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     El molesto timbre de salida se fusiona con el sonido de las llamadas entrantes de la oficina de la secretaria, cosa que me pone de los nervios. Tamborileo los dedos en mis muslos mientras contemplo el inmaculado blanco de las paredes, la cual se fusiona con la luz fluorescente del bombillo que ilumina la habitación. La mezcla es incolora y pastosa, como el sabor del papel viejo. Pienso que, a esta hora, todos los alumnos saldrían corriendo aliviados de sus aulas de clases, disfrutando del último día de clases antes de los exámenes preliminares; y, si las cosas hubieran sido diferentes, yo sería uno de ellos. 

    Al carajo con mi vida.

    —¡Aquí está!— exclama la secretaria en tono triunfal, y me levanto de mi asiento para dirigirme al mostrador. La mujer en el mostrador tiene unos grandes lentes de culo de botella que hacían sus ojos más saltones. Omito con todas mis fuerzas la imagen en mi cabeza de un sapo.

     Recibo las notas certificadas y noto cómo se me forma un nudo en la garganta. Su textura es rugosa y en el dorso de ella está escrito en letra cursiva: Jude Clawson. Me invade por unos instantes la ligera tentación de tirar del lazo que lo mantiene enrollado, pero no lo hago. Eso haría que me pusiera a llorar y eso era inaceptable. Había sido lo suficientemente fuerte para simular mi explosión en la playa, y unos estúpidos documento no lo arruinaría.

     Siempre me había imaginado el día de la graduación: yo, en un ridículo birrete y una toga, aceptando el diploma a manos del director de la secundaria. Nunca se me habría ocurrido en que, realmente, aceptaría mi diploma en una deprimente oficina de secretaria, vestida en una camiseta espaciosa, jeans desgarrados y zapatillas negras. 

    Mi nuevo mantra para contener el llanto era una frase simple, y decidí usarla nuevamente para esta situación: Al carajo con mi vida.

     Asiento, esperando que sea suficiente respuesta. 

     — ¿Clawson, cierto?— repito el gesto, como un títere sin hilos—¿La cabeza del grupo de arte, verdad?

     Otra vez, acompañado por un tarareo en respuesta. 

     — ¿La de la beca?

    Ahora está de coña.

     Y en su estúpida cara aparece la mirada, la misma que me había dado la cajera en la farmacia hacía pocos días al buscar las vitaminas recetadas por la pediatra. Arrugas delineadas por la lástima, una sonrisa tentativa, el pequeño respingo en su nariz en una suerte de altivez. 

     — Ah— articula. 

      Al carajo con mi vida.

      —Gracias— logro musitar y salgo como puedo de allí, con la cartera de jean chocando contra mis caderas.

     Los pasillos están llenos de adolescentes que chillan y se abrazan. Me escabullo por el laberinto de estudiantes, que me aturden cuando gritan en mi oído y con sus cuerpos rebotando contra el mío, como si fuera una muñeca de trapo. Definitivamente si había algo que no extrañaría sería aquel circo.

    Cuando por fin estoy fuera del instituto, me siento exactamente como si hubiera salido de la clase de gimnasia: sudorosa, agotada y con todas mis calorías intactas.

    — ¡Y la categoría es... Adolescente embarazada couture!— anuncia Mónica Gunn en voz brillante, para luego hacer como si fuera una multitud enloquecida de un estadio, ahuecando sus manos en su boca. Suelto una risita, mi humor mejorando considerablemente por la horrible referencia, y me acerco a ella al otro lado de la calle.

The Great and Beautiful Mistake ♂ Ashton Irwin ♀[EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora