Capítulo 17

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Todos corrimos durante la mañana del sábado. Tenemos el reconocimiento de ser los que siempre llegan de último a las comidas familiares y con esa imagen puesta en nosotros, mi papá ha intentado que lleguemos a la hora. Hizo que nos levantáramos a las diez de la mañana y nos repitió, una y otra vez, que debíamos sacar nuestros mejores atuendos.

Agradecí haber salido de compras el día anterior, ya que pude sacar un outfit perfecto para la ocasión. Tomé un pantalón largo y blanco, al que le uní un top de color negro, para luego hundir mis manos tras las mangas de una chaqueta, también de color blanco. Me puse mis botines negros y bajé las escaleras con mi cartera a mano.

Mi mamá estaba sentada esperando en una de las sillas del comedor, llevaba puesta una blusa blanca con botón de cuello V y un pantalón negro.

Levanto la vista en cuanto escucho mis pisadas.

—Quítate eso. —dice mientras se levantaba de su asiento. —Te ves como una lesbiana.

—Mamá, todas se visten así ahora. —Respondo con cierto peso en mi pecho.

—¿Si todas se lanzan de un puente, tú también lo vas a hacer? Quítatelo. —Ordena frente a mi respuesta.

Suspiré con la vista hacia el suelo, ¿cuál era su afán de criticar todo lo que yo hacía?

—No te cambies, Julia. —Menciona mi papá, quien lleva una polera polo celeste y un pantalón beige. —No te ves como una lesbiana, y no tiene nada de malo si es que lo fueras. —Agrega con la vista fija en mi mamá, quien rodea los ojos frente a lo dicho.

Paula es la última en llegar, con una larga polera blanca de Arctic Monkeys y pantalón negro.

—¿No tienes nada semi-formal? —Cuestiona mi mamá.

—No creo que la forma en la que me vista afecte la comida. —Responde ella con el rostro inexpresivo.

—No hay tiempo para cambios. —Dice mi papá siguiéndolo con un aplauso. —Julia, tú llevas las frutillas. Paula, las ensaladas. Julia mamá, los chocolates y yo manejo.

—¿Por qué yo no puedo manejar? —Cuestiono con intenciones de querer usar mi auto.

—No hay tiempo para preguntas. —Me ignora y revisa su reloj. —Vamos treinta minutos adelantados, hay que moverse.

***

Mi papá no tuvo en cuenta el partido de dos equipos locales de fútbol, lo que nos retrasó por veinte minutos a causa del tráfico de hinchas que se movían hacia el estadio.

Íbamos a la casa de mi abuela. Una hacienda que quedaba a veinticinco minutos fuera de la ciudad, en un lugar plagado de viñedos y de distintos tipos de árboles que le daban a su gigantesca casa un aire de misterio.

Llegamos a las 12:45 y estacionamos el auto junto al de mis otros familiares.

Mi papá tocó la puerta y luego de ser recibidos por uno de los mayordomos y haber dejado las frutillas, ensaladas y chocolates en la cocina, nos movimos en bloque hacia el resto de nuestros familiares.

Solo los teníamos por el lado de mi papá. Mi mamá era hija única y su mamá había muerto cuando estaba en la universidad. Se podía decir que la familia de mi papá la había acogido como una más, ya que en cuanto salimos a la terraza, luego de haber pasado por el gigantesco salón de sillones blancos, todas las tías, primas y hermanas de mi papá, llegaron corriendo a recibirla.

—Tanto tiempo que ha pasado. —Menciona la tía Claudia envolviendo sus brazos por su alrededor. —¿Cómo has estado, querida?

—Muy bien, gracias. —Respondió mi mamá con una sonrisa. —¿Usted cómo ha estado?

Aquel Pequeño RumorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora