XXX

149 37 0
                                    


Advertencia: Contenido +18

Casi tropecé con una pequeña piedra en medio del sendero poco transitado. Me detuve mirando mis zapatos desgastados notando que se habían rasgado de la parte delantera. Bufe cansada ante la idea repentina de que la mala suerte me perseguía a todos lados. Mire lo que restaba del camino intentando calcular que tan lejos estaba el arroyo.

Era algo tarde, sospechaba que pronto la luz del sol se esfumaría dejando la oscuridad de la noche. "No creo que sea buena idea continuar" medite con calma. Sin embargo, la sensación sudorosa que había cargado durante casi todo el día me hizo creer valía la pena el riesgo. Definitivamente moriría por un baño. Con esa nueva resolución me dispuse a continuar mi camino.

Camine por unos minutos más hasta que escuche el ruido que producía el agua viajando a través del arroyo. Sonreí porque llevaba algo de tiempo intentando llegar a este lugar. Aunque era cansado caminar el largo tramo, valía la pena si deseaba algo de privacidad. Apenas pude disfrutar de la hermosa vista unos segundos cuando un gruñido escalofriante me hizo temblar con sospecha.

Dirigí mi vista encontrándome con los ojos rojos de una enorme bestia. La mala suerte que parece perseguir a todas las mujeres de mi familia puede que si sea cierta después de todo. Ni siquiera en otro mundo pude verme libre de aquello. Busque en el suelo intentando encontrar un arma que me fuera útil, cualquier cosa.

- ¡Detente! – grite sosteniendo una roca dispuesta a lanzarla, sabiendo que eso era un intento inútil de alejar al animal.

El macho gruño con fuerza nuevamente, su hocico mostrando una serie de amenazantes dientes. No era necesario comprobarlo para saber que eran filosos. Tenía un aspecto similar al de un lobo, solo que este era del tamaño de un caballo. Un enorme lobo negro de ojos sangrantes. Y por mucho era el ser más aterrador que hubiera conocido con anterioridad. Tal vez, solo por debajo de los dragones, por supuesto.

- ¡Tranquilo, Ceniza! – ordeno una voz ronca que salía de los árboles más cercanos - ¡Obedece!

El lobo huargo pareció reconocer inmediatamente los comandos por que se alejó luciendo apaciguado. Habían bastado un par de palabras para que la bestia oscura se tranquilizara. Mantuve con fuerza entre mis manos la piedra, todavía esperando que retomara su ataque. No quise apartar la vista del animal, pero necesitaba ver la cara de mi salvador.

- ¡Tu! – grité cuando vi al hombre a unos metros, surgiendo de las sombras tanto como de mis recuerdos. Alto, imponente y vestido como la muerte misma - ¡No puede ser!

El hombre abrió grande sus ojos grises reconociéndome inmediatamente. Mi corazón comenzó a bombear con fuerza ante la imagen frente mío. "Es el, sin duda es el" pensé impresionada intentando encontrar sentido a todo esto. Sin embargo, nunca olvidaría ese cabello castaño desordenado ni esos malditos ojos fríos como el invierno. Trague grueso detallando que los años habían sido generosos con él.

Aparto su vista rápidamente, dejándome una molesta sensación de tristeza cuando no dijo nada. Lo observe acercarse al lobo huargo para susurrarle un par de cosas, inmediatamente el animal se marchó en la misma dirección de la que él había recién aparecido. El castaño se acercó ofreciendo su mano de forma silenciosa. Todavía alterada por el reencuentro me permití aceptar su ayuda.

- Yo ... - comencé a murmurar sintiendo un estremecimiento recorrerme el brazo cuando nuestras pieles se tocaron – Creo que debería irme.

Permaneció en silencio mirando nuestras manos unidas, su agarre se volvió firme, no pareciendo dispuesto a dejarme ir. Con sorpresa me di cuenta de que tampoco deseaba que me dejara partir. No cuando el recuerdo antiguo de su compañía hace unos años me dijo que me quedara, que esta vez no lo perdiera.

FatalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora