Capítulo 49

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La guerra había alcanzado un punto crítico, donde tanto los exorcistas como los demonios y pecadores se encontraban en una lucha desesperada. Las pérdidas y las victorias se equilibraban precariamente en la balanza, y el cansancio se reflejaba en cada uno de los combatientes. Este conflicto no conocía tregua, y se perfilaba como uno de los más difíciles que habían enfrentado jamás.

Los exorcistas, con sus habilidades y ferviente determinación, luchaban incansablemente para contener la marea demoníaca que amenazaba con desbordarse. Cada paso adelante que lograban era ganado a costa de un esfuerzo sobrehumano, y cada victoria era celebrada con un alivio momentáneo antes de sumergirse nuevamente en la refriega. Debajo de esas máscaras, sus rostros estaban marcados por el sudor y el polvo, pero sus ojos ardían con una determinación feroz mientras perseveraban en su lucha por la justicia y la paz que conocían.

Por otro lado, los demonios y pecadores no estaban dispuestos a ceder terreno fácilmente. Con su astucia y ferocidad, lanzaban contraataques implacables, buscando aprovechar cualquier oportunidad para ganar ventaja sobre sus enemigos. Aunque también mostraban signos de agotamiento, su voluntad de lucha era indomable, alimentada por la sed de venganza y el deseo de proteger su propio territorio y libertad.

En medio de este caos y desesperación, el campo de batalla se convirtió en un escenario de caos y destrucción, donde cada paso adelante era ganado a un costo terrible. El clamor de la batalla resonaba en el aire, mezclado con el sonido de las armas chocando y los gritos de los heridos. Pero a pesar de la adversidad, ninguno de los bandos estaba dispuesto a rendirse, y la lucha continuaba con una intensidad implacable.

En este contexto de incertidumbre y peligro, cada bando se aferraba a la esperanza de un futuro mejor, donde la paz pudiera finalmente prevalecer sobre la oscuridad. Pero mientras tanto, estaban atrapados en un ciclo interminable de guerra y sufrimiento, en medio de este conflicto sin fin, solo el tiempo dirá cuál sería el destino final de aquellos atrapados en su torbellino.

Mientras la guerra continuaba con furia en el campo de batalla, Vaggie observó con satisfacción cómo el cuerpo de Lute caía al abismo, finalmente deshaciéndose de una molesta enemiga. Respiró hondo, recuperando fuerzas después de ese intenso momento, y rápidamente se dirigió hacia Charlie, quien aún luchaba por mantener a su padre a salvo en el borde del precipicio.

Charlie, con Lucifer herido en sus brazos, se esforzaba por subir, pero la situación era crítica. Las garras de Charlie se deslizaban y el peso de su padre hacía que cada intento fuera aún más agotador. Justo cuando parecía que la desesperación la abrumaría, Vaggie llegó a su lado, extendiendo una mano para ayudarla.

Vaggie: Charlie, aguanta. Te sacaré de aquí.

Fue en ese momento que Vaggie se percató de algo extraordinario. Sus ojos se abrieron de par en par al ver las imponentes alas de serafín que se desplegaban majestuosamente en la espalda de Charlie. La sorpresa y la admiración se reflejaron en su rostro.

Vaggie: ¡Charlie! ¡Tus alas... son increíbles!

Charlie, exhausta pero determinada, sonrió débilmente.

Charlie: Gracias, Vaggie. Ni siquiera sabía que las tenía, pero vinieron justo a tiempo.

Con la ayuda de Vaggie, Charlie logró elevarse del borde del abismo, sus nuevas alas facilitando el ascenso. Una vez a salvo en tierra firme, Charlie depositó suavemente a su padre en el suelo, que aún mostraba signos de dolor pero esbozaba una sonrisa de alivio.

Lucifer: ¿Saben cómo se siente que te asen como un filete? Porque yo sí.

Vaggie: Ahora tenemos que asegurarnos de que estén seguros y luego volver a la batalla.

El Rey Y La Soberana: Lazos InfernalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora