XXIV

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La princesa Elia se notaba pálida a pesar de estar bajo la luz radiante del sol. Le extendí una taza con te de limón y miel. Me angustiaba verle tan agotada. Aquello sin duda se debía al torneo que se estaba celebrando. "¿Cuánto más debería durar este estúpido torneo?" me cuestione con exasperación. Me sentí mal por haberle abandonado cuando más me necesitaba, pero la culpa me había estado atormentando cada que le veía.

- Pensé que te mantendrías a cargo de la Reina Rhaella por más tiempo, Amelie – comento la Princesa Elia sorbiendo del te – Me alegra que vuelvas conmigo.

- La Reina Rhaella no se estuvo sintiendo bien – explique avergonzada – Aun me encuentro a cargo de sus habitaciones, pero Lina me ha dicho que usted no la ha estado pasando mejor que la reina, mi Princesa.

- Ni te imaginas cuan mal la he pasado estos días – murmuro mirando los rosales que nos rodeaban - ¿Alguna vez te has enamorado, Amelie?

- Si – respondí secamente – Hace tanto, que parece fue en otra vida.

Y lo fue, en mi otra vida le otorgue mi corazón a un absurdo amor. Uno que incluso me condujo a este mundo. Aquel que me había dado vida y muerte, todo en un único beso feroz. Sostuve con fuerza mi propia taza sintiendo que el calor del liquido amenazaba con quemar mi piel.

- ¿Por qué no están juntos ahora? -inquirió la dorniense interesada por mi respuesta.

- Porque era un amor por el que únicamente yo rezaba, así que los Dioses se negaron a escucharme – conteste mirando al cielo, dejando salir parte mi amargura – Su corazón no me pertenecía y no importaba lo que hiciera nunca lo haría.

La Princesa Elia tomo mi mano en un gesto reconfortante. La hermosa mujer suspiro con tristeza, luego miro a nuestro alrededor. Estábamos relativamente solas, nuestra única compañía era Ser Arthur Dayne, quien permanecía de guardia a unos metros de distancia. Obviamente no podía escuchar nuestra conversación.

- Voy a contarte algo, pero necesito que prometas no decirle a nadie – susurro bajito.

- No me atrevería, mi Princesa – acorde con honestidad.

- El Príncipe Rhaegar planea presentar ante el Concejo una solicitud – la mujer cerro los ojos conteniendo las lágrimas – Desea solicitar que se le permita tener una segunda esposa, tal como una vez lo hizo Aegon el Conquistador.

Abrí mis ojos con sorpresa, esto era sin duda un cambio inesperado. Aunque la verdadera cuestión seria ver si era uno para mejor, o solo empeoraría mas el futuro. Me detuve para analizarlo. Por supuesto, si Rhaegar tomaba como segunda esposa a Lyanna Stark con la aprobación del Concejo y de la propia Casa Stark, la situación seria más manejable.

Sin embargo, el principal conflicto radicaba en la reacción de Robert Baratheon. Si el venado se decía por iniciar la guerra contra el dragón nada le detendría. A menos, que su obsesión cesara mágicamente. "O se obsesionara con otra" pensé con ironía. Ninguna de las opciones era una probabilidad siquiera.

- Míreme, Princesa Elia – le solicite – Puedo entender su sentir, ya que yo misma lo he experimentado, pero le pido no se debilite. Usted es una Martell por sangre, vuestro lema es "Nunca doblegado, nunca roto" y es hora de que los demás también lo vean.

- Parece sencillo, pero él es todo lo que había soñado – la dorniense negó lentamente retirándose el par de lágrimas con frustración - ¿Cómo fue que tú lo superaste?

- Pase mucho tiempo pensando que la mujer que había robado su amor era afortunada, si – reflexione - Pero luego me di cuenta de que el hombre que se llegara a merecer mi amor seria aún más afortunado.

- ¿No los odiaste? – pregunto con algo de molestia en su voz

- No podría, lo intente, pero él era un buen hombre y ella una desconocida –comente con tranquilidad, recordando que hubo un tiempo donde los celos me convirtieron en un ser totalmente desconocido para mi – En su lugar, deje de amarlo a él para empezar a amarme a mí.

La Princesa Elia Martell lo medito con calma intentando encontrarle sentido a mis palabras. Sabía que necesitaría tiempo para recomponerse, que era probable que mis palabras sonaran vacías a sus oídos en este momento. Una mujer enamorada era una fortuna, pero una mujer abandonada era un infortunio. Sin embargo, Elia Martell era una mujer inteligente que encontraría las respuestas a sus inquietudes por su propia cuenta.

- Gracias – dijo ella, le di un breve asentimiento con la cabeza – Tienes razón, además, tengo a otras personas para amar, mi hija, mi familia.

- En cualquier caso, si la Princesa Elia me lo pide yo podría discretamente eliminar a su competencia – brome con ella, lo que la hizo sonreír – Solo tiene que pedirlo, incluso mataria por usted.

- Eso no será necesario, el tiempo calmará mi angustia y mi colera – aseguro con firmeza – No voy a doblegarme por esto.

Honestamente le daría un beso a la mujer frente a mí, quien parecía haber recuperado un poco de su alegre espíritu. ¡Dioses! Como alguien podía ser tan ciego para no ver lo que esta Princesa podía lograr. Tal vez amar a Rhaegar Targaryen era lo que había apagado su resplandor, pero era cuestión de tiempo para que estuviera brillando de nuevo. Después de todo el sol era parte de su emblema.

- Bebo retirarme, pronto anochecerá y necesito tener las habitaciones listas para la Reina y el príncipe Viserys – murmure levantándome y dándole una reverencia – Nuevamente gracias por las prendas que envió a mi habitación, son hermosas.

- No agradezcas – sentencio ella, restándole importancia – Además, si encuentras algunas prendas demasiado exóticas solo ignóralas, esas son por parte de mi hermano, Oberyn.

- ¿Su hermano? – pregunte confundida del porque él tendría algo que ver con el regalo.

- Le contado un poco sobre ti en mis cartas – la dorniense controlo su sonrisa ocultándola detrás de su taza – Puede que ahora este algo obsesionado contigo, pero no te preocupes, Oberyn tiende a tener sentimientos que van y vienen con facilidad.

- Entonces será mejor que me mantenga lejos del hermano de la Princesa – le informe riéndome, era bien conocido por los Siete Reinos que Oberyn Martell era un mujeriego – Buena noche, mi Princesa.

Camine lentamente por los pasillos meditando sobre las opciones a tomar en cuenta para el futuro. Lo primero era ver como se tomaría el concejo la solicitud de Rhaegar, aun mas importante era conocer la reacción del Rey Loco. Sin duda, ese sería el mayor problema. Ese hombre era como una bomba dispuesta a explotar por cualquier motivo.

A lo mejor era momento de enviar al Rey Aerys con sus ancestros de una buena vez. No me sentí recia ante ese pensamiento, no después ver lo que el hombre era capaz de hacer. Además, estaba a tiempo de evitar que pusiera al Norte en contra de los dragones. Si no lo había eliminado antes era porque mi único objetivo era proteger a la Princesa Elia y a sus hijos.

Originalmente pensé en mantenerme a su lado, solamente esperando el momento adecuado para llevarla de regreso a Dorne con los suyos. Había entrenado con ese fin, estudie todas las rutas de escape e incluso prepare una maleta con ropa, dinero y otras cosas a las afueras de Desembarco del Rey. Ahora existía la posibilidad de que eso no fuera necesario.

Lo primero seria eliminar al dragón loco, después se tendría que aplacarla furia del Baratheon. Suspire sintiendo un fuerte dolor de cabeza ante la idea de planear nuevas estrategias. Era todo un lio, porque no solo era pensar en manejarlos a ellos, también habría que prevenir el actuar del resto de las casas.

Fui sacada de mis pensamientos cuando un cuerpo me atrajo a lo profundo de un rincón poco iluminado de la Fortaleza Roja. Mis pulmones ardieron ante la falta de aire, mi grito quedo apagado debajo de una formidable mano. Mi vista tardo en acostumbrarse a la nueva oscuridad. Una vez más experimente un sentimiento tan viejo como la vida misma. El miedo.

FatalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora