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Seamos honestos: las reuniones familiares son una tortura.
En toda familia, siempre estaba la oveja negra. Ya saben, el típico miembro que siempre está en un rincón o en alguna habitación libre, con aquella típica mirada de "Mátenme ahora"; huyendo de cada encuentro con algún pariente y haciéndose compañía junto a su teléfono. Se reduce a la necesidad de una jerarquía, las leyes jodidas de la genética y el instinto animal del ser dominante. Estábamos configurados a estar oprimidos en un sistema, y no podría sentirme más orgullosa de mi papel en el.
Algo había aprendido de las chácharas marxistas de mi madre cuando se emborrachaba.
Pero esta vez, la reunión era particularmente tortuosa ya que se centraba en mí. Era una total mierda.
Atengámonos a los hechos: no poseía simpatía innata, como mi padre. Tampoco había aprendido el carácter social de mi hermano mayor Sar– del cual su carisma recaía básicamente en coquetear con las primas segundas– y lamentablemente no había heredado la inteligencia analítica de mamá. Sustentemos en esos hechos: los genes, en pocas palabras, no fueron generosos conmigo. Tenía un sentido del humor bastante chueco, no era lo suficientemente lista para llevar una conversación interesante y las personas no me generaban atracción en general sino querer huir hacia el otro lado lejos, lejos, lejos.
Al menos esa es la conclusión que me ha llevado la tarde en mi antiguo hogar.
Observo cómo mis primos pequeños corren por el pasillo hacia el patio trasero y pretendo como si en verdad estuviera prestando atención a lo que dice mi tía abuela Victoria, contándome por enésima vez su indignación con el vecino, el que tiene un ojo de vidrio. La música del fondo, la colección de canciones de los años mozos de mis padres, logra distraerme lo suficiente de la charla en curso y de la tentación de echarle un vistazo a la puerta principal.
No era la gran cosa. Él llegaría en cualquier momento.
Si no, sencillamente le cortaría las bolas. No tenía otra opción.
— ¡Judy, cariño!— la voz de Tía Vivienne me sobresalta y, de repente, me siento como en aquellas películas de suspenso en donde el psicópata se acerca al protagonista en cámara lenta. La modernización de Apolo persiguiendo a Daphen, la versión Cornelis de Vos. Que no se acerque, que no se acerque; soy Daphe y estoy escapándome por un pelo. Que no se acerque...
Pero ahí esta, su mano en mi pancita y la otra en mi antebrazo. Muy tarde para convertirme en un estúpido árbol.
Mierda.
— Tía Vivienne— saludo con lo más parecido a un tono de bienvenida, aunque el resultado sea un hilillo de voz a punto de quebrarse.
— ¡Judy, estás hermosa niña!— exclama en su vivaracho acento scouse, las uñas acrílicas centelleando junto con el brillante color carmín de sus labios—¡Te ves radiante!
Ciertamente esa es la descripción más acertada sin tener que compararme a la esfera rubia, gorda y sudorosa que conocemos como Sol, pero acepto el cumplido con un deje de orgullo. Nuevamente usaba un vestido para la ocasión (con el barrigón en crecimiento simplemente no había otra opción para algo formal) mas había tomado la sabia decisión de dejarle el trabajo a Mo para vestirme. La prenda era largo hasta mis rodillas, de color crema y adornada con dibujos minimalistas de flores sin color; abotonada con un pequeño cuello acentuado que mostraba la parte inocente de mi pecho; ajustado a mi figura pero lo suficientemente cómodo para que el sudor de mi vientre no picase. Prefería ser un astro solar que una ballena asesina.
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The Great and Beautiful Mistake ♂ Ashton Irwin ♀[EN EDICIÓN]
RandomMi primer hermoso error fue que Chibi entrara a mi vida Y mi segundo hermoso error fue enamorarme de Ashton Irwin. Book #1: The CALM Chronicles