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     — ¿Ashton cree que eres...?— inquiere Mo, quitando el exceso de tinta de la piel con un pañuelo. 

     Gruño a modo de respuesta y muerdo mi dona rellena bajo su mirada atenta. Incluso con el exceso de azúcar, aún no era suficiente para apaciguar mi creciente malhumor. Moría por algo dulce, o quizás unas papas fritas. Mónica suelta una carcajada inesperada y frunzo más el ceño hacia su dirección .

    — Bueno, es mejor que nada, ¿no lo crees? Al menos sabes que le interesas— comenta mientras vuelve a quitar el exceso de tinta de la piel y retoca los detalles del tatuaje. El hombre a quien está marcando ojea sin vergüenza alguna sus senos, por lo que mi amiga le da golpe seco con el pañuelo. Ni siquiera eso puede aplacar mi humor— ¡Hey! ¡Ojos arriba, idiota, o si no te juro que te arruino el tatuaje y te cobro doble!— el tipo la mira, completamente  asustado, y vuelve la vista a los recuadros de dibujos.

    Habían pasado más de diez días desde ese desayuno con el rizado, y ahora se había vuelto una especie de rutina. Lentamente nos estábamos convirtiendo en más allá de simples conocidos, tratando de descifrar uno al otro. 

    A veces solía asustarme lo mucho que me fijaba en él, inevitablemente gravitando hacia su persona. Solía felicitarme internamente sobre lo acertado que había sido mi primera impresión de él, como un radiante sol: era demasiado amable, demasiado servicial, con esa particular risa contagiosa y la facilidad que tenía de poner todo en una perspectiva más optimista. Odiaba lo mucho que empezaba a depender de su sonrisa todas las mañanas, y nuestras charlas sobre cualquier cosa. Todo iría relativamente bien, hasta que llegaban mis mareos, que se habían aminorado con el tiempo; y vendrían sus palabras de aliento, su apoyo en algo que ni siquiera el problema. 

    Me moría por decirle la verdad, pero era cobarde. Por fin había conocido a alguien, y se sentía tan bien. Se sentía bien el calor en mi pecho cada vez que tamborileaba mi puerta al llamar y la manera en que me daría su completa atención cuando le contaba algo.

     No quería arruinarlo todo, no quería romper la burbuja dónde me había refugiado para acercarme.

    Había repasado miles de veces las maneras de aproximarme al tema, y quizás aplacando el daño del golpe con una invitación a cenar. Eso en un caso optimista. 

    Hasta en mi mente sonaba ridículo.

    — No lo sé. Y es que... de verdad me gusta. Y sé que tengo que decírselo pero... ¡No sé!— gimo, dando otra mordida a mi postre. Había perdido todas las ganas de terminar el dulce.

    — Llévalo con calma rubia, quizás no sea tan malo— me alivia Mo, colocando el protector al tatuaje (procurando de no ser para nada delicada en el proceso) y se dirige al cliente—. Jude te dirá cuánto debes.

    Volvemos al mostrador y el hombre me da su tarjeta para pagar. No tengo pudor en cobrarle el doble. Al terminar, contemplo cómo sale de la  tienda y me siento, rodando mis labios con aburrimiento y pellizcando los restos de la dona con el otro. Uno de los beneficios de trabajar en la tienda era que casi no había que hacer gran cosa, pero a veces se volvía demasiado tedioso. 

    Mi trabajo, según Alex, era sencillo: estar ahí sentada, verme lo más apetecible posible y guardar el dinero. Creo que el único problema era que yo no era "apetecible". No era hermosa, ni sexy, ni despampanante. En pocas palabras, era linda, según Mónica. Era casi ofensivo. Linda le dices a la hermana de tu mejor amigo por compasión; linda le dicen las madres a sus hijas por el inevitable espejismo maternal. 

The Great and Beautiful Mistake ♂ Ashton Irwin ♀[EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora