Lo que trajo el destino

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Clover abrió los ojos sintiendo que eran de hierro. La piel de sus heridas aún ardía al ponerse de pie con trabajo. Entrecerró los ojos para aguantar la luz de afuera que entró cuando alguien abrió la puerta y para su sorpresa, el prisionero que la Élite arrastraba esta vez, era el mismísimo príncipe heredero.

No le dio crédito a sus ojos hasta que fue lanzado en la misma celda en la que se encontraba y Clover pudo observarlo. El rubio estaba inconsciente y lleno de moretones en los brazos y rostro. Cuando la puerta de aquel sótano se cerró, Clover se encargó de moverlo hasta la pequeña colchoneta donde se había acostumbrado a dormir, sin entender nada y con cada hueso de su cuerpo doliendo al cargar con el peso de Archie.

Por fin, lo logró, y se dejó caer en el suelo a su lado, tratando de recuperar el aliento.

El príncipe no abrió los ojos hasta una hora después. Miró a su alrededor, con confusión, y el sentimiento sólo se agrandó al ver a ese chico que sólo había conocido por casualidad cuando había venido con su primo desde Kethria, ¿qué demonios estaba haciendo ahí?

—Alteza.

La mención de su título real, mientras su mente recordaba todo lo que había pasado, le dio náuseas, o tal vez era el olor del aire putrefacto que los rodeaba.

¿Dónde estaba? Era claramente una prisión, pero lucía muy vieja y casi abandonada. Las esposas en sus manos eran de metal oxidado y el tintineo de las cadenas que tiraban de sus hombros lo hizo sentirse cansado al instante.

—¿Dónde... dónde estoy? —preguntó Archie. Aunque no reconocía su propia voz—. ¿Qué estás haciendo tú aquí?

Clover bajó la mirada.

—Cometí un error —admitió el abogado—. Y fui demasiado tonto para dejar que el rey me descubriera.

Archie se quedó mirándolo unos segundos, luego suspiró.

—Lamento que tengas que sufrir por culpa de mi padre —murmuró, sincero. Hasta ese segundo se dio cuenta de las abundantes heridas en el rostro y cuerpo del pelinegro—. En serio lo siento.

—No es su culpa, Alteza.

—Archie —lo corrigió el príncipe, cansado de escuchar esa palabra—. Por favor, dime Archie.

—No es tu culpa —repitió Clover, sonriendo un poco para animarlo.

Ambos permanecieron en silencio por unos segundos, respirando con dificultad el aire putrefacto a su alrededor.

—¿Qué...? ¿Qué error cometiste? —indagó el príncipe—. Si se puede saber, claro.

Clover dudó un poco. No sabía mucho sobre el príncipe de Klaren, al menos no era información de primera mano. Sólo tenía los comentarios y opiniones de todos aquellos a los que había representado alguna vez.

De todas formas, aunque el príncipe resultara como su padre, no podía hacer mucho ahora que estaban en la misma situación.

—He amado a quien no debería por años —confesó el pelinegro en voz baja y sin mirar al rubio, que había abierto más los ojos al escucharlo—. Un chico... un príncipe.

—¿Qué? —indagó Archie sin detenerse a pensar, pero ahora debía responder las miles de preguntas que había en su mente—. ¿Quién?

Clover palideció. Por un momento pensó que se ahogaría con sus palabras.

—Wolf... Wolf Erendale.

Archie enmudeció por la sorpresa. Aquel chico, a quien apenas conocía pero le había sonreído un par de veces, estaba encerrado y sufriendo por la misma razón que él.

El poder de la corona (👑#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora