Capítulo 50

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Mis brazos quedan libres, pero aún puedo sentir la presión de las cuerdas contra mi piel. Mira se inclina en frente de mí y comienza a desatar las cuerdas de mi pierna izquierda. Le toma unos segundos hacerlo antes de moverse a mi otra pierna. Pero, aunque me estuviera dando la ventaja, ¿acaso significaba que debía seguir las reglas de su juego? Me estaba convirtiendo en su perra. Estaba siguiendo sus órdenes y aceptando mi destino.

¿ACASO IBA A DEJAR QUE ME DESTRUYERA LA VIDA? No podía permitirlo. Y si es que ella lograba matarme, por lo menos debía dar mi última pelea antes de hacerlo.

Y cuando termina de desabrochar el último nudo, concentro toda mi ira en mi pie derecho y con toda mi fuerza, lo levanto hacia su cara. Mira cae hacia atrás y la pistola vuela de su mano.

Me levanto del asiento y corro hacia las escaleras.

—¡ESTÚPIDA PERRA! —Me grita, pero ya estoy subiendo las escaleras.

Oigo un disparo, pero sigo corriendo.

Llego a la puerta, pero está con pestillo. Con las manos temblorosas se lo quito y oigo pasos apresurados detrás de mí.

Abro la puerta, pero vuelvo a poner el pestillo cuando salgo. Estoy en el comedor.

Corro hacia la mesa y tomo una silla.

La oigo chocar contra la puerta.

Pongo la silla debajo de la manilla y entre empujones intenta abrir la puerta.

Mis oídos no las pueden oír hasta que una de ellas cruza por mi brazo derecho.

Está disparando.

Me lanzo al suelo.

—¡HIJA DE PUTA! —Grita mientras más disparos cruzan la puerta.

La herida me quema y la sensación se extiende por todo mi brazo. El dolor se vuelve tan fuerte, que un grito sale por sí solo de mi garganta. Inclino la vista y noto que la sangre se ha elevado. Gotas chocan contra el suelo de madera.

Las balas se detienen, pero son reemplazadas por los choques hacia la puerta.

—¡JULIA! —Grita Mira.

Tengo que salir de aquí.

Me arrastro con el brazo sano por el suelo, alejándome de la puerta antes de levantarme. Pongo toda la presión en él en un intento de levantarme, pero no es suficiente.

Tengo que usar los dos.

Doy un respiro y apoyo el brazo derecho en el suelo. Me intento levantar, pero el ardor de la herida se vuelve más fuerte al ponerle presión.

Tengo que hacerlo.

Es la única forma que tengo para sobrevivir.

Vuelvo a apoyarlos y pongo presión en ambos, gritando mientras mi cuerpo se comienza a levantar. Cuando mis rodillas están apoyadas, puedo levantarme solo con ellas, pero el dolor no abandona mi brazo.

Vuelven los golpes y al voltear mi vista, noto que la silla también se ha empezado a mover.

No voy a alcanzar a escapar.

Tengo que defenderme.

Corro hacia la cocina y mis ojos escanean en busca de cuchillos, pero en el largo imán donde deberían estar pegados...

—¿Estás buscando los cuchillos? —Mi respiración se detiene al oír su voz por detrás de mí.

Volteo la mirada y me la encuentro en el umbral de la puerta con un largo cuchillo carnicero en mano.

Aquel Pequeño RumorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora