XI

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Me detuve cuando escuché voces provenientes desde el interior de la habitación. Reconocí ambas voces sin esfuerzo. Viserys estaba nuevamente siendo el pequeño parlanchín que era desde que su "princesa" había vuelto. Lo cual me llevo a pensar en la otra persona dentro de la habitación.

Amelie Snow, la mujer que era como ver al propio norte en persona. Puede que fuese una bastarda – según la información de Connington- pero si se hubiera presentado como una Stark o una Mormont, sin pensarlo le hubiera creído. Tenía algo en ese par de ojos que me daba una sensación de tranquilidad. La honestidad que desbordaba a través de ellos era una que no solía encontrarse en estos lares.

Suspire sin saber si debía entrar o no. Mire a Ser Dayne y Ser Jaime quienes estaban actuando como mi guardia en este momento. El entrenamiento recién termino cuando la noche ya se encontraba sobre nosotros. Tal vez lo mejor era irme a descansar, ya le explicaría a Viserys mi ausencia de esta noche después. Planeaba continuar mi camino cuando el sonido de una risa me detuvo.

- Mi príncipe, hablo enserio – la voz suave de Amelie se escuchó a través de la puerta entreabierta – No puedo seguir siendo su princesa.

- ¿Es porque no soy digno? – interrogo Viserys, se escuchaba repentinamente triste - ¿Por qué no tengo un dragón?

- Usted podría tener un millón de dragones y aun así no podría nunca convertirme en una princesa – explico ella con amabilidad – No se trata de quien es usted, si no de quien soy yo. Mi sangre no es digna.

La mujer se escuchaba conforme con aquello, como si ser una bastarda no le molestara ni un poco. Me sorprendió esto último, estaba acostumbrado a la gente que maldecía con rabia sus orígenes humildes. O por el contrario los que vivían con tristeza constante por ese hecho.

- Si te casas conmigo, serás una princesa – Viserys murmuro con seguridad – Nadie nunca podrá decir que tu sangre no es digna.

- Algún día usted conocerá a una dama noble que será digna de ser una princesa desde la cuna – la mujer suspiro fuertemente – Y no tendrá que enfrentarse a los problemas que tendría de elegirme a mí.

- Si hablo con mi hermano y le digo que eres mi alma de dragón, él nos apoyara – Viserys se aferró a la idea – Cuando Rhaegar sea Rey me dejara casarme contigo si se lo pido.

Me atormentó reconocer la fe que mi hermano pequeño me tenía. Había esperanza de que mi reinado fuera mejor para el de lo que lo estaba siendo con nuestro padre. Sin embargo, era poco probable que pudiera modificar las leyes de los Siete Reinos de esa forma. Años de tradiciones era difíciles de cuestionar. Y los matrimonios políticos era absolutamente necesarios si queríamos prosperar.

- Mi príncipe, recuerde lo que le dicho hace un tiempo– la voz nerviosa de la mujer se escuchó más cerca de mi ubicación – Se que confía en mí, pero dentro de la Fortaleza Roja hay muchas otras personas en las que no puede confiar, es por eso por lo que debe ser discreto con lo que dice. Mientras el Rey Aerys viva debemos obedecerle y esperar que su majestad viva por muchos años más.

- Lo siento, Amelie – el niño susurro – Tienes razón, siempre debo agradecer por el reinado de mi padre.

No era necesario verle para saber que estaba apenado por ser corregido, pero era verdad lo que Amelie le expuso. Lo mejor era que se mantuviera ese tipo de pensamientos para sí mismo, tal como la mayoría lo hacíamos. El reinado del Rey Aerys no debía ser cuestionado. Estaba agradecido con la mujer por aquellas palabras de precaución hacia mi hermano menor.

Entendía que era solo un niño, pero no lo seria por mucho, lo mejor era que comenzara a comprender un poco de lo que el Juego de Tronos representaba. No pude evitar sentirme afligido al darme cuenta de que eso también era parte de mi responsabilidad y lo había dejado de lado todo este tiempo. ¿Cuántos errores estuve cometiendo hasta ahora?

- Debería descansar, mi príncipe – la puerta de madera fue abierta frente a mí, devolviéndome a la realidad.

Un par de ojos marrones se abrieron con sorpresa al reconocerme. De la impresión, Amelie salto un par de pasos hacia atrás chocando con la puerta que ahora estaba cerrada. Su espalda reboto contra la madera, un gesto de incomodidad paso por sus pequeñas facciones.

Instintivamente la tome del brazo atrayéndola hacia mí evitando otro posible golpe. Una ráfaga de aire con olor a lavanda inundo mis pulmones. La sostuve más fuerte cuando una desconocida sensación de goce me atravesó el cuerpo por entero. Me congele ante esto. Fue entonces que la detalle con mayor atención.

Ella era pequeña a comparación mía. Su cabeza apenas rozaba la parte inferior de mi mentón. Su rostro no poseía facciones finas, sin embargo, todavía era atractivo de ver. Un par de labios gruesos, que en este momento brillaban bajo la luz de las antorchas. Cejas tupidas con forma bien definida, un par de ojos hermosos protegidos con pestañas largas.

Me perdí en esa mirada, que en un inicio fue de confusión pero que ahora se había vuelto fría. Recordé la primera vez que me di cuenta de la existencia de esta mujer. La forma en la que sus ojos brillaron con lo que supuse era furia. Aunque esa mirada no estaba destinada a mi persona, todavía me hizo sentir apenado.

Aquello me resulto sumamente irónico, porque para empezar yo era el Príncipe de los Siete Reinos y ella una simple sirvienta. Y aun sabiendo eso, me tranquilizo que su ira no fuera dirigida mí, parecía el tipo de persona que guardaba rencor eternamente. Y si sabía algo de los norteños era que ellos no olvidaban nunca.

- Príncipe Rhaegar – su voz sonó tenue, pero a mis oídos era demasiado atrayente – Disculpe mi torpeza.

- No se preocupe por eso, Amelie – su nombre saliendo de mis labios sonaba extraño.

- Buena noche, Príncipe – la mujer realizo una rápida reverencia.

A pesar de su despedida me encontré incapaz de dejarla ir. Esta era la mujer que por lo que sabia trajo al mundo a mi pequeña Rhaenys. También, salvo a Elia de morir en el parto. Y era la misma que protegía y cuidaba de mi madre junto con mi hermano menor. Todo este tiempo se mantuvo flotando a mi alrededor con la misma sutileza que poseía una mariposa.

Ahora que su existencia ya no me era desconocida me pregunte como era que no la había notado antes. Aún más importante, me di cuenta de que nunca más podría ignorarla. Trague grueso ante ese último pensamiento. Recordando las palabras escritas dentro de los diarios del Rey Jacaerys I. Y lo supe al instante, esto era lo que se sentía al encontrar a tu alma de dragón.

- Buena noche – dije con voz dura, liberándola de mi agarre en contra de mis deseos – Nos veremos pronto, Amelie.

FatalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora