IV

176 20 0
                                    

Mi estomago gruño con apetito recién despertado. Suspire, sabía que mi reunión con el Príncipe Rhaegar Targaryen retrasaría mi hora de romper el ayuno. Ya había pasado mala noche intentando mantener las habitaciones de la Reina Rhaella cálidas. Observe mi mano notando la presencia de una pequeña astilla enterraba en el pulgar. No era dolorosa, pero se estaba volviendo muy incómoda.

- Esta ante la presencia de Rhaegar Targaryen el primero con el nombre – sentencio Jon Connington, atrayendo mi atención – Heredero al Trono de Hierro, Príncipe de Roca Dragon y jinete de Vermax.

- Mis respetos, su gracia – reconocí con una inclinación siguiendo el protocolo de la corte.

- ¿Sabe cuál es el motivo por el cual se ha solicitado su presencia? – cuestiono Connington.

- Puedo asumir el motivo, mi señor – afirmé mirándole directamente – Cometí un terrible error el día de ayer al faltarle el respeto a su Alteza.

- Sus acciones deben ser castigadas – ordeno – Y lo serán.

Mantuve mi frente en alto, sosteniendo la mirada fría del mejor amigo del Príncipe Rhaegar. No estaba intentando desafiarle, únicamente me mantuve firme en no dejarme doblegar por ningún hombre. Simplemente aquello no iba conmigo.

- Ser Arthur Dayne y Ser Jaime Lannister han intervenido a vuestro favor – dijo el Príncipe Rhaegar dirigiéndose a mi – Debe saber que, de no ser por ello, su castigo pudo ser mas severo.

Me asombro que el Lannister abogara a mi favor, puesto que nuestra relación era meramente cordial. Además, el heredero de los Lannister pasaba sus días jugándome bromas poco ingeniosas, esperando molestarme. Honestamente, aquello era hasta cierto grado divertido para ambos. Pero no imaginaba que fuera lo suficiente para que el caballero rubio interfiera por mí.

- Agradezco el buen acto de ambos caballeros, pero lo consideró innecesario, Principe – argumente mirando sus ojos violetas – Si debo hacerme responsable de mis actos, entonces lo hace por completo.

- No seas insolente, mujer – gruño Connington acercándose a mí.

- No es insolencia, señor – dilucide – Soy del norte, un lugar donde el que hace el acto responde por su consecuencia.

Jon Connington medito mis palabras por unos segundos, luego sonrió con ironía mientras murmuraba algo que sonó con un "los malditos norteños con su alta moral". Aparte mi vista del castaño insegura de lo que había dicho. Me sorprendí cuando noté la sonrisa satisfecha del Príncipe Rhaegar Targaryen.

- No puedo dejarle sin recibir un castigo – explico el Targaryen – Pero le daré uno que a ambos nos deje tranquilos.

- No entiendo, su Alteza.

- Tengo entendido que ha sido la confidente de la Princesa Elia – asevero acercándose demasiado a mi persona – Y la guardiana autoproclamada de la Reina Rhaella y del Príncipe Viserys.

El olor a menta se adueñó de mis sentidos. Era el mismo aroma que lograba sentir dentro de las habitaciones de la Princesa Elia cada noche después las visitas de su esposo. Por fin logre encontrar el origen de tan agradable fragancia, era una lástima que perteneciera a este hombre.

- Es una forma de decirlo, Principe – concedí, nerviosa por su cercanía – Sin embargo, ninguno de mis actos anteriores se realizó con la intención de tener algún tipo de indulgencia para el futuro.

- No es lo que pretendía insinuar – aclaro el mientras tomaba un mechón de mi cabello.

Me congele en mi lugar incapaz de entender lo que estaba pasando. Sin embargo, me encontré sosteniendo su mirada. Marrón contra violeta. Por primera vez me di cuenta de lo enorme que era el Príncipe Rhaegar Targaryen a mi lado. Si el hombre quisiera podría aplastarme sin dudarlo. Y entonces lo vi, aunque de manera fugaz. Justo en lo profundo de sus ojos violetas brillo un fuego intenso.

- Cumpliré el castigo que su gracia me otorgue – dije alejándome asustada por la fuerza de su mirada – Solo dicte su sentencia.

Rhaegar Targaryen pareció salir de sus pensamientos ante mis palabras. Rápidamente dio un par de pasos hacia atrás. Enfoque mi atención en Jon Connington quien mantuvo su mirada ceñuda sobre el heredero Targaryen. Tome una bocanada de aire aprovechando que nadie me miraba.

- Trabajará en Pozo Dragon limpiando y alimentando a los dragones que yacen ahí – decreto apartando la mirada de mí, centrándose en un par de mapas que descansaban en una mesita cercana – Queda a cargo de los Guardianes de Dragones.

- Como ordene, su Alteza – realice una corta reverencia – Me retiro entonces.

Mis sentidos se activaron alertados por la cercanía del hombre, una extraña sensación de nervios me recorrió por completo al recordar aquella mirada. No podía reconocerla porque no era alguna que hubiera visto antes en el Príncipe Targaryen. Por ahora, lo mejor era volver a donde me sentía más cómoda. Debía volver a las sombras.

- Detener – Rhaegar ordeno con voz ronca, le obedecí sin girar a verle - ¿Cuál es su nombre?

Aquel tono de voz era el mismo que alguna vez le había escuchado usando para comandar a sus hombres. El mismo que utilizaba para hacer que su dragón, Vermax, le obedeciera. Me congele en mi lugar,  reconociendo el grado de poder que este hombre poseía.

- Amelie – murmure lo suficientemente alto para ser escuchada – Amelie Snow, Alteza.

Sujeté el pomo de la puerta con fuerza y salí de la habitación ante el silencio del Príncipe Rhaegar. Apenas unos pasos lejos, me percate que ahora la incomodidad de la astilla se había terminado volviendo punto doloroso. Incluso sin que me diera cuenta un par de gotas de sangre comenzaron a brotar de la herida. Aquello no era un buen presagio para mi futuro. 

FatalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora