XXIII

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El aroma demasiado dulzón que se desprendía de la mujer entre mis brazos me hizo sentir mareado. Repentinamente desee alejarle de mí ante el reflejo nauseoso que aquello me produjo. Sin embargo, la mantuve cerca, mientras contenía la respiración, dejando que esparciera besos a lo largo de mi mandíbula. Había extrañado este tipo de contacto físico.

- Pareces algo distraído – susurro la hermosa mujer cerca de mi oído, tenía un ligero olor a vino en su aliento – Espero que no estes pensando en otra mujer, querido hermano.

- No digas tonterías – respondí con una sonrisa burlona – Teniendo a la mujer más hermosa de los Siete Reinos en mis brazos como podría siquiera imaginarlo, querida hermana.

- Y, sin embargo, he estado por varios días aquí y no has venido a verme ni sola vez – reclamo Cersei alejándose con un gesto agrio en su bonito rostro – Incluso he escuchado que te gusta jugar con ratones en los oscuros pasillos de este lugar.

- No me digas que incluso tú has creído esas blasfemias en mi contra – respondí atrayéndola con fuerza a mi pecho – Un ratón nunca dejaría satisfecho a un león.

- Un león necesita muchos mas que eso – recito tomando mi mentón - Necesita un igual.

Simplemente sonreí ante sus palabras, ambos comenzamos a besarnos con intensidad. Tome una de sus piernas colocándola a un lado de mi cadera, empujándola contra uno de los tantos estantes dentro de la biblioteca. Cersei lo había llamado burlonamente nuestro nidito de amor.

Yo solamente pensé que era un lugar conveniente. Siempre vacío, ya que la mayoría de los maestres impartían sus clases en los jardines. Especialmente cuando se trataba de enseñar sobre hierbas y otras cosas aburridas que nunca me intereso entender. Solo cuando las tormentas llegaban era que se volvía un lugar concurrido.

- ¡Amelie! – grito una voz que reconocí como la del maestre Ergel, detuve mis avances sobre el cuerpo de mi hermana – Te ordeno que respondas mis cuestionamientos.

- He dicho que no sé de que habla, maestre Ergel – respondió la mujer en cuestión.

Hubo un momento de silencio que aproveche para mirar a Cersei, quien parecía divertida por la situación. A veces olvidaba lo ingenua que podía ser esta mujer, ignorante de los riesgos y los castigos. Aunque me tranquilizo saber que estábamos en el área más apartada y peor iluminada del lugar. Sin embargo, todavía era posible que nos vieran si se acercaban un poco más.

- ¿Dónde estuviste anoche? – cuestiono el hombre claramente molesto – Fui a buscarte a tu habitación para recuperar los pergaminos para la clase de hoy, pero no estabas.

Cersei dejo de sonreír aparentemente tan intrigada como yo por lo que estábamos escuchando. Sospechaba que mi hermana más que nada motivada por la necesidad de cotillar. En cambio, me encontré prestando atención deseando saber en donde se estaba metiendo esa mujer rebelde. A saber, que tipo de problemas estuvo buscando en esta ocasión. Me reí mentalmente ante la imagen.

- Ya sabe que paso algunos días con los niños y Madre Paloma – se excusó ella, intentando restarle importancia – No es algo nuevo.

- No creo tu palabra, especialmente porque hable con Lord Varys esta mañana – sentencio con dureza el anciano – Ha dicho que estuvo anoche con Madre Paloma revisando las ultimas cuentas, no te ha visto en ningún momento.

- ¿Desconfía de mí? – pregunto ella sonado abrumada – ¿Se me está culpando de algo?

- No desconfió de ti, pero nos preocupamos – explico el maestre suspirando – Una mujer no debería exponerse a los peligros que rondan allá fuera.

Se escucho el sonido de una silla siendo deslizada sobre la rugosidad del piso. El silencio permaneció por unos minutos. A mi lado Cersei se había acomodado de puntillas para lograr ver a través de los libros. Instintivamente hice lo mismo. Me encontré con la imagen de Amelie portando un ligero vestido estilo dorniense. Sentí un extraño estremecimiento en mis entrañas ante la vista sensual de la mujer.

- No quería preocuparle, Maestre – suspiro Amelie, el movimiento hizo que su pecho resaltara brevemente. La reacción en mi entrepierna fue automática.

- Me preocupa que decidas hacer todo por tu cuenta – murmuro el anciano – No deberías estar sola, mucho menos vagando por Desembarco del Rey.

- No estaba sola, Maestre – aclaro ella nerviosa.

- ¿Con quién has estado? – cuestiono el hombre

Amelie pareció pensarlo, su ceño se frunció como si hablarlo fuera de lo mas difícil. Luego sonrió, la misma sonrisa que previamente solía compartir conmigo durante sus entrenamientos. Era la expresión que utilizaba para contarme alguna de sus travesuras.

- Podría decirse que con mi pareja – dijo ella sin dar más explicaciones.

- Jovencita, me has dicho más de una vez que no estabas con nadie – el maestre se levantó de su asiento escandalizado – Incluso te negaste a tomar él Te de Luna que te ofrecí.

- Porque no lo necesito – expuso la castaña con firmeza – No lo quiero.

- ¿Acaso quieres quedar embarazada de un bastardo? – ahora el anciano estaba molesto, casi tanto como lo estaba yo – Debes amar mucho a ese hombre.

La mirada de la mujer morena permaneció firme sin dejarse amedrentar por lo comentarios agresivos del hombre. Era la misma actitud desafiante que había mostrado ante mi padre, la misma que me había llevado a compararla con una leona. Trague pesado, con furia ante la idea de verla de esta forma por un hombre.

- No se imagina las cosas que alguna vez hice utilizando de justificación el amor, Maestre Ergel – no había rastro de calidez en su tono de voz, sonaba distante – Pero no permitiré que se me culpe ni recrimine por ello.

- Esta nublando tu mente – acuso el – Te está volviendo loca.

- No conozco de amores escasos ni débiles – murmuro ella – Mi sangre no sabe otra forma de amar.

Con esas últimas palabras se levantó de su asiento, miro llanamente al anciano y le dio un pequeño beso en la mejilla. Pude ver sus labios moverse diciendo palabras secretas, las cuales no alcance a escuchar. Luego se marchó con el vestido dorado ondeando tras ella. Quise seguirle, encararla. Sacudirla para que me dijera quien era ese hombre.

Cersei se rio bajito cuando la biblioteca se quedó semivacía nuevamente, únicamente quedamos nosotros dos. El portazo que el Maestre Ergel había dado nos lo confirmo. Sentí los labios de mi hermana sobre mi rostro nuevamente. Sin embargo, todavía me sentía ofendido por la conversación que estuve espiando, como para prestarle atención a mi hermana.

Esa mujer estaba aparentemente enamorada de un hombre desconocido. "¿Quién era ese hombre para tenerla a ella?" me cuestione con amargura, con el sabor acido de los celos en mis entrañas. Lo sabía ahora, no tenía ni la pequeña duda, la quería a ella. El león se había perdido en la nieve. ¡Siete infiernos!

No era una revelación sorprendente. No cuando el recuerdo de imaginarla vestida de rojo y dorado se manifestaba en mis sueños, mucho menos cuando el pensamiento de verla sonriéndome me brindaba calidez. Si algo era seguro era que esa extraña mujer me tenía embrujado, encandilado, tal vez incluso enamorado. Y la tendría, por los Dioses que la tendría.

"Las cosas que hago por amor" pensé empujando a Cersei lejos de mí. Descansado de ese olor empalagoso que amenazaba con ahogarme. No mire atrás cuando la deje sola y confundida en la biblioteca. Este era el fin de nuestra turbia asociación, ahora volveríamos a ser lo que estábamos destinados a ser, desde nuestro primer aliento en este mundo. Hermano y hermana.                                                                                      


FatalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora