Capítulo 55

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El paisaje celestial se transformó en un lugar asombroso para la ceremonia de renovación de votos de Lucifer y Carmilla, celebrando su primer año de matrimonio. Los cielos resplandecían con un brillo etéreo, adornados con tonalidades de oro y lavanda. El gran salón que Dios había elaborado meticulosamente se erguía en el centro, con sus paredes de cristal que ofrecían una vista panorámica de las nubes flotantes, bañadas en una suave luz divina. El suelo de mármol brillaba, reflejando la magnificencia de los cielos.

Mientras los invitados comenzaban a llegar, una armoniosa mezcla de seres celestiales y habitantes infernales se reunía en la vasta y radiante extensión. La convergencia del Cielo y el Infierno para esta celebración única creó una atmósfera de asombro y anticipación. Ángeles con alas resplandecientes y aureolas se mezclaban con demonios de diversas formas, sus interacciones eran un testimonio de la extraordinaria unión que estaban allí para presenciar.

Los Siete Pecados Capitales, figuras notorias de las profundidades del Infierno, hicieron su gran entrada. Cada uno de ellos exudaba una presencia que captaba la atención. Orgullo, con su estatura imponente y porte regio, lideraba el grupo, seguido por Lujuria, cuya atracción era imposible de ignorar. Ira se movía con una intensidad ardiente, mientras que los ojos de Avaricia brillaban con curiosidad. Envidia lanzaba miradas furtivas a su alrededor, Pereza se movía con languidez y Gula observaba el festín celestial con gran interés. Su llegada estuvo marcada por una mezcla de reverencia y cautela por parte de los anfitriones celestiales.

Mientras los Pecados se acomodaban, su atención se dirigió a tres figuras que descendían con gracia del cielo. Estos ángeles tenían un parecido sorprendente con Lucifer, su presencia añadía una capa extra de significado al evento. El primer ángel en acercarse fue Azrael, de estatura promedio, vestido con túnicas oscuras adornadas con una cruz dorada. Su cabello tenía el mismo tono que el de Lucifer, lo que aumentaba la semejanza familiar. La calma y la mirada penetrante de Azrael hablaban de su solemne deber como el Ángel de la Muerte.

A continuación, llegó Gabriel, una figura radiante con cabello plateado y ondulado. Su atuendo, una mezcla de gris y celeste, contrastaba bellamente con la luz dorada circundante. La presencia de Gabriel exudaba una sensación de paz y tranquilidad, su rol como el ángel mensajero era evidente en su comportamiento sereno y accesible. Se movía con gracia, reconociendo a los invitados con cálidas sonrisas y suaves inclinaciones de cabeza.

El último en llegar fue Joel, un ángel rubio cuya apariencia era notablemente distinta. Vestido con una gabardina celeste y dorada, los rasgos de Joel estaban parcialmente ocultos por una elegante máscara, añadiendo un aire de misterio a su persona. A pesar de la máscara, su confianza y encanto eran palpables. Cada movimiento de Joel parecía irradiar un sentido de propósito alegre, su rostro enmascarado revelaba ocasionalmente destellos de una cálida sonrisa.

Cuando los tres ángeles llegaron a la entrada, un silencio cayó sobre la multitud. Los invitados, tanto celestiales como infernales, volvieron su atención al trío, cuya llegada señalaba el inminente comienzo de la ceremonia. Azrael, Gabriel y Joel intercambiaron respetuosas inclinaciones de cabeza con los Siete Pecados Capitales, un reconocimiento de la tregua que había permitido que este evento trascendental tuviera lugar.

Dentro del gran salón, los preparativos estaban casi completos. El altar estaba adornado con flores celestiales que parecían brillar con una luz interna. Los bancos estaban dispuestos para acomodar a la diversa multitud de invitados, cada asiento diseñado para reflejar la naturaleza única de su ocupante. El aire estaba lleno de un zumbido melódico, las voces armoniosas de los coros angelicales practicaban para la ceremonia.

Dios, el padre de Lucifer, se movía por el gran salón con una mezcla de concentración y orgullo. Era la primera vez que su hijo le había confiado una tarea tan importante, y no iba a decepcionarlo. Supervisaba cada detalle con un ojo crítico, y es lo curioso teniendo cuatro ojos en total, asegurándose de que todo estuviera perfecto para la renovación de votos. Revisó el altar, tocando suavemente las flores brillantes para asegurarse de que no hubiera imperfecciones. Observó los bancos, ajustando cualquier asiento que no estuviera perfectamente alineado. Incluso prestó atención a la acústica del salón, escuchando las voces del coro y ajustando la disposición de las paredes de cristal para mejorar la resonancia.

El Rey Y La Soberana: Lazos InfernalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora