10. Ardilla

414 97 19
                                    

Era un nuevo día y Sana continuaba durmiendo totalmente estirada sobre su cama, estaba muy cansada por sus estudios y por cuidar a Tzuyu todo el tiempo. La rubia parecía una pequeña niña de cinco años con la actitud juguetón de un pequeño cachorro. Sí que era difícil de controlar. Pero ahora Tzuyu quería consentirla y en ese momento estaba en la cocina, tratando de preparar el mejor desayuno de su vida.

¡Pero no entendía nada de lo que estaba haciendo!

Miraba con concentración la cocina, pensando en cómo se era que Sana lo encendía. Tenía puesto el mandil de gatitos de la castaña y mantenía en su mano el sartén que estaba lleno de huevo. Había echado como cincuenta huevos aproximadamente.

—Los humanos y sus aparatos difíciles — gruñía.

Dejó el sartén a un lado y se acercó aún más a la cocina, analizándolo al detalle. Tomó el pequeño botón que tenía al frente y lo giró con duda, viendo con alegría la pequeña llama que había aparecido.

Listo, era hora de cocinar.

Dejó la sartén sobre la cocina, para luego echar los treinta salchichas que había encontrado en la refrigeradora. Y de aceite, le echó toda la botella.

—Falta…— observó toda la cocina — ¡Cierto! Falta la sal — Tzuyu confundió el azúcar con la sal, lástima.

(…)

En otro lugar, una monjita se removía dentro de un saco. Hace una hora que trataba de escapar mientras le reclamaba a Jimin que la dejara ir. Pero la más alta se lo había negado, y ahora estaba caminado por la carretera, por parte del desierto, cargando un gran sacó sobre su espalda.

—¡Esto es secuestro! — Minjeong  estaba de cabeza — ¡Sobrepasaste los límites! ¡No puedes simplemente llevarme porque se te da la gana! ¡Bájame ya!

—Si lo hago, saldrás corriendo — ella parecía muy tranquila.

—Mira, sé que no eres una mala chica, y que no conoces muy bien este mundo, viviste en uno muy diferente. ¡Pero no puedes secuestrarle! ¡Eso es incorrecto!

—¿Por qué es incorrecto? — se detuvo a escucharla.

—Porque va en contra de mi voluntad. Cada ser humano tienes sus derechos, la libertad de poder vivir su propia vida. Tú estás quitándome mi libertad — Minjeong  trataba de convencerla, y al parecer estaba funcionando, ya que no hubo respuesta por parte de la extrañaba chica. Sólo sintió como era colocada con cuidado en el suelo, para que Jimin apareciera al abrir el saco. Su mirada mostraba tristeza, pero también comprensión. Retrocedió dándole su espacio, y sonriendo levemente, pronunció:

—Está bien, si no quieres ser mi esposa, no puedo obligarte. Pensé que al momento de llegar a mi hogar, cambiarías de opinión pero veo que no será así — Minjeong  salía del saco mientras la escuchaba, observó como Jimin giraba sobre sus talones y comenzaba a irse, dejándola sola en ese desierto.

—¡Espera! — Jimin giró a verla — ¿Me vas a dejar aquí? — preguntó incrédula.

—Pues sí — respondió con obviedad — ¿No querías tu libertad?

—¡Sí, pero debes de regresarme a la iglesia!

—¿Y yo por qué? — frunció las cejas — ¿No quieres amarme y encima tengo que llevarte? Vete tú sola — comenzó a caminar — ¡Disfruta tu libertad!

—¡Hey! ¡No! — comenzó a perseguirla — ¡no puedes dejarme! — Jimin comenzó a correr — ¡Oye! — Minjeong  se levantó la falda para correr de igual manera — ¡Vuelve aquí! ¡No sé cómo regresar!

Una loba como mascota - SatzuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora