaban con disimulo a seguir durmiendo, cualquier cosa era más preferible que despertarse en tan hostil ambiente.

Refrenando mi instinto y mis ganas de seguir recostado bajo el calor de las frazadas, pude ver el caos de la cabina de Edelweiss. Como tenía fresca la visión de la cabina de mi sueño me costó creer lo que vi...

Las paredes estaban abolladas, al menos una de las ventanillas se había hecho añicos y sus restos yacían desperdigados por el suelo mientras que la otra estaba completamente astillada bloqueando la visión hacía el otro lado, a pesar de eso resistía frente a los fuertes vientos y seguía bloqueando la nieve que intentaba entrar a la cabina.

Cuando presté más atención al piso metálico, vi como había casquillos de bala desperdigados entre los restos de vidrio. Todos vibraban y se movían libremente ante los movimientos y sacudidas que daba Edelweiss mientras se movía por las vías.

Sin creer apenas lo que estaba viendo, intenté sacarme las frazadas y levantarme. Pero cuando lo intenté, sentí una ligera fragancia mentolada y pólvora quemada prevenir de debajo de las frazadas, junto con una extraña presión en todo mi cuerpo. Apenas me di cuenta en ese momento que no podía mover mis extremidades, estaban siendo apretadas he inmovilizadas por algo.

Con algunos toscos movimientos logré meter mi cabeza bajo las frazadas para encontrarme con la causante de mi "poca movilidad".

Tália estaba a medio acurrucar sobre mí mientras me abrazaba con fuerza... Tenía las orejas caídas y su cola envuelta a un costado, pareciendo querer preservar todo el calor posible bajo las frazadas.

— ¿Qué demonios pasó aquí...? — Pregunté sin llegar a imaginarme lo sucedido.

— Oooogggghhhh...Fuuuuuuuiiii — Ella dormía plácidamente contra mi pecho...

La Loba y El MaquinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora