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     Para Año Nuevo, luego de estar una semana completamente sola, llego a la conclusión de que odio doblar ropa

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     Para Año Nuevo, luego de estar una semana completamente sola, llego a la conclusión de que odio doblar ropa.

     Llego a esa epifanía mientras que estoy acostada en el sofá, con la televisión al todo volumen; y esperando a que la señora Potts viniera en cualquier momento a quejarse de que "el ruido le hace doler los pies". Había empezado a doblar la ropa que Chibs recibió en Navishower – idea de Sartre, no mía–, lo que suponía mi único entretenimiento por algunas horas. Mo me había hecho una visita rápida antes de ir a una fiesta de nochevieja en el Loud, a la cual le había insistido a que fuese. 

    — Es tu deber beber por las dos ahora— le había tranquilizado, aunque internamente agradecía tener una excusa perfecta para saltarme socializar nuevamente. Luego del Navishower, había tenía suficiente exposición social por al menos unos meses. 

     La calefacción estaba a una temperatura moderada, pero sentía como si estuviera asándome en un horno, por lo que decidí consentirme y quedarme en ropa interior con mi cabello sin lavar atado en un moño desastroso. No aquel tipo de moño "desordenado" que salen en las fotos  sino el producto de la lucha y no ducharse por un día.

    Los cabellos sueltos se me pegaban a la nuca y en las sienes, mientras repetía meticulosamente el proceso. Primero un pliegue, luego otro, doblar por debajo y luego a la pila. Era tedioso y cansino, pero no tenía nada mejor que hacer, y esto mantenía mi mente y manos ocupadas.

     La novedad residía en detallar cada regalo. Sonrío al ver el regalo de Mónica: una remera y onesie con membrete estúpido de "Mi papi es el baterista". Ese era uno de sus dones: era la reina de las camisas con membretes pasados de moda al mismo tiempo que poseía un estilo de la moda impecable. Luego seguían los regalos de los chicos: sus propias remeras tamaño bebé (incluidas réplicas de las pañoletas de Ashton, quien casi lloró al verlas). También doblo con extremo cuidado el regalo de mi padre: un onesie de oso. Personalmente, era mi favorito de todos.

    Mientras flipo por un tutú tamaño pequeño – Gracias, tía Vivienne– la transmisión pasa a una entrevista. Cuando escucho el nombre de la banda, levanto rápido la mirada y sonrío como idiota al ver a los chicos.

     —Mira a papi, Chibs— susurro, mientras acaricio mi barriga desnuda.

      Decido no darle vueltas a lo extraño que es verla en la puta tele.

    Me reconforta verlo, a pesar de todo. Disfruto por unos pocos minutos de su voz y de su risa antes de que termine la entrevista y pasen a otra presentación.

    Echo un vistazo al pequeño departamento, antes de acomodar mi cabeza en el sofá y cerrar los ojos. Últimamente estaba en estado zombie, alternando mis siestas entre la cama y el sofá. Dormía tanto que cuando Mónica vino de visita el otro día, creyó que estaba muerta y entró en pánico. ¿El resultado? Un viaje al hospital.

The Great and Beautiful Mistake ♂ Ashton Irwin ♀[EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora