VII

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Jon Connington me observo con el ceño fruncido desde el otro lado de la mesa de roble. Teníamos un par de mapas y escritos frente a nosotros, estábamos en medio de una reunión para organizar las provisiones dentro de la Fortaleza Roja. Sin embargo, mi mente se encontraba distraída.

- Su alteza, sé que calcular costales de semillas no es la actividad más placentera que existe - dijo Connington llamando mi atención - Pero es un deber por cumplir.

- Lo lamento, estos días me he encontrado algo indispuesto - argumente.

- ¿Problemas con la Princesa Elia? - inquirió el - ¿Nuevamente?

- Me temo que el único problema recae en mi persona- comencé a explicarle - La Princesa Elia es todo lo que está bien, es una buena madre y una abnegada hija.

- ¿Y cómo esposa que es para usted, mi Principe? - Jon Connington me miro con suspicacia.

Me removí el cabello con inquietud. Hace años me había casado con Elia Martell porque era lo mejor para el reino. Y porque una parte de mi esperaba encontrar en ella un complemento. Habiendo crecido escuchando las historias que rodeaban a los miembros de la Casa Martell, esperaba encontrar en mi joven esposa un espíritu tan audaz y vivaz como el de sus antecesores.

Resulto un poco decepcionante cuando ella se comportaba más como un corderito que seguía cada una de las indicaciones que se le otorgaban al pie de la letra. No le culpaba por ello, sabia lo difícil que era sobrevivir en la corte sin apoyo. Además, Elia cumplía su papel a la perfección. Era una dama de alta cuna, hermosa, inteligente, amable y sobre todo amaba con devoción a nuestra hija. No debería sentirme como me sentía por ella.

- Ella es perfecta - solté intentando no pensar en la culpa que me daba no sentir más que afecto por ella.

- Y, aun así, no es perfecta para usted ¿no?

- No la merezco, por más que me esfuerzo siento que estoy fallándole - mi molestia era evidente - Y se ha vuelto cansado intentarlo.

Fui sincero con mis palabras, si existía alguien a quien podía confiarle mis secretos ese era Jon Connington, sin duda. Hablar por primera vez de mi situación actual con respecto a mi matrimonio no era un tema fácil de abordar, pero me encontraba en un momento donde las dudas amenazaban con destruirme.

- Me temo que esto puede estar relacionado con los diarios del Rey Jacaerys - asevero mi viejo amigo - ¿No es así, su Alteza?

Asentí con la cabeza, reconociendo que todo tenía su origen en esos malditos diarios. Si tan solo los hubiera dejado olvidados dentro del nido de Vermax nada de esto estaría pasando. Tal vez no tendría estas vacilaciones.

- Leer los pensamientos de mi antepasado fue algo extraño, Connington - murmure intentando exponer mi nueva visión de las cosas - Es bien conocido en los Siete Reinos que cada vez que un Targaryen nace, una moneda es lanzada al aire ...

- Locura o grandeza - continuo el - No debe preocuparse por ello, cualquiera con un mínimo de inteligencia puede ver que usted esta más cerca de lo segundo que lo primero, su Alteza.

- El Rey Jacaerys escribió que el también solía estar asociado a la grandeza, más que a la locura - conté mirando el cielo azul que relucía por la ventana - Y sin embargo, tuvo un momento de querer caer en la locura.

- Me temo que no comprendo.

Recordé con exactitud las palabras que se encontraban escritas por la propia mano del Rey Jacaerys, palabras que de no haber leído por mi propia cuenta nunca hubiera creído ciertas.

"Prefiero dejarme caer en la demencia, con la única intención de justificar mis acciones, después de todo, mi sangre siempre ha estado asociada con ello. Lo siento por mi madre, por mis hermanos y por el reino entero, pero sé que, si ella no me es devuelta, tampoco lo hará mi cordura" - Jacaerys I, Príncipe de Roca dragón.

Los sentimientos más íntimos que poseía ese hombre se encontraban en la palma de mi mano. Narrando parte de mi herencia, lo que fuimos, lo que éramos y lo que podríamos ser como miembros de la Dinastía Targaryen. Entre más leía sus días, más entendía la melancolía que me afligía sin importar que pareciera tenerlo todo.

- El mundo entero cree que el poder de cualquier Targaryen viene de sus dragones - argumente volviendo a centrar mi mirada en los mapas - Pero el verdadero poder viene del fuego que corre por nuestras venas. El fuego que se alimenta de nuestros sentimientos.

- Sea un poco más claro, mi Príncipe - solicito Connington sumamente confundido.

- Somos fuego devastador y furioso cuando odiamos - arrugue con fuerza un pequeño mapa cercano - Somos fuego cálido y reconfortante cuando amamos.

- Tiene razón, alteza - el hombre miro mi mano reconociendo mi inestabilidad - Por eso debe enfocarse en el amor que siente por su gente, por su familia.

Rei sin gracia ante aquellas palabras. Molesto con mi confidente por la facilidad con la que decía esas simples palabras. Podía ser el heredero del Trono de Hierro, pero siempre sería el esclavo de lo que se esperaba que hiciera, lo que tenía la obligación de hacer. Entonces entendí que él no podría alcanzar a divisar la magnitud de lo que representaba esta platica.

- ¿Qué pasa si tal como paso con mi ancestro, encuentro a alguien que haga que mis venas ardan con deseo y devoción? - interrogue mirando con frialdad - ¿Qué pasa si mi sentimiento es más fuerte que el deber?

Jon Connington no hablo, permaneció en silencio unos minutos. Parecía sorprendido por mi cambio de actitud. Pero eso no me importo, la verdad era que una parte de mí ya sabía la respuesta. Desde hace mucho me di cuenta de que Elia Martell no era la mujer destinada para mí, con resignación me mantuve fiel a mis juramentos porque era lo mínimo que ella se merecía.

Sin embargo, recientemente los sueños de dragón me habían mostrado la silueta difusa de una mujer, que aun sin rostro le dio un aleteo a mi corazón. Lo comprendí cuando leí al Rey Jacaerys narrando sus propios sueños, donde las visiones de su futura reina se comenzaron a hacer presentes.

- Que los Dioses nos protejan si algo como eso llega a pasar, su Alteza - solicito Jon Connington con rectitud.

Esto ya no se trataba de si llegaba o no a pasar, la verdadera interrogante era cuando pasaría. Me sentía ansioso e inquieto, tal como mi dragón. Vermax estaba actuando extraño desde hace algunos días, buscando la forma de mantenerse cerca de Luna Plateada todo el tiempo. La pareja de mi dragón también actuaba diferente, parecía incluso más vivaz.

Inmediatamente vino a mi pensamiento el recuerdo de una pequeña mujer con ojos color miel, cuya primera impresión de ella era similar a la que tuve cuando conocí por primera vez a Luna Plateada. Solemnidad e indiferencia. Rasgos norteños sin duda, una sonrisa pequeña se deslizo por mis facciones, reconociendo que eso me agradaba.

- Tomare lo que me pertenece - afirme con una seguridad que no tenía desde hace mucho - Con fuego y sangre, si es necesario.

FatalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora