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Lo quedé mirando, pestañeando de forma lenta, sin saber qué pensar ni que decir.

Se iba.

Me había dejado sin palabras.

— Mila, perdonáme. Sé que fui un imbécil e inmaduro por no decirte nada... De verdad soy una sacohuea. —Se puso una mano en la cabeza.

Tragué saliva y le solté la mano que me tenía sostenida con cierta debilidad.

— Eh... —Me corté.

Me estaba picando la garganta para hablar, así que carraspee y dí unos pestañeos rápidos para eliminar cualquier indicio de lagrimeo en los ojos.

— Eh... — Me relamí los labios. — yo creo que... — Intentaba hablar normal, pero me salía una voz bajita al intentar aguantar, casi como un susurro. — Yo creo que voy a salir un ratito.

Me quedó mirando.

— Mila, no, escúchame. Yo creo que...

Di dos pasos hacía atrás de forma insconciente, como si así me estuviera protegiendo de algo. Probablemente de la idea de que me viera vulnerable.

— No. Eh... Yo... —Miré hacía los lados. — Yo creo que no voy a poder escucharte ahora, perdón. —Apreté mis labios. — Hablamos después.

Caminé hacía la entrada de la casa, que por suerte los chicos habían dejado la puerta abierta y subí al segundo piso para buscar un poleron.

— ¿Y tú?, ¿pa' dónde vai tan apurá? —Preguntó la Coni en cuánto me vió entrar a nuestra pieza.

— Uy, va a ir a hacer cochinadas con el Mateo. —Agregó la Palo desde su cama.

Pero ni siquiera las pude pescar, solo me puse a buscar el poleron y dejar la toalla que traía en el suelo, de la cual me preocuparía de colgar después porque quería salir de ahí.

— Estoy segura que dejé mi poleron por aquí... —Hablé mientras tiraba algunas cosas del mueble en que supuestamente lo había dejado.

— Está aquí. —La Coni lo tomó de no sé dónde y me lo tiró.

— Vale, gracias. —Me puse a caminar hacia la puerta, pero la Palo saltó a interponerse en mi camino.

— ¡Alto ahí, perrita wena pa'l sex! —Puso sus manos delante. — Salgamos a carretear hoy — Hizo un puchero, inclinándose hacía mi. —, los cabros van a sacarse el manso mereketengue y tenemos que ir. —Afirmó.

Me estaba empezando a punzar el pecho, pero lo extraño es que era como si no pudiera llorar. Como si lo que el Mateo me había dicho allí abajo no pudiera concebirlo mi cabeza.

— Chuta, amiga, no creo...

— ¿POR QUÉ? —Saltó ahora la Coni con voz de lamento.

— Es que saben que estoy como... enferma parece, como que me duele la guata. —Me la toqué.

— Ay, puras excusas pa' quedarse con mi primo. —La Palo me miró divertida y se salió de adelante. — Ya nomás, Milanga, creí que las amigas eran primero que los picos.

— No, no. Si de verdad, no me siento tan bien, pero yo cacho que el Mateo irá con ustedes. —Revisé que tuviera mi teléfono en los bolsillos del poleron.

— Amiga, ¿estái bien? —La Coni se acercó para mirarme a la cara.

— Si, si. —Sonreí. — Voy a ir a comprarme algún medicamento a la farmacia y vuelvo.

— Te acompañamos. —Dijo la Palo a mis espaldas.

— ¡No! Voy yo nomás, vengo altiro, en serio. Ustedes cachan que a veces me gusta caminar sola y no había tenido oportunidad de hacerlo, como que ahora me volvieron las ganas.

Summer love [chilensis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora