18
Los domingos siempre han sido los días más tranquilos. Últimamente pasaba los demás días de la semana en puro ocio desde que entré en mi permiso por maternidad -"¡Las embarazadas no son apetecibles. Jude!", bromeó Alex al darme mi último cheque; pero había algo en los domingos que los hacía especiales: es mi turno para hacer el desayuno; Ashton ensaya todo el día y no regresaba hasta las altas horas de la noche. Pasan maratones de películas infantiles en la televisión, las calles permanecen calladas, y las tardes siempre son acompañadas con arreboles y suaves matices de rosados que tiñen el cielo.
Aquel domingo se había asentado diferente desde que el momento en que desperté, en la luz temprana de los últimos vástagos de la noche. La presión familiar de mi vejiga en apuros es el primer sentido que amanece conmigo, pero la pereza es mayor que la necesidad y me acurruco en el ovillo calentito de mi lado de la cama. Sobretodo, me acerco a los fornidos brazos que me sostienen con laxa dulzura, el ritmo de su profunda respiración retumbando en su pecho. Sin poder contenerme, deposito un lento beso en la piel que encuentro cerca, que corresponde a su clavícula, a lo que es respondida con la caricia inconsciente de su pulgar en la parte baja de mi espalda.
La presión amenaza con salir, y doy apresurados tumbos para levantarme finalmente de la cama. El deber llama.
Mis pies siguen el camino automático hacia el baño, demasiado adormecida para reparar en cualquier detalle del muerto apartamento. Hago mis necesidades en pleno silencio, y de alguna u otra forma me siento encima de la tapa. Allí me siento en lo que parece una eternidad, debatiéndome en la mejor manera para aludir nuevamente al sueño. Pero no importaba cuán atractivo sea la idea de pasar el rato bosquejando en mi estudio, o de engancharme con la programación de cable a horas impías; seguí en mi precario asiento en el baño, con el frío de las baldosas contra mis plantas desnudas.
No lo noto de inmediato, ni el momento en que llega a la habitación. Pero denoto su figura a mi lado, el calor de su cuerpo al inclinarse sobre mí, el roce de su beso contra la parte de mi cabeza y reunir mis manos alrededor de la taza que ofrece. Con cada sorbo – té de manzanilla con leche, el mismo que había preparado para mí horas antes – logro ubicarme nuevamente en mi cuerpo lo suficiente para preguntarme qué demonios estaba haciendo.
Levanto la mirada a él, justo cuando termina de remojarse el rostro con el agua del lavabo. Parece inmerso en su propio trance somnoliento al escrudiñar su reflejo en el espejo, recorriendo con un dedo el inicio de las raíces rubias en su cabello. Hay una arruga casi invisible entre sus cejas, la curva cansada que descansa en su espalda, un giro nervioso entre sus nudillos y la ausencia de alguna de sus sonrisas brillantes. Tal ves sea causa de la insólita hora, o lo preciado de estos momentos de quietud, pero se permite mantener su expresión en neutralidad. Se permite, en lo más profundo, tararear alguna de esas melodías de las cuales estaría cohibido cantar a la luz del día.
El sosiego nos envuelve, pululando en los límites opacos salvia de un insomnio compartido. Pero es Ashton quien regresa primero a mí, una sombra de algo parecido a sus rayos apareciendo en la comisura de sus labios al inclinarse a mi y presionar nuestras frentes.
Mano en mano, regresamos al confort de las sábanas tibias. Nuevamente entre sus brazos, y nuestras piernas entrelazadas en lazos perezosos, tararea en una voz sumamente cálida. Pero el destinatario es otro. Se encuentra en las caricias vagas que recorren las callosidades en la piel hinchada de mi vientre.
Así es como ambos encontramos nuestro camino hacia el sueño. Él con sus interminables melodías, y yo en trazos tecnicolor.
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The Great and Beautiful Mistake ♂ Ashton Irwin ♀[EN EDICIÓN]
DiversosMi primer hermoso error fue que Chibi entrara a mi vida Y mi segundo hermoso error fue enamorarme de Ashton Irwin. Book #1: The CALM Chronicles