1 | Cabos sueltos

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Tenía ganas de gritar.

Y la verdad, lo había hecho un par de veces en su habitación, antes de obligarse a recuperar la compostura para bajar al nivel inferior. En el palacio de Kurshen abundaban los colores oscuros, casi lúgubres. Observó con atención cada bandera y estandarte morado oscuro que colgaba de la barandilla mientras bajaba cuidadosamente los escalones, y luego el símbolo en cada uno de ellos: el dibujo de un extinto 'león'.

Les tenía cierto aprecio a aquellos majestuosos animales, a pesar de jamás haber tenido la oportunidad de ver uno. "Se extinguieron antes de La Caída. Tu bisabuelo lo escogió como símbolo del reino porque admiraba su fuerza y elegancia, decía que eso quería para Kurshen", le había dicho su padre cuando le preguntó por tercera vez, lo que significaba que él tampoco había podido ver uno jamás. "No te perdiste de mucho. Eran más pequeños que cualquier híbrido y no tenían ni de cerca el mismo poder que cualquier animal que sigue rondando la Tierra".

¿Poder? ¿Quién estaba hablando de poder? Los leones parecían ser imponentes pero majestuosos a la vez. Su expresión en calma era preciosa...parecían sabios, y al final, ¿la sabiduría no es también poder?

—Lilay—pronunció él. La princesa tuvo que dejar sus nostálgicos pensamientos para girarse hacia su padre, que la observaba entre curioso y molesto—. ¿Qué estás haciendo?

Terminó de bajar las escaleras para quedar frente a él. Los casi treinta centímetros de diferencia de altura se hicieron presentes, y por alguna razón, la princesa se sintió más pequeña que nunca. Tal vez se debía a la expresión que tenía el rey Kenzo... o a la chica que lo acompañaba.

Algo golpeada y con la piel debajo de los ojos casi del mismo tono que las abundantes banderas del palacio.

—Sarah—masculló, molesta. La castaña elevó la mirada hasta que chocó con la suya, sus ojos verdes se abrieron de par en par—. Veo que Klaren no fue gentil contigo.

—Con nadie—contestó el rey por ella. Gaia volvió a bajar la mirada a sus manos, apretando los dientes—. En fin, ahora que sabes todo... no es necesario seguir manteniendo el secreto—le dio un empujón a la chica a su lado para que se acercara a la pelirroja, que se alejó unos pasos, como asqueada—. Ya que Gaia falló, tendrán que idear un plan para conseguir la propuesta del príncipe Archer. No quiero errores. Esta es mi última advertencia.

Kenzo se fue, arrastrando su típica capa que también lucía el mismo tono morado con detalles plateados. El león delineado con hilos de plata fue lo último que vio la princesa antes de que desapareciera doblando la esquina.

—Se me ocurre que tú podrías...

No siguió hablando, ni siquiera lo intentó, porque Lilay ya estaba a media escalera, subiendo tranquilamente de vuelta a su habitación. Gaia frunció el ceño.

—¿Oye, a dónde vas? —la cuestionó, irritada al instante—. ¿No escuchaste al Jefe?

La princesa no se giró, pero soltó una especie de risa burlona que solo hizo que a la castaña se le subiera la sangre a la cabeza. Comenzó a seguirla; incluso cuando llegaron a su habitación, no la dejó cerrar la puerta. Lilay se sorprendió. ¿Quién se creía que era?

—¿Qué te pasa? ¡Te ordeno que...!

—No sigo órdenes tuyas—espetó la castaña, el verde en sus ojos ardiendo por la ira—. Ahora que sabes sobre nosotros, tendrás que aprender tu lugar.

Lilay mantenía la boca abierta, sorprendida e indignada por cómo le estaba hablando.

—¡Qué atrevida! ¡Sigo siendo una princesa!

El poder de la corona (👑#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora