III

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Pestañe incrédula ante la imagen frente a mis ojos. Un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas. La Reina Rhaella tenía un enorme moretón en su mejilla pálida y demasiados rasguños sobre sus brazos. Parecía una muñequita sin vida mientras sus damas de compañía la arropaban bajo sus sabanas de seda.

- ¿Qué ha pasado? – pregunto el Príncipe Rhaegar Targaryen entrando a la habitación en compañía de Jon Connington y Ser Arthur Dayne.

- Príncipe, la reina fue llamada por el Rey Aerys ayer por la noche – escupió Ser Jaime sin apartar la vista de la mujer – Nos ordenó no interrumpir por ningún motivo, cualquiera que incumpliera esta orden seria ejecutado.

El silencio cayó sobre la habitación, todos comprendiamos lo que aquello implicaba. Nadie podía desobedecer al Rey Loco. Rhaegar intento acercarse a la mujer, pero esta se escondió detrás de sus sabanas. El príncipe se detuvo sorprendido ante la fragilidad de su madre.

- Su alteza – susurre sentándome cerca de ella, buscando su mano debajo de las sábanas – Es momento de descansar.

- ¿Amelie? – pregunto con voz débil - ¿Eres tú, mi pequeña?

- Soy yo, majestad – afirme apartando la sabana de su rostro – Estoy con usted ahora.

- Quiero olvidarlo todo – suplico con los ojos llorosos.

- Le hare olvidar, mi Reina – aseguré, le extendí una taza con un te que provocaba sueño.

Se recostó sobre la cama bebiendo lentamente. Parecía más tranquila pero todavía podía sentirla tensa. Mi corazón se rompió ante la vista de esta hermosa mujer que carecía de vida. Había escuchado una vez la historia trágica de la Reina Rhaella, incluso cuando pensaba que era irreal mis ojos habían llorado por ella. Ahora teniéndola frente a mí me contuve de ir directamente contra el desgraciado que le había hecho esto.

- ¿Está mejor? – pregunto el Príncipe Dragon.

- ¿Puede estar mejor con algo como esto? - le respondí fríamente al hombre, mirándolo directamente a los ojos.

El príncipe mantuvo sus ojos en los míos, era la primera vez que me reconocía directamente. Durante el año que estuve trabajando dentro de la Fortaleza Roja nunca había interactuado directamente con él. Sabía que no soportaría ver su falsa actuación del Príncipe bueno que todos veían en él.

Sus ojos violetas tenían tristeza en ellos, aunque también parecía sorprendido por la audacia de mis palabras. Sabía que está siendo descortés con un miembro de la realeza, pero mi paciencia había llegado a su límite. No me importaban las repercusiones que tendría de ahora en adelante.

- La Reina Rhaella debe descansar, su presencia no es necesaria – argumente apartando la mirada del Príncipe Rhaegar– ¿Pueden salir de los aposentos de su gracia, por favor?

Intente mantener la poca educación que me quedaba, pero mi tono era hasta cierto punto agresivo. Escuche a los hombres marcharse, consciente de que pronto mis acciones serian juzgadas. La Reina Targaryen pronto navego por el mundo de los sueños. Cure cada una de sus heridas con lentitud, rezando a los Dioses antiguos y nuevos poder ayudarle. La noche pronto se cernió sobre todo Desembarco del Rey.

- ¿Mama? – pregunto una dulce voz infantil en la entrada de la habitación.

- Su alteza está descansando – respondí mirando al pequeño Príncipe Viserys escondido detrás de la enorme puerta – Adelante, mi príncipe.

Viserys Targaryen era un niño tímido que se pasaba los días dentro de la biblioteca del palacio, escondido de las malas opiniones de los cortesanos que venían día con día. El joven príncipe sufría un desprecio injustificado debido a su incapacidad para lograr montar un dragón.

- ¿Mi madre estará bien? – cuestiono llegando al lado de su madre.

- Su alteza se pondrá mejor cuando vea que el príncipe esta con ella – le asegure con una sonrisa.

- ¿Puedo quedarme esta noche aquí? – volvió a interrogar, parecía ansioso.

- Puede, mi príncipe – afirme – Pero dormirá en mis brazos esta noche, no debemos perturbar el sueño de la Reina.

Viserys sonrió complacido con la idea. Tome una enorme manta de lana que descansaba a los pies de la enorme cama de la Reina Rhaella. El pequeño pronto salto a mis brazos mientras nos acomodábamos en un diván frente a la Reina. Viserys Targaryen deposito su cabecita sobre mis piernas. Era tan lindo con sus mejillas rechonchas y sonrojadas. Un precioso niño de solo 4 años.

- ¿Cómo han estado sus clases, mi príncipe? – interrumpí el silencio intentando distraerle.

- El maestre Ludwing me ha contado parte la historia de nuestra casa – murmuro emocionado – Cuando sea grande quiero ser como el Rey Jacaerys I.

- Fue un buen Rey, mi príncipe – apoye – Pero puedo contarle un secreto ¿sí?

- Prometo por mi honor que no le diré a nadie – aseguro con toda la solemnidad que un niño podría reunir.

- Prefiero mil veces ver lo que usted puede hacer – comente acariciando su cabecita plateada – Tengo fe en que el Príncipe Viserys será el mejor que su dinastía alguna vez allá conocido.

Una enorme sonrisa se plasmó en sus hermosas facciones. Correspondí con un gesto similar. El Príncipe Viserys se había ganado mi corazón rápidamente apenas lo vi. No dejaría que este ser tan lleno de luz se corrompiera de forma que encontrara un final tan lamentable como el de los libros. En esta vida el no recibiría una corona de oro fundido sobre su cabeza.

- ¿Puedo pedirte algo, Amelie? – pregunto entre un bostezo.

- Por supuesto, su alteza.

- Se mi princesa – dijo con lentitud – Se una Targaryen.

Ni siquiera tuve que responderle porque pronto se quedó dormido. Me removí incomoda con la idea. Sabía que ese nunca seria mi destino. Llegue a este mundo como una bastarda de apellido Snow que no importaba para nada y esperaba mantenerme así. Seria imprudente de mi parte permitirme soñar con algo como eso. 

FatalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora