Epilogo: Una Carta de Esperanza

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(Tália, 1923 D.G.R)


El día de ayer, en la noche, Jimm del Gremio de Comercio vino a entregarme una carta de Bullet, pero aún no me he atrevido a leerla. Junto con la carta, también llegó la noticia de la captura de varios túneles y puntos fronterizos por parte del Imperio.

Es una declaratoria de guerra en toda regla. Será cuestión de horas para que se formalice y se anuncie públicamente el nuevo estado de guerra.

Jimm me explicó que, por ahora, solo el Gremio, los líderes de las ciudades y el propio ERENOR están al tanto. Me pidió encarecidamente guardar silencio para evitar una histeria colectiva... aunque, sinceramente, ni siquiera sé qué es eso.

Muchos ya lo sospechábamos, pero cuando la realidad te golpea, cuando sabes que la guerra ha comenzado, todo se siente extraño. Es como si nada cambiara realmente: la vida sigue su curso, las calles lucen igual, y puedes continuar con tu rutina diaria. Sin embargo, sé que, en este preciso momento, hay personas muriendo o heridas por los ataques del Imperio. Estar lejos del frente te impide comprender completamente la magnitud de lo que sucede...

Y, para colmo, Bullet es quien está más cerca de todo otra vez. Me aterra leer su carta, temiendo que contenga sus últimas palabras. Saber que ha muerto me destrozaría el alma, y enterarme semanas después llenaría mi corazón de rabia. ¿Y si hubiera podido hacer algo si lo hubiese sabido antes? Ese tipo de pensamientos me consumiría por completo, arrastrándome a un abismo del que sería difícil escapar.

El único consuelo que tengo, además de mi fe en su habilidad para sobrevivir a la guerra, es lo que he presenciado de él. He visto a Bullet enfrentarse a bestias legendarias como los Gran Colmillos armado solo con un rifle. He sido testigo de cómo se aplicaba primeros auxilios de forma casi primitiva, como cuando arrancó un vidrio incrustado en su mano usando únicamente la boca. Confío plenamente en que puede sobrevivir, pero el miedo nunca se va del todo.

Antes de irse, Jimm me pidió que fuera cuanto antes al Gremio de Comercio. No fue muy claro en sus motivos, pero mencionó que el ejército necesita transportar tropas de reserva hacia el frente, y para eso necesitan trenes... muchos trenes.

En estos últimos dos años, nunca me preocupé demasiado por cuánto me pagaban por los envíos; siempre era suficiente para vivir y mejorar a Edelweiss. Pero ahora que la guerra ha comenzado, si he de arriesgar mi vida sin ser una soldado, quiero que me paguen bien. Estoy poniendo en juego mi vida y las posesiones que Bullet me dejó. Perderlas sería algo que jamás me perdonaría.

Con esa determinación, me preparé para ir al Gremio. Tomé la pistolera que Bullet me dejó y me la coloqué en el pecho. Desde que me la dio, nunca salgo sin ella, sin importar el destino. Luego me puse mi poncho favorito, los guantes y la boina para cubrir mis orejas. Estaba lista para salir, salvo por algo: la carta de Bullet. Decidí que la leería en el camino al Gremio.

Cuando salí a la calle, noté que todo en la ciudad había cambiado. Aunque las personas seguían comportándose como siempre, recorriendo la avenida principal y comprando en las abarrotadas tiendas, el clima había tomado un giro sombrío. Los días anteriores, el cielo estuvo despejado, pero ahora estaba cubierto de nubes grises. Los pocos rayos de sol que se filtraban apenas lograban dar color a las cosas, y el aire parecía cargado de una pesada melancolía. Era como si la guerra ya estuviera dejando su marca en el ambiente.

Mientras esperaba el tranvía, la avenida principal comenzó a vaciarse poco a poco. Para cuando me di cuenta, un contingente de soldados apareció al final de la avenida, marchando en formación. Los seguían unas máquinas de metal con orugas en lugar de ruedas. Era la primera vez que veía esas máquinas en persona. Recordaba haber leído sobre prototipos similares en la guerra anterior, pero estos eran diferentes. Tenían chasis de metal remachado, pequeños cañones montados y dos orugas a los lados. Por fin veía uno de esos famosos "tanques" que antes solo conocía por los libros.

La Loba y El MaquinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora