VI

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El jefe de los Guardianes en Pozo Dragon era un hombre extraño, por así decirlo. Un hombre que me aterraba si era honesta la verdad. La primera vez que me presente ante él me había arrojado una mirada de desconfianza. No hablo más que para explicar cuáles eran mis actividades. Una de ellas era limpiar los restos de comida que iban dejando los dragones.

- Buen día, Coryo – salude al joven aprendiz, agradecida de no encontrarme con el jefe.

- Buen día, Amelie – murmuro mirando con incertidumbre el pasillo que conducía al nido de Vermax.

- ¿Ha pasado algo? – pregunte con curiosidad genuina.

Coryo pareció pensarlo unos minutos como si dudara en si era correcto decirme lo que pasaba o no. No me ofendí. Coryo era el hijo del jefe de los Guardianes, un joven amable y un poco tímido. Era el único que me había recibido con una sonrisa y me apoyo para comprender mejor la organización de Pozo Dragon.

- Vermax ha estado inquieto – dijo nervioso – El Príncipe Rhaegar tuvo que venir durante la noche para controlarlo. Pero esta mañana cuando entre al nido de Luna Plateada la note diferente también.

Luna Plateada era la dragona que una vez le perteneció a la Reina Valeryan. Por lo poco que sabia era que esta dragona fue la más tranquila de Pozo Dragon, incluso más tranquila que Sueña Fuego. Tras la pérdida de su jinete se dice que cayó en un estado de tristeza que la mantenía todo el tiempo adormecida.

- ¿Le has informado a tu padre? – cuestione.

- Padre vino con el Príncipe Rhaegar – el joven miro con tristeza el suelo – Vermax casi le quema, está en casa descansando.

- ¿Qué hay de los otros Guardianes? – volví a interrogar, mientras colocaba una mano sobre su hombro.

- Ruel y Ragel vigilan a Caraxes – revelo – El resto vigilan a Sueña Fuego, Fuego Sol, Luna azul y Rhaerion.

- Es una suerte que el resto de los dragones estén en Roca Dragon – comente intentando tranquilizarle – Veamos qué podemos hacer.

Comencé caminando al ala donde se encontraban Vermax y Luna Plateada. Estaba al corriente con lo peligroso que era aquello, pero necesitaba saber que tan alterados estaban los dragones en este momento. Coryo me siguió inseguro de si estábamos haciendo lo correcto. Me detuve cuando noté la entrada del nido de Vermax. Ambos guardamos silencio esperando escuchar alguna actividad dentro. Sin embargo, ni un sonido salió.

- No hagas ningún ruido, Coryo – pedí mirándole mientras llevaba un dedo frente a mis labios – Pase lo que pase, no hagas ruido y sobre todo colócate detrás mío.

Coryo asintió rápidamente. Así que retomamos el camino, identifique que estamos cerca ya que la dragona se mantenía siempre junto a Vermax. Lo habían estado desde que se emparejaron hace muchos años. Todos en los Siete Reinos conocían la historia de esta pareja de dragones, no había Vermax sin Luna Plateada, tal como una vez lo fue con sus jinetes. No existía Rey Jacaerys sin su Reina Valeryan.

Mis ojos se abrieron maravillados ante la belleza colosal que era Luna Plateada. La dragona tenía escamas plateadas que brillaban como hielo, pero lo más llamativo eran sin duda sus alas grises y sus cuernos negros. Me sentí agradecida de tener la oportunidad de verle. Ya que nunca salía de Pozo Dragon, a diferencia de los otros dragones.

Aparentemente Coryo compartía la misma emoción porque dejo salir una exclamación de sorpresa. Me tense ante el pequeño ruido fijando mi mirada en la dragona, esperando que se mantuviera tranquila. A pesar de mis suplicas a los Dioses Antiguos y Nuevos, no tuve suerte. La dragona se removió soltando humo por sus fosas nasales.

Quise gritar de frustración cuando sus ojos plateados miraron en nuestra dirección. No parecía contenta de tener intrusos en su nido. Pronto se levantó alzando sus enormes alas. El suelo debajo nuestro vibro con fuerza. Coryo soltó algo parecido a un gritito detrás de mí. Luna Plateada gruño con fuerza, mientras se movía hacia nosotros.

- ¡Kelitis! – grite con fuerza, recordardando el poco valyrio que conocia, manteniendo mi mirada sobre ella - ¡Kelitis!

Realmente no esperaba que me obedeciera, simplemente buscaba que enfocara su atención en mi para darle la oportunidad a Coryo de correr lejos. Jure que mi alma regreso a mi cuerpo cuando la dragona se detuvo ante mi orden. Una parte de mi olvido como volver a respirar.

- Coryo, ve fuera – instruí al chico – Lentamente.

No tuve que mirarle para saber que estaba siguiendo mi indicación. Tal vez al final mis oraciones si habían llegado a oídos de los Dioses. La dragona continúo mirando al aprendiz detenidamente, pero no hizo el intento de seguirle. Inhale profundo cuando quede a solas con Luna Plateada.

- Lykiri – murmure insegura de estar pronunciando correctamente las palabras. Solo conocía un par de comandos, debido al Príncipe Viserys.

Luna Plateada cerro sus ojos unos segundos, cuando los abrió nuevamente me miro aun con más atención. Decidí que era momento de intentar salir del nido, antes de que decidiera comerme. Camine un par de pasos en reversa intentando no alertarle de mi huida. Eso no le gusto porque decidió seguirme.

Extendí mis manos por inercia intentando protegerme. Brevemente pensé en si esta vez podría regresar a casa tras mi muerte en este mundo. La idea me tranquilizo. Extrañaba mi hogar y mi gente, esperaba poder volver con ellos. Sentí una corriente de aire caliente extenderse por mis brazos, como un resoplido. La sensación cálida era reconfortante.

Ambas nos quedamos quietas incapaz de dejar de mirarnos. Y entonces me di cuenta de que Luna Plateada no parecía interesada en devorarme. Solo podía existir una razón por la cual un dragón obedecería las ordenes de una persona. Un dragón solo escucha a su jinete. Corrí asustada ante ese pensamiento, abandonando el nido de la dragona.

FatalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora