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No debería sentirme nerviosa, no había ninguna razón para estarlo. Claro que había caminado con chicos antes, y cabía destacar que todos ellos sólo podían encontrarse llenando el silencio hablando de deportes, programas estúpidos en línea o tratando de presionar los botones adecuados que les garantizaría un buen polvo al final de la noche. Era una rutina familiar, bosquejos sencillos que habían categorizado mi concepción hacia el género masculino.
Pero prontamente descubrí que mis conocimientos previos se habían ido inevitablemente al caño.
Solecito— maldita Mo y sus malditos apodos— estaba sumido en silencio desde el inicio de la caminata, absorbiendo todo a su alrededor con extrema curiosidad mientras que yo me consumía en mi propia ansiedad. No podía evitar sentirme incómoda hasta la médula, buscando cualquier tema de conversación.
Creo que prefería la charla de fútbol a esto.
— ¿Has vivido aquí toda tu vida?— pregunta él amablemente, rompiendo el endemoniado silencio.
—Algo así— respondo, cuidando de no sonar desesperada— ¿Tú estás muy lejos de casa, no?
— ¿Se nota mucho, verdad?— inquiere él divertido, mostrando unos hermosos hoyuelos al sonreír. Siento mi corazón golpear contra mis costillas— Hace dos meses me mudé de Sydney y vivía con mis tíos en la capital. Pero...
— ¿Problemas familiares?— aventuro y él da un seco asentimiento.
—Hacía demasiado ruido— responde encogiéndose de hombros. Me obligo a no darle vueltas a esa confesión.
—Pues, Eastbourne es el lugar perfecto para reinventarse— comento mientras cruzamos la calle. Llegamos a una calle empinada, perteneciente a la clase más acomodada. Odiaba las calles empinadas.
—Es bueno saberlo.
No sabía como interpretar su amabilidad.
—Bueno, eso es lo que dicen los folletos turísticos. Si es que si quiera hay folletos para este hoyo— añado y él suelta una carcajada. Su risa es hermosa y contagiosa. Nos paramos en frente de un edificio de un color azul grisáceo metálico de tres pisos—. Hemos llegado.
El joven avanza hacia la puerta y presiona el botón del intercomunicador. Miro nerviosa hacia ambos lados de la calle, asimilando que mi labor había terminado. Sin embargo, la despedida estaba atorada en mi garganta y seguía aquí, parada incómoda detrás de él y juntando el coraje para irme ¿Porque simplemente no me iba?
—Mierda— suspira enfadado y saca su móvil de unos de los bolsillos traseros de su pantalón para marcarle a alguien. Luego, devuelve el artefacto a su lugar y pulsa de nuevo el intercomunicador, dándome la espalda. Trato con todas mis fuerzas de no verle el trasero, así que veo incómoda los vástagos de acrílicos que no habían salido por completo de mis uñas. Quizás si había visto su trasero.— Mierda, mierda.