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    — Así que... tú y Risitas... están juntos ¿no?

    La voz de mi mejor amiga flaquea en mi concentración, pero me compongo fácilmente. La busco por unos breves instantes, apoderada de mi cama todavía comiendo el helado que había traído hacía varias horas. Trato de encontrarle el sentido de nuevo a lo que dijo, y reprimo la sonrisa bobalicona que amenaza con escaparse. 

    — Supongo.

    — ¿Entonces eso es un?— raspa la superficie del envase, sus piernas aleteando al aire como un felino jugando con una bola de estambre. Había llegado alrededor del mediodía, organizado cada pequeña parte de mi habitación a una velocidad vertiginosa para instalarse en mi cama a sus anchas. Su insistencia era obvia, estaba aburrida; aunque su empecinamiento por limpiar me indicaba que había algo en su mente. 

     La cuestión con Mo era que a pesar de su vasta experiencia en el mundo simplemente no sabía como enfrentarse a sus cosas. Esto abarcaba una infinidad de cosas, cosas que ella no admitiría en voz alta: el presentarse por primera vez a familiares, el protocolo para ser cordial con desconocidos y, sobretodo, descifrar el laberinto de sus sentimientos. Años de amistad y tropiezos me habían entrenado en la mejor manera para tratarla cuando tenía sus ataques de ansiedad: dejarla ser a sus anchas hasta que estuviera lo suficientemente ansiosa para hablar al respecto de ello. 

    Habían varias cosas que le ayudaban a llegar a eso: limpiar, el alcohol, hacerse maratones de días y días de sus shows favoritos y mezclas inhumanas con lo que encontrase en la cocina. La especialidad de este problema en particular incluía mayonesa, carne molida y frijoles. 

     — No es un no— acoto luego de un rato, y la morena deja soltar un sonido frustrado, buscando una almohada y gritando en ella.

     Si tan solo supiese lo que pasaba en esa cama.     

    Comer vertiginosamente entre las sábanas con salsa tártara y frituras, ni más ni menos.

    Me dispongo a volver a mi trabajo, acurrucándome en mi horrible postura, cuando nuevamente soy interrumpida por su voz:

     — ¿Al menos son algo?— rueda en su espalda, sin dejar de ocuparse en el recipiente entre sus manos. En serio debía estar aburrida para iniciar voluntariamente este tipo de conversaciones. O volvía a darle vueltas a lo que tenía en su mente. Mo era tan celosa con sus pensamientos como un dragón a su tesoro.  

     La respuesta más sencilla a aquello fue la que musité luego de unos minutos, concentrándome en delinear el contorno con el borrador: — Lo estamos tomando con calma.

     En eso se había basado nuestra rutina alrededor del otro. Relativamente contentos con nuestra falta de formalidades, habíamos entrados en la fase más pura de nuestra relación hasta ahora, llenas de besos cautelosos y manos entrelazadas sin excusas para hacerlo. Pasábamos tanto tiempo juntos que prácticamente se quedaba en mi pieza todos los días, y llegó a tal punto que le comenté que considerase la idea de mudarse de forma permanente. Al día siguiente ya había mudado la mayoría de sus cosas al departamento, y una parte de mí se sintió finalmente completa al acurrucarme entre sus brazos la primera noche a su lado. 

      Pero con nuestra nueva rutina, inevitablemente Mónica vino a la ecuación. 

     No era extraño las temporadas donde mi mejor amiga pasaría unos cuantos días— o semanas, en casos extremos— en mi casa, o viceversa. No obstante la situación se tornó, en pocas palabras, extraña cuando apareció sin anuncio previo una mañana, encontrándonos aún completamente dormidos en cama. Simplemente nos preguntó si queríamos desayunar. 

The Great and Beautiful Mistake ♂ Ashton Irwin ♀[EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora