XXIX

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El sol abrumador me hizo querer volver rápidamente a la Fortaleza Roja. Nunca había sido fanática del clima caluroso, usualmente mi día preferido era aquel donde la brisa era suave y el aire corria frio. Bufe irritada cuando el carruaje se detuvo violentamente sacudiendo a los pasajeros. Sin embargo, la Princesa Rhaenys rio ante el movimiento.

- ¿Falta mucho para llegar, Ser? – cuestiono la Princesa Elia a Ser Barristan.

- Muy poco, Princesa – respondió el guardia mirando a través de la pequeña ventanilla - ¿Pasa algo?

"Pasa que estoy sudando hasta en lugares que ni sabía que tenía" pensé frustrada. El bochorno dentro del carruaje amenazaba con hacerme desmayar. Note que la Reina Rhaella tampoco era ajena a la situación. Sus mejillas estaban enrojecidas dándole un aspecto demasiado cómico, me recordó a las mejillas rosadas de los cuervitos luego de jugar por horas bajo el sol.

- Absolutamente nada – dijo Elia con una sonrisa, tal vez el sol la respetaba, porque no lucia afectada.

Rhaenys jalo un mechón de mi cabello llamando mi atención. La pequeña comenzó a abrir sus labios intentando pronunciar sus primeras palabras. La Princesa Elia pareció darse cuenta porque la tomo entre sus brazos invitándola a persistir. La beba sonrió traviesa, pero no hizo el intento de continuar. Le di una palmadita a la mujer dorniense consolándola.

Nos detuvimos solo unos minutos después en lo que parecía ser una pradera rodeada de enormes árboles. Las primeras en descender fueron la Reina Rhaella y la Princesa Elia, finalmente las seguí con Rhaenys en mis brazos. Todos levantamos la vista cuando la sombra de Vermax paso flotando sobre nosotros. Mire maravillada ante la visión del dragón brillando bajo la luz de sol.

Pronto aterrizo en la parte más alejada del prado, lejos de las carpas bellamente colocadas a las orillas del lugar. Observe al jinete descender de un salto desde el lomo de la bestia. El Príncipe Rhaegar no pareció afectado por saltar de tal altura. Mis pensamientos viajaron a la ocasión donde ese mismo cuerpo me mantuvo agarrada contra la puerta de roble.

Rhaegar Targaryen era delgado a comparación de Robert Baratheon, pero sin duda todo en él era puro musculo. Trague saliva nerviosa al pensar que definitivamente era una delicia para contemplar por las mujeres de los Siete Reinos. Aparte ese pensamiento dirigiendo mi atención en seguir al grupo que escoltaba a la Reina Rhaella.

- Parece que esta cacería gozara de la suficiente compañía femenina – murmuro la Princesa Elia – Algunas cosas no pueden mantenerse en secreto por mucho tiempo.

Quise darme un golpe en la cabeza cuando reconocí que la distracción del Príncipe Dragon me había hecho ignorar algo demasiado obvio. Cada carpa cuyos emblemas familiares lucían en su esplendor contenía una cantidad sorpresiva de jóvenes damas. Compartí una mirada discreta con la Princesa Elia quien pareció irritada por las claras intenciones de los Lores.

- Deja que una rata huela el queso y todas las demás vendrán por su parte – gruñí con sarcasmo.

La Princesa dejo escapar una risita burlona, un poco más relajada por mi comentario. Sin embargo, la tristeza en sus ojos no me pasó desapercibida. Nos detuvimos dentro de una enorme carpa cuyos colores eran únicamente rojo y negro. Había una enorme mesa rebosante de frutas y otros manjares. Mi visión se centró en un par de fresas rojas que brillaban cubiertas de roció.

- Su majestad – saludo un hombre alto y delgado, en su pecho descansaba el emblema de un lobo huargo – Princesa Elia.

- Lord Stark – saludo la Reina Rhaella con una sonrisa – Es bueno verle nuevamente.

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