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Al otro día, desperté con la esperanza de poder hablar con el Mateo, pero lamentablemente no fue así. Cuando estuvimos la mayoría en el primer piso tomando desayuno, el único que se encontraba ausente era él, que por lo que le había informado a su mamá, tenía que hacer un asunto importante con el Felipe y el Nacho.

Me estaban inundando un montón de dudas sobre su actitud de la noche anterior y sospechaba que esto de no encontrarse en la mesa con nosotros en este momento debía estar relacionado con ello.

— ¿Se sirven algo más? —Consultó el papá del Mateo en cuánto nos vió a la Coni y a mi comiendo en silencio.

— No, gracias. —Sonreí cortésmente.

Saqué mi celular del bolsillo de mi poleron y lo desbloqueé discretamente debajo de la mesa, mandandole un mensaje al Mateo para preguntarle si estaba bien. Levanté la vista y me volví a fijar en que el Rodrigo mantenía sus ojos en mi y cuando lo pillaba, los desviaba hacia cualquier otro lado. Lo había sorprendido haciendo eso unas tres veces antes y ya me estaba incomodando, porque no estaba entendiendo qué le pasaba o si es que yo tenía algún moco asomado y estaba pasando vergüenza.

— Llegué. —Se escuchó la voz del Mateo y la puerta cerrarse. Sentí un pequeño alivio recorrerme el cuerpo y me volteé, tal como todos los hicieron, para verlo llegar hasta nosotros.

Sonreí al notar que casi hace contacto visual conmigo, pero lo desvió rápidamente y fijó su mirada detrás de mi, donde se encontraba su hermano que estaba frente mío en la mesa.

Me volteé delicadamente hacia adelante, intentando hacer caso omiso al malestar que se estaba posando en mi guata y que no quería hacer pasar por intuición, pero realmente sentía que me estaba comunicando que algo no andaba bien.

— Pensé que vendrías con el Ignacio. —Le comentó su mamá.

— No, tenía cosas que hacer.

— Ah... Bueno, siéntate a comer con nosotros. — Le sugirió.

Él quedó mirando la mesa, de soslayo observó a su papá y pude ver como se tensaba levemente.

— Gracias, pero comí al levantarme temprano. —Intentó sonreír, pero le salió más como una mueca. — Voy a ir a orde...

— Deberías aprovechar que estamos aquí, tu hermano, tu papá, todos juntos, Mateo. —Su mamá le hizo una seña.

— De verdad gracias, mamá, pero no tengo hambre.

— Déjalo, Marcela. —Habló esta vez el tío.

El Mateo iba a proceder a subir las escaleras, pero su progenitor lo detuvo con un gesto de la mano.

— Antes de que subas, quiero avisarles a todos que mañana quiero que cenemos en grande y que todos participemos, ¿estamos? —Dijo esto último mirando fijamente al menor de sus hijos.

— Si. —Respondimos todos, excepto el Mateo, que asintió con su cabeza y subió las escaleras sin mirar a ningún lado.

Esto estaba más que extraño.

Miré a la Paloma, para ver si ella se extrañaba igual que yo con lo sucedido, pero estaba de lo más bien haciéndose otro pan con el resto de huevo revuelto con tomate que quedaba en el sartén.

Por otro lado, noté que la Coni si estaba en una posición parecida a la mía en cuanto la miré. Era como si nos hubiéramos hablado por telepatía de que ambas pensábamos que algo raro estaba pasando.

Tenía ganas de levantarme de la mesa e ir a preguntarle al Mateo cómo estaba, qué es lo que lo tenía así, pero no podía dejar todo tirado e irme. Así que, cuando se dió el momento, partí al segundo piso. Estuve unos segundos pensando en si hablarle o no, pero sabía que con el Mateo teníamos una confianza sobre nuestras confidencialidades personales muy grande y que contaba conmigo para lo que fuese, así como también con el hecho de que si no quería contarme nada, yo lo respetaría.

Summer love [chilensis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora