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     Mis días son remolinos de negro, como el humo que sale de las grandes fábricas. Me quedo por una semana entera en casa de mi madre, emocionalmente constipada, y me desconecto del mundo hasta la llegada súbita de Mónica el día sábado, demandando dónde carajos había estado. Antes que siquiera poder abrir la boca para explicarle, ella simplemente alza una mano y la coloca en mi hombro, dándome una mirada conocedora antes de acotar:

   — Lo . Él me lo dijo.

    No volvemos a tocar el tema.

   Luego de eso, Mo me obliga a mudarme con ella a su minúsculo - pero increíblemente organizado - departamento. Al llegar allí, luego de prometer a mi madre que me cuidaré, encuentro las cosas fundamentales del bebé ya asentadas en su excusa de habitación para invitados. Al principio, me niego rotundamente. No quiero nada suyo. Pero mi amiga me da un golpe en la cabeza, y me espeta que no sea idiota. "Es lo menos que puede ofrecerte", persuade y sabe que tocó la fibra sensible.  No me convence del todo, pero no se lo digo. No quiero molestarle más.

    La cuna y ropa de bebé no son la única sorpresa que me llevo en esos días. Al tercer día, Sartre llega con dos maletas, un ceño fruncido y listo para desgarrar una garganta o dos. Se instala en la sala, y Mónica adquiere el hobby de quejarse sobre la presencia de mi hermano a todas horas; lo que hace que mi hermano eventualmente empiece a quejarse de vuelta. No puedo decidirme si en verdad no se soportan o quieren cojer hasta la muerte. 

    En cualquier escenario, les daba una semana para que lo resolviesen.

    Me defraudaron, de todas formas, al encontrarles midiendo fuerza una mañana en la cocina, y mi amiga siendo la ganadora en cada partida.

    Mi lugar seguro es la habitación de invitados, mi nuevo hogar. No importa cuántas veces mi mejor amiga me arrastre a comer con ellos en el comedor, o cuántas veces Noel me persuada para salir a caminar. Siempre regresaré a la cama, a la seguridad de mi manta tejida y a las almohadas que me consuelan de lágrimas silenciosas. 

    Sé el efecto que causaba en los otros en el minúsculo espacio. Sartre se inmersaba en largas partidas de ajedrez solitario, un hobby que no había retomado desde que era crío para sus nervios; y Mo ordenaba las cosas en cada espacio del departamento casi todos los días.

    Me vuelvo experta en fingir perfectas sonrisas, y que las palabras afirmativas dejen un sabor amargo en la boca. Pero me obligo a estar bien, a comer y caminar lo debido. Por Chibs. Sólo por mi pequeña.

     Hay menos ajedrez y limpieza luego de eso. Pero no me desprendo de sus miradas preocupadas.

     Él llama todos los días. Mónica trata de evitar mencionarlo en mi presencia, pero no soy idiota. Los oigo discutir por teléfono a través de mi puerta, Sartre interviniendo algunas veces en las conversaciones; y nunca termina bien. Juraría que una vez llegó a la recepción, gritando para que lo dejaran entrar y despertando a la mitad del edificio. Sin embargo, tengo sueño pesado desde que comenzó el embarazo, y dudo mucho que eso haya ocurrido en realidad.

    Lucy Mckenzie y Noel me visitan todos los fines de semana, y una tarde él viene acompañado de su adorable novia, Viola. Con su cabello achocolatado  y piel canela cubierta enteramente por pequeñas pecas, parecía sacada del taller de Santa en el Polo Norte. Es un poco tímida y tiende a tartamudear demasiado (cosa que saca de quicio a mi hermano y a Mo), pero no me molesta en absoluto. Siento un instinto protector inmediato hacia la chica, influenciado principalmente por mi ahora desarrollado instinto maternal. Viola comparte su obsesión con los programas sobre decoración de interiores conmigo y Lucy, y nos lanzamos maratones que duran horas y horas. Sé que es una manera para persuadir mi soledad, y siento un profundo agradecimiento de tener personas tan especiales en mi vida.

     En broma, mi mejor amiga les advierte a las mujeres que yo le pertenezco y que no le gusta compartir. Quizás sean las hormonas, pero el sentimiento es mutuo. 

    Me arrastro victoriosa hacia el último mes. No lo niego: estoy asustada como la mierda. Y emocionada, pero sobretodo asustada. He experimentado las famosas "contracciones falsas" y en más de una noche le he perturbado el sueño a Mo y Sar. Por esa razón, llegaron a un acuerdo para turnarse y dormir conmigo. La mayoría de las veces es mi mejor amiga quien tiene más turnos por razones muy puntuales: uno, es incómodo dormir junto a Sartre ya que patea demasiado y babea; y dos, Mónica es una excelente almohada humana por su acolchado penacho.

    Las noches son la peor parte de mi rutina.  Algunas veces, no logro conciliar el sueño, y me paso largas horas viendo las sombras de la noche por la ventana. En ese tipo de situaciones, hablo con Chibs. Le cuento de tantas cosas, y extrañamente me siento aliviada, más tranquila. Y otras noches, lo siento. Siento sus dedos jugar con mi cabello, las yemas callosas trazando suaves caricias en mi mejilla, y sus labios besar los míos con adoración.

     Pero se que estoy soñando. Sé muy bien que cuando abra los ojos, él no estará a mi lado. No podré ver sus ojos brillar como farolas de luz radiante, o ver su magnífica sonrisa torcida. Sé muy bien que cada mañana me despierto sola.

       Siempre me despierto sola.


The Great and Beautiful Mistake ♂ Ashton Irwin ♀[EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora