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Ella esperaba de pie frente al cine. Se impulsaba con la punta de sus pies hacía arriba y dejaba los talones caer, así unas cuantas veces mientras intentaba calmar su mente ansiosa. Yo entré en la tienda de vinilos y observé desde la ventana, podía verla con claridad desde ahí. Dejó de jugar con sus pies y sacó su celular de su bolso. Miró sólo unos segundos. Yo revisé mi reloj, faltaban veinte minutos para que dieran las dos de la tarde.

—Hola. ¿No eres de la UA?— Escuché. Volví a enfocarme en ella. Un chico moreno, de cabello castaño y ojos pequeños se le acercó.

—Ah, no.

—¿No? Estoy seguro que te he visto.

—Hmm.— Ella miraba a un punto inconcreto.

—Dime, ¿Cómo te llamas?

—Uzume... Sato.

—No pareces japonesa. No lo eres, ¿Verdad?— Su pié derecho comenzó a golpear repetidas veces contra el asfalto. Estaba ansiosa de nuevo.

—¿Eso importa?— El chico se deshizo de su tono pícaro. La miró con cuidado de no perderse un centímetro de ella. Yo salí de la tienda de discos.

—Tienes razón, no importa.— Silencio. —Puedes llamarme Uchima.— Me acerqué y pasé detrás de ellos para entrar en el cine, sólo para escuchar mejor. Le extendió la mano. Ella dejó de prestarle atención a la nada para juzgar con la mirada su gesto. —¿No? Está bien.

—Claro.— Él sonrió, sus ojos se ocultaron.

—Sabes, hay un karaoke por aquí cerca. Yo y unos...— Una voz extra apareció. Una que me perturbaba la paz.

—Hola, debí llegar más temprano.— Me giré y saqué mi celular para fingir urgar en él. Recosté mi cuerpo en una pared.

—Eh, pero si es Sero. Hace mucho no te veía.

—Hmm... Yo a ti tampoco.— Ninguno de los dos parecía contento con el encuentro, me extrañó un poco acorde a lo que dijo Eijiro. Sero se puso junto a Inku y puso su mano en ella. Abrazando sus hombros con su mano izquierda.

—¿Viene contigo?

—Sí. Lamento interrumpir. Tenemos planes.

—Bien. Cuídate.— Se marchó.

—Ah...— Ella dejó escapar un suspiro. Él sonrió.

—¿Todo bien?— Ella negó con la cabeza.

—¿Quién es ese? ¿Lo conoces?— Se encogió de hombros.

—Lamentablemente lo hago. Pero no hables con él.

—¿Es una órden?— Ella bromeó, pero a él no le dió ni una pizca de gracia.

—No. Es una advertencia.— Su rostro cambió de inmediato a uno serio, el de Inku a uno de confusión.

—¿Eh?

—Es peligroso.

—Ah... Eso. Pensé que sólo era un raro.

—También lo es. Pero, te estaba invitando a un karaoke, ¿Me equivoco?

—Sí, eso hizo.

—Bien, escúchame. —Tomó sus hombros con ambas manos y se agachó un poco para estar a su altura.

—Estoy seguro que el mensaje ya estaba claro, jodido imbécil coqueto.— Dije en voz baja.

—Aquí en Japón, suelen aprovecharse de las chicas en los karaokes. Cuidado con quién decides ir. ¿De acuerdo?— Ella asintió. —Vamos.— Chasquee la lengua.

—¿Di iquirdi?— Pronuncié entre dientes.

Finalmente caminaron en dirección al cine. Yo me enfoqué en lucir lo más interesado posible en la conversación que no estaba teniendo en mi celular. Miré de reojo a Inku cuando estuvo a ciertos centímetros, ella hizo lo mismo. Esta vez me miró con desconfianza y apartó sus ojos enseguida.

Los asientos estaban cerca. Específicamente uno al lado del otro. Algo que no mencionó Eijiro, pero que yo supuse. Cuando Sero y Inku aparecieron, ella me observó desconcertada al ver que su asiento estaba junto al mío. Si yo me hubiera topado a la misma persona repetidas veces, creo que incluso hubiera puesto una denuncia. Pero pasó totalmente de mi. Ni siquiera me había fijado en la película, olvidé que estaban ahí para eso. Como dos personas normales, miraron la película con atención. Sería el colmo que Sero tratara de ligarla en pleno teatro.

Me dí la libertad de observar y prestarle atención a la pantalla. Aunque, de vez en cuando miraba desde el rabillo del ojo a mi costado izquierdo para asegurarme de que Sero no hiciera nada extraño. Como ponerle algo a su soda. Pero, en una de esas veces que me fijé en ellos durante la película, vi a Sero acercar su mano derecha tímidamente a la palma abierta de Inku.

Yo tenía un recipiente de palomitas que compré con unos yenes que encontré en el pantalón de Eijiro. Sin pensarlo demasiado, dejé caer mi celular en el suelo. Me agaché para recogerlo y lancé el recipiente con aún contenido en él sobre el pelinegro.

Fue un movimiento estúpido, es imposible que cayesen accidentalmente directo a su cara.

—Lo siento...— Dije poniendo mi voz más débil. Se supone que yo era mudo, genial. Vi de reojo a Sero apartarse todas las palomitas saladas de él y su asiento. Al menos no se sujetaron las manos.

La película continuó, el pelinegro se contuvo de hacer cualquier movimiento extraño. Para cuando estaba seguro que la película estaba por terminar, sentí mis ojos humedecer.

—Hay dolor y tristeza aquí.— La princesa explicaba por qué quería quedarse en la tierra con sus padres. En lugar de volver a la luna. —Pero también hay alegría y felicidad que todas las personas que habitan en esta tierra experimentan de diferentes formas. Todos sienten compasión...— Una de las entidades que quería llevársela la envolvió con un manto colorido, no pudo continuar hablando al ser despojada de sus recuerdos. Sus padres lloraban y suplicaban que no los dejase. Sentí una gota caer a lo largo de mi mejilla y me sequé las lágrimas de prisa. Luego, la película terminó. Los créditos aparecieron.

—¿En qué piensas?— Sero le pregunto a Inku. Estaba comenzando a disfrutar que no hablara por dos horas seguidas.

—¿Por qué?

—No estás llorando. Y estuviste toda la película mirando a un punto fijo.

—Ah... No es nada. Estaba distraída. Lo siento.— Tiene razón, incluso él está llorando. Hay un anciano en la fila de adelante sonándose ruidosamente los mocos con un pañuelo. No lo había notado.

—Está bien.— Sonrió. Fingí estar dormido en mi asiento y esperé a que ambos se fueran para seguirlos hasta afuera del cine.

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