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—¿Quieres hacer algo más? ¿Tienes hambre? Aún es temprano.— Caminaban através de la avenida. Yo agradecí que era la hora pico y podía caminar entre la gente sin llamar la atención de ninguno de los dos.

—No realmente.

—Hmm... Yo quiero ir a una heladería cerca. ¿Me acompañas? ¿O quieres irte?

—No. Está bien.— ¿Qué trae? ¿Por qué está tan apagada desde que comenzó a esperar por él? ¿Ya lo sabe?

—Ya.

Continué siguiéndolos, hasta que llegaron a una heladería y yo me detuve afuera de esta. Era pequeña, las mesas estaban al aire libre. No tardaron en salir, Sero iba con un helado de vainilla en mano. Se dirigieron a la mesa en la que yo estaba de pie a un costado. Me fuí sigilosamente hasta un puesto de bebidas en la acera.

—¿No sabes si alguien murió aquí?- Ambos tomaron asiento y sólo podía ver la silueta de Inku.

—¿Eh?

—Me siento observada desde hace rato.— Sero comenzó a reír. Luego, sólo la observaba.

—¿No te pasa que...— Comenzó el pelinegro, vaciló un poco. -—pasas tanto tiempo con una persona que adoptas sus gestos?— Tomó una pausa. —¿Y no te das cuenta hasta que no están juntos?— Me mordí la lengua para no burlarme de esa estupidez.

—Uh... Creo entenderlo.— Los ojos negros de Sero se iluminaron.

—¿Sí? ¿Tienes a esa persona?

—Sí.— Él sonrió. Los músculos de mi rostro se pusieron rígidos.

—¿Ese soy yo?— Dijo bromeando. Con un tono coqueto. Ella sacudió la cabeza en negación con algo de pena. El rostro confiado de Sero se desvaneció y quise reír.

—Alguien más. Es como... No lo sé. No consigo explicarlo. Me di cuenta que imito sus expresiones faciales, y su actitud infantil. Pero ya no...— Dejó la última oración a medias. Inku llevó parte de su cabello suelto detrás de su oreja, pude ver su naríz roja.

—Ouch. Directo a ello.— Sero pareció desprenderse de una carga pesada en ese preciso momento.

—Hanta, se derrite tu helado.

—Ah... Sí. Realmente no quería uno. Quería llevarte a algún sitio para comentarte algo, pero creo que no hace falta.— Sonrió.

¿Qué mierda fue todo eso? ¿Era tan necesaria esa confesión indirecta? Creo que Inku ni siquiera se dió cuenta que lo había rechazado. No, creo que ni siquiera pensó en eso como una confesión. Sólo estaban sentados incómodamente en aquella mesa.

—¿Quieres irte?— El pelinegro rompió el silencio. Ella asintió. -Bien, deja que vaya por mi auto. No está lejos.

—Claro.— ¿De verdad vas a aceptar irte con él?

Él se levantó, metió la mano izquierda al bolsillo de su pantalón, con la derecha se terminaba su helado mientras veía al suelo. Ella permaneció en su asiento, bastante rígida. Yo no perdí tiempo y una vez que lo perdí de vista me acerqué a ella. Si se iban juntos, quedarían a solas. Él podía hacer lo que se le antojara, llevarla donde quisiera.

—Oye,— Se exaltó en su asiento.

—No tengo dinero.

—¡No! ¡Inku!— Me deshice de los pupilentes y me quité el gorro. Su rostro se arrugó más. Ella se levantó.

—¡¿QUÉ MIERDA?!— Acerqué mi dedo índice a sus labios.

—¡SHH! ¡NO GRITES!— Susurré. Ella me apartó el dedo de un manotazo y miró a su alrededor.

BlondeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora