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Sentado frente a Inku en una pequeña mesa del restaurante, esperaba por un tiramisú; evitando la mirada intensa que ella posaba sobre mí, prestándome más atención de lo que me hubiese gustado. Sin importar las veces que sus ojos se habían encontrado con los míos veces anteriores, ahora mismo me hallaba más nervioso que nunca. Yo sólo podía fingir que no notaba cómo buscaba algo en mi iris que no estaba ahí, yo estaba seguro de que era un desperdicio que aún así se fijase en ellos. Temía que si me miraba con mejor detalle, encontraría ese defecto mío del que no consigo deshacerme.

Observé a la gente en las otras mesas en el intento de no enfrentarme a ella y al hecho de que yo era el foco de su mirada. A su vez que pensaba en otras razones con las cuales convencerme de que no valía la pena de que me emocionase por su interés en mí. Pues de todas maneras yo no sabía responder al afecto y eventualmente lo rechazaría incluso estándo hambriento por él. Por el de ella. En ello me percaté en la cantidad de personas en aquellas mesas, especial en las parejas. Un chico acariciaba afectuosamente la mano de la que supuse era su novia, mientras la miraba embelesado y ella le sonreía mientras decía algo entre dientes. Sólo me sirvió de recordatorio de que yo no encajaba en esas cosas.

Desde el rabillo del ojo noté como le traía placidez sólamente observarme. Como si mi mera presencia le fuese suficiente. Permanecí allí, con el rostro apoyado en mi palma izquierda sin saber qué hacer, sintiéndome ajeno a todo lo que sentía. Ella debió de haber reparado lo tenso que me encontraba, porque dejó de analizarme sin disimulo alguno. El hombre que nos atendió y asignó una mesa, apareció con una pequeña bandeja que contenía el pedido de ambos. Inku pidió un panqueque con el rostro de la rata amorfa que venía acompañado con pequeño recipiente de aderezo de fresa. Inku y agradeció educadamente al mesero.

—Eh, el tuyo se ve muy bueno. ¿Me das?— Sugirió que le compartiera mi tiramisú de matcha. A lo que yo agradecí en mis adentros que ya no permanecía en silencio; si continuaba así, iba a perder la cabeza.

—Una mierda. ¿Me haces venir hasta Tokyo para sólo para esto y aún así no me dejarás en paz?— Me opuse fingiendo estar irritado por esa tontería. Hacerme el rudo era la única respuesta que tuve para todo durante mucho tiempo.

—¿Tan mal la estás pasando? Sólo mira, es un panqueque con la cara de un hamster.

—Un ratón.— Corregí.

—Como sea. Dame un poco, ¿Sí? ¿Sí?— Sus labios se curvaron en una sonrisa inocente.

—No trates de poner una cara bonita y pasarte de lista conmigo.

—¿Por favor?— Inclinó ligeramente su cabeza y me miró desde abajo.

—Tsk.— Musité, y ella supo que esta vez salía victoriosa. Abrió orgullosamente la boca como si yo hubiese cedido a darle directamente de comer. Pero su rostro regresó a su semblante serio cuando yo empujé el plato con el postre frío y trémulo que tembló hasta su lado de la mesa.

—Qué difícil eres...— Fingió estar terriblemente herida. Luego de tomar un trozo, me devolvió el plato decepcionada y se enfocó en el suyo.

Sus ojos dejaron de prestarme atención cuando comenzó a comer. Yo tomé ventaja de ello y daba vistazos cada tanto, genuinamente aterrado de que me descubriese contemplándola. Mentiría si dijera que no era algo que disfrutase hacer. A tal punto que olvidé que se suponía que yo también estaba comiendo; terminé dándome cuenta de ello cuando sólo empujaba el tiramisú gelatinoso con el tenedor en vez de finalmente probarlo.
Ya conocía el punto exacto donde todos los pliegues y bellos invisibles de su rostro se escondían. Contaba cada uno de sus lunares con recelo para asegurarme de que siguieran ahí.

Aún con su vista plantada en su plato, noté como una sonrisa apareció en su cara, que transicionó en una suave risita. Llevó ambas de sus manos a su rostro como si eso la ayudara a esconder el hecho de que se estaba comenzando a descojonarse sóla.

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