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   Mirar el atardecer se había vuelto mi actividad favorita cuando quería poner mi mente en automático, solo existía mientras el mundo a mi alrededor se quemaba.
    De pie al lado de mi moto veía el sol esconderse detrás del mar de San Diego, California.
  
—Aaron.-contesté la llamada entrante.
—¿Dónde estas? Ven al callejón, habrá carrera.
—Paso–miré mi reloj–tengo que...
—No tienes nada, ya sé que están cuidando a tu mamá y a mi me falta un relevo.
—¿Cuánto?
—Ocho grandes.
—Mierda–suspiré–llego en diez.
—Que sean cinco y ¿Charlie? Evita la carretera, los chicos vieron a Mario dar vueltas por ahí.
—Dijo que hoy tenía la noche libre.
—Pues ya ves que no, mueve el trasero.

   Acomodé mi celular en la base de la moto y me puse el casco, estaba poniéndome los guantes cuando un balón de fútbol americano cayó en mis pies. Un par de niños me hicieron una seña para que se los lanzara, sin mucho remedio lo hice.
   Ambos pequeños celebraron mi pase largo, como si me gustara mucho ese deporte del diablo.
   Conduje mi moto entre las calles más recónditas de la ciudad intentando escabullirme del oficial de policía que cuidaba mis pasos desde que tenía cinco años pero fue imposible.

—Detenga la moto a la orilla.-habló desde su parlante.
   Obedecí sin más remedio.
—¿Cuál es la razón del detenimiento?
—Simple rutina, ¿Lleva encima algo ilegal? ¿Drogas? ¿Armas?
—Una nueve milímetros, oficial.
—Permiso, licencia e identificación, por favor quitese el casco y descienda del vehículo.
—Mario, voy tarde ¿Es en serio?–enarcó las cejas–no puedo creerlo.
   Me quité el casco de nuevo, bajé y saqué de mi mochila lo que me pedía para entregárselo.
—Ya veo–inspeccionó mis documentos–aquí hay un error–lo miré–el apellido.-dió golpecitos con su bolígrafo a mi documento de identificación.
—La próxima semana llega la nueva.-me recargué en la moto cruzando los brazos.
—¿Nueva?
—Ya no dirá el apellido de Voldemort.-amagué una sonrisa.
—¿Cuál dirá entonces?
—Rivera, como mi padre.
   Sonrió con orgullo al escucharme.
—¿Dónde vas?
—A casa de Aaron.
—Charlie...
—Mario, son ocho grandes. Me quedaré cuatro si ganamos, los necesitamos.
—Trabajaré doble turno, no quiero que te metas en más problemas.
—Te prometo que no lo haré, solo iré a correr y regresaré a casa.
   Me examinó unos cuantos segundos.
—Esta me la quedó yo.
—¿Qué? No...
—Ah–me dió un manotazo cuando intenté quitársela–no te vas a ir a meter a esos lugares con un arma.
—Tengo permiso y buena puntería, tú me enseñaste.
—Y un temperamento bastante ligero, dije que no y punto–me regresó mis documentos–ve con cuidado, vuelve a casa apenas termines, la tía Ana tiene que descansar también.
—Entiendo–guardé mis cosas–cuídate, te veré para desayunar.
—Ve con Dios–me dió su bendición–y no te metas en problemas, ¿Quieres?–asentí–esa es mi niña.-me dió el casco.

   Llegué justo a tiempo al callejón, daba pequeños acelerones para abrirme paso entre la multitud.

—Tarde.
—Mario.
—¿Te encontró?
—¿Tú qué crees?
—Es un viejo lobo de mar pero andando, tenemos que ganar.

   Aparqué en un lado de la línea de salida, las carreras en pareja de relevo eran mi especialidad siempre y cuando tuviera a mi mejor amigo conmigo, era bien sabido que nadie podía con nosotros.

—Oye, cerecita–me llamó desde su lugar–¿Por qué no vienes a casa después de la carrera?–todos los presentes reían como si estuvieran en el comedy central–te enseñaré un par de trucos si me ladras, perrita.

   Le mostré el dedo del medio a manera de respuesta.

   Iván era nuestro peor enemigo desde que teníamos memoria, era un riquillo fingiendo ser de calle que apostaba el dinero de sus padres en cada carrera.
   En su mente era casi tan bueno como Aaron, no era nada más que un papanatas don nadie.

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