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     Hay muchas clases de vecinos. Están los fisgones, que personalmente los considero parte de la escoria de la tierra; los cordiales, que te tratan como si estuvieras en una convención de ajedrez; los vecinos ermitaños que no les importa una mierda lo que hacen los demás y donde humildamente me incluía en el montón; y los vecinos obsesionados con los chihuahuas aunque jamás hubiera tenido uno, como lo era la señora Potts. Sin embargo, nunca había tenido un vecino como Ashton: ruidoso.

    Las primeras dos semanas se resumieron a eso, ruido. Cajas moviéndose de un lado a otro, chirridos de muebles, pasos pesados en el pasillo, objetos rotos... Hasta que, por fin, un día los incesante pasos en las escaleras y volvió la paz. Y en todas esas semanas, Ashton no me había dirigido la palabra. Extrañamente este hecho dejaba un eco desilusionado en mis entrañas... Por alguna razón.

     Pero claramente no dejé que eso me pertubara demasiado.

    Por mi parte, la cantidad de problemas en mi plato se había elevado considerablemente, como augurio de lo que me depararía. Había empezado a tener la peor pesadilla que una embarazada pueda tener: antojos y vómito. Era una rutina increíblemente sincronizada, a pesar de lo inesperada que resultaba en mi horario: iniciaba lidiando con antojos pasajeros, pasando por mi caída hacia dichos antojos para que, después, terminase en el retrete. Mi relación con la comida era la considerada "normal"—una filosofía de necesidad más que preferencias— pero me causaba dolor ver cómo se perdía en el retrete.

    La alarma suena puntualmente a las 8:00 de la mañana y, religiosamente, aplasto mi móvil contra la almohada para amortiguar el sonido con esperanzas de seguir durmiendo un ratito más. Decido rendirme a la décima campanada, y tomo una bocanada antes de levantarme de la cama. Tenía que eliminar la estúpida alarma, o eso solía recordarme antes de empezar el día. Cuando mis pies descalzos tocan el suelo, un pequeño escalofrío recorre mi espina dorsal por el contacto y me dirijo hacia la sala principal con pasos perezosos.

    El departamento estaba iluminado gracias a la luz solar que entraba por las grandes ventanas, en la luz prístina de los primeros rayos frescos de la mañana. El espacio era sencillo, con vista hacia la calle principal; pero a lo largo de los años le había hecho pequeñas modificaciones al: el papel tapiz azul claro con decoraciones en tonalidades oscuras que había fabricado manualmente. También contaba con una habitación extra – el misterio de ella era un secreto entre mi madre y Stu, y no era lo suficientemente cotilla para averiguarlo, la cual usaba como estudio personal para trabajar. 

     Eso no significaba que los otros espacios se salvasen de mi demencia artística. En la sala luchaban los cabestrillos de distintos tamaños por un espacio libre, los manchones de acrílico que se encontraban en cada mueble que tenía a mi disposición y la cantidad absurda de canvas vacía que residía en cada escaso rincón.

     Como la mayor parte de los encargos que tenía pendiente, mi apartamento era un trabajo en proceso. Pero eso era lo que lo convertía en mi dulce hogar. 

    Me arrastro hacia la cocina y busco entre bostezos algo que comer. Mi humor decayó unos peldaños más al notar los pocos suministros con los que contaba, y la necesidad pulsante en mi cabeza de algo dulce. Devoro a regañadientes un panecillo de vainilla cuando escucho el sonido de alguien tocando la puerta. Con un gruñido, bajo de una de las sillas de la barra y camino a la puerta, preguntándome quién mierda requiere de mi presencia tan temprano.

     Si era Mónica, estaba segura que le tiraría el panecillo en la cara. 

    Pero al abrir la puerta, deseo de inmediato que fuese mi mejor amiga. Porque frente a mi vuelvo a encontrarme con una sonrisa llena de hoyuelos y brillantes ojos verdes. En una mano llevaba dos bolsas de papel marrón, signo inconfundible de comida que no paso por alto, y una sonrisa brillante como el sol como los rayos solares del exterior. 

The Great and Beautiful Mistake ♂ Ashton Irwin ♀[EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora