En cuanto subí, me sentí como en casa. Era como volver a mi madriguera, regresar al hogar que me vio crecer. Solo que ahora había alguien más en mi madriguera, una loba; una muy alegre y glotona...
Tália se había acomodado en mi asiento frente a la mesita plegable y estaba comiendo las sobras del jamón que le llevé ayer a mi habitación en la posada.
—¿Lista para el viaje? —pregunté con una sonrisa pícara mientras me acercaba a la caldera para revisar los valores de las válvulas.
—Sí —respondió vagamente antes de zamparse un pedazo entero de jamón—. ¿Cuándo... partimos? —preguntó aún con medio jamón en la boca, hablando y tragando con dificultad.
— En unos minutos. Solo espera un poco —le pedí mientras comenzaba a anotar los valores de las válvulas en una hoja.
Una vez anoté todo, me acerqué a la ventanilla para ver cómo iba el acople de los vagones que llevaríamos. Saqué la cabeza y miré hacia atrás del vagón dormitorio. A lo lejos estaba Jimm con su figura peluda, haciendo señas con las manos y guiando la locomotora que traía el convoy de vagones.
El convoy era exactamente como lo había leído en la petición: un total de doce vagones, nueve cerrados y tres acorazados. Los dos de los extremos tenían varias armas acopladas, mientras que el del medio era un simple vagón acorazado con advertencias escritas en varias lenguas. Ese detalle llamó mucho mi atención, demasiado, de hecho. El vagón era inquietantemente similar al que llevé con mi abuelo aquella última vez...
Cuando lo vi acercarse, un miedo irracional me azotó la mente, trayendo consigo recuerdos oscuros que prefería no revivir.
El grueso pelaje blanco y los ojos rojos observándonos desde la niebla mientras avanzábamos a toda máquina entre las montañas... El sonido de los frenos chirriando en cada curva, el viento colándose por los huecos de la cabina, y mi abuelo gritándome que echara más carbón en la caldera mientras él disparaba para alejarlos... Luego de eso, todo se volvía difuso, como si la niebla que una vez nos envolvió ahora cubriera también mi mente. Lo prefería así. Sabía cómo había terminado todo aquello, y eso era suficiente para comprender que ese vagón no traería buena fortuna. Mientras más se acercaba, mayores eran las náuseas que sentía.
Finalmente, tras varios juegos de señas de Jimm y un ligero estruendo metálico, Edelweiss quedó enganchada al convoy, lista para partir.
— Tália... —la miré con preocupación, buscando sus ojos—. Ya estamos enganchados. Una vez salgamos, seremos tú y yo frente a lo que pueda ocurrir. Sé que soy insistente, pero... ¿estás segura de que quieres venir conmigo? Me preocupa lo que pueda pasar ahí afuera.
Ella, al notar mi inquietud, se levantó del asiento y se acercó a mí con una sonrisa, tomando mi mano y apretándomela para tranquilizarme.
— Sí. A pesar del miedo que intuyo tienes —dijo, señalando mi expresión con una leve inclinación de cabeza—, no quiero echarme para atrás. Esta es una oportunidad única, y no pienso desperdiciarla. —Su voz era firme, pero su sonrisa cálida, como si intentara disipar mis dudas—. Además, confío en ti. Llevas años en esto; sé que estaré bien contigo. Si no lo creyera, no te habría dicho que sí ayer en el parque, después de conocernos.
Sus palabras me reconfortaron lo suficiente como para creer, aunque vagamente, que esos vagones no serían un problema. Sin embargo, los recuerdos y temores seguían presentes, ocultos bajo el eco de sus palabras alentadoras. Aun así, me esforcé en sonreírle de vuelta y centrarme en salir de la estación, aunque el pensamiento de esos vagones acorazados seguía rondando en mi mente como una sombra persistente.
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La Loba y El Maquinista
Roman d'amourUn huérfano sin nombre, perdido y atormentado por su pasado. Sus únicas posesiones, un tren, una pistola y... aquel maldito nombre... aquel que le dio su salvador cuando era niño y una maldición que le corrompe la mente a diario... Perdido y sin rum...