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     Púrpura

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     Púrpura. Necesito mucho púrpura. Eso es lo primero que pienso al abrir la puerta de la tienda, una pequeña campanilla anunciando mi llegada. Inhalo el aroma con los ojos cerrados, absorbiendo la textura de acrílicos y lienzos nuevos, antes de abrir los ojos. Mi pequeño paraíso.

    Encuentro a la dueña del local, la señora Bloom, en las escaleras, acomodando los galones de pinturas en una de las repisas. Cuando oye la campanilla, lanza un gritito emocionado al segundo de verme, que devuelvo alzando las comisuras de mis labios. 

    —¡Jude!— baja aprisa de las escaleras, dándome un poco de ansiedad. Ya saben, el típico de psico terror al ver a un ancianito en la calle, creer que se vaya a caer y morirse en cualquier momento.

    La señora Bloom era una setentona,  de cabello lacio grisáceo perfectamente cortado y con unas excéntricas gafas de media luna. Podía parecer en el exterior como una lunática, pero al menos tenía buenos modales y una sonrisa carismática. El efecto abuelita, como prefería denominarlo.

     Nos funde en un fuerte abrazo, temiendo nuevamente por la fragilidad de su edad, y al separarnos sus manos van inmediatamente al bulto hinchado de mi vientre oculto en un jersey verde tejido. 

    —¡Oh, mira!— exclama con emoción al notar una pequeña patada de Chibs, en el lugar exacto donde se encuentra su mano— ¡Ya patea!

    Asiento a sus palabras, mi pecho hinchado de orgullo por el pequeño logro. Le había enseñado bien a la pequeñina

     — ¡Oh, no puedo creerlo!— enfatiza con un movimiento de brazos, y alzo las cejas ante su súbita energía. Para ser una señora mayor, sí que tenía fuerza—. Me hacías falta por aquí, necesitaba un poco de juventud para avivar este viejo lugar. Extrañaba tu constante despotricar con cada ser viviente...

    —Yo también, Martha— suspiro, aunque aún no me acostumbro a usar su primer nombre. Nunca se terminaba de sentir correcto dirigirse a los mayores por su primer nombre—. Pero con... El bebé y otras cosas me han tenido un poco liada—señalo mi panza, sin poder dejar de ahuecarla entre mis manos con cariño. 

     Era inevitable, la realización de la vieja ley de los inversos: cada día me sentía más cercana a Chibs, una parte de mi pecho haciendo espacio para ella. Luego de todo lo que habíamos pasado, me había permitido finalmente a apreciarlo, sin sobre pensarlo o ataduras. Había asumido mi decisión y no había dado vuelta atrás desde entonces, tratando de vivir el presente sin pensamientos de más.

    Pero era difícil estancarse en el presente, sobretodo cuándo se pasaba tanto tiempo por mi cuenta, rodeada de acrílicos, sin inspiración y un vientre aspirante futbolista.

    —Mm—entrecierra los ojos, fingiendo inspeccionar mi figura para luego apuntarme con el dedo—. Necesitas una taza de té, tu cara lo pide a gritos.

The Great and Beautiful Mistake ♂ Ashton Irwin ♀[EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora