XVIII

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—Mi amor chiquito–tomó mi cara entre sus arrugadas manos para llenarla de besos–mi vida hermosa, mírate nada más estás más flaca, ¿Ese viejo feo no te da de comer?
—Abuela... Abuela... Basta... Maria, es suficiente...
—Mamá, mamá, la vas a ahogar.
—Te extrañé tanto.
—Y yo a ti mi viejita preciosa.-la abracé.
—¿Y yo que? ¿Estoy pintado?
—Tío Felipe.-lo abracé.
—Mi niña, bienvenida a casa.
—¿Quienes son estos adorables jovencitos?
   Solté a mi tío consentido para presentarlos.
—Él es Joe.
—Señora Rivera, encantado.
—Bienvenido a tu casa, hijo.
—Y él es Andrei.
—Abuelita.-la abrazó.
—Oh, que adorable niño, muy guapo también.
   Andrei sonrió con orgullo.
—No le des alas, abuela por favor–me reí–y bueno este es mi tío Felipe.
—Muchachos.
   Los saludó.
—Gran fanático de los niners, por cierto.
—¿Ah sí?
   Joe preguntó.
—No le hagan caso.
—¿Su jugador favorito? Joe pero Montana.
—¿Por qué no vas a ver a las gallinas?
   Me dió un codazo.
—Porque ya no hay gallinas.
—Lo que hay es hambre–mi papá entró–¿Qué hay para cenar?

   La abuela nos alimentó con su delicioso sazón hasta que quedamos llenos a punto de rodar.

—¿Qué vas a hacer esta temporada que los Bengals se enfrenten a los niners?
   Pregunté desde mi lugar.
—Taparme los ojos.
—Esa no es una respuesta.-me reí.
—Tienes que venir al partido.-Andrei le dijo.
—Es en San Francisco, ¿No?–asentí–veré si encuentro boletos no tan caros.
—Hmm no, de eso nada, te conseguiremos las entradas, ¿Verdad, Charlie?
—Sí, Yoshi, le conseguiremos las entradas.-me reí.
—Bueno bueno, invitando gente y a saber si Mike Brown los va a dejar.
—Que a ti no te quiera no significa que no le de entradas a Charlie.
—Felipe.-la abuela lo regañó.
—Gran cena, abue, como siempre.
—Sí, señora Rivera, todo estuvo delicioso.
—Llámame María, muchacho.
—María–sonrió–fue una gran cena.
—Voy a salir un momento.-me levanté.
—¿Te acompaño?
—Si quieres.
—Permiso.-se levantó también.
—Oye Andrei, ¿Sabes jugar dominó?
   Escuché a mi tío preguntar.
—Por supuesto.
—Cuidado con apostar que te deja en ceros.-le advertí camino a la puerta.
 
   Joe salió conmigo al patio trasero, la brisa fresca me abrazó haciéndome tiritar un poco.

—Tu abuela es una persona maravillosa.
—Lo es–sonreí–es un ángel.
—Tu papá es el que me mira feo.
—No te mira feo, así mira él.-me reí.
—No sé yo he, cuando se puso a hablar de cómo sabe cosas de policía parecía que me estaba advirtiendo.
—No te estaba advirtiendo, Joe, estaba hablando de su trabajo. No seas paranoico.
—¿Qué le hablaste de mi?
—Quisieras que le hablara de ti a mi papá–le di un golpecito en el brazo–cuídame la espalda, voy a llamar a ya sabemos quién.
—A la órden.
   Marqué el número del hotel y pedí que me comunicaran a la habitación.
—¿Charlie?
—¿Cómo estás?
—Bien, todo tranquilo, ¿Y tú? ¿Como estaba mi casa?
—Pudimos limpiarla, hubo algunos daños como cuadros y fotografías pero la dejamos segura con candados y maderas reforzadas.
—Eres una locura, hermana, te debo cien vidas.
—Me debes una sola explicación y lo sabes.
—¿Lo viste?
—¿Tú qué crees? Se apareció a fastidiar, Joe y Andrei me defendieron.
—¿Joe y Andrei?
—Así es, me descubrieron y están aquí conmigo.
—¿Dónde están?
—En casa de la abuela, Mario y yo hicimos las pases.
—¿Le dijiste?
—No, no por ahora.
—¿Te das cuenta que le estás mintiendo?
—Y bueno, él también me mintió con algo igual o peor de grave.
—Sí, Charlie pero es tu papá.
—Exactamente–miré detrás de mi–ahora que si quieres que le diga...
—No, no, así está bien.
—Bueno, ¿Has tomado tus medicamentos?
—Sí, de hecho acabo de pedir servicio a la habitación y ya me curé las heridas.
—Niño bueno.
—Tonta.-podía escuchar su sonrisa.
—Volveremos cerca del medio día, quiero ir al cementerio antes de volver a Cincinnati.
—¿Cómo se supone que saldré de aquí sin que nadie se de cuenta?
—Joe dijo que lo solucionaría.
—Le tocará demostrar que es digno entonces.
—¿Digno de que?
—Tú sabes a qué me refiero.
   Miré a Mario salir con la abuela.
—Eres tonto, tengo que irme. Cenas y trata de dormir.
—Por supuesto.

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