Siento la nueva marca debajo de la larga polera blanca que estoy usando en el metro. ¿Por qué no puedo controlar este nuevo sentimiento? ¿Por qué no puedo aplastarlo como lo he hecho con las demás? ¿Por qué no puedo cubrirlo con una máscara hasta que termine ahogado?
Las dudas no me han dejado de invadir en los últimos dos días, pero se van extinguiendo cada vez que busco más sobre Ana.
Se controlan y me dan el espacio para poder respirar.
Según Google Maps, debería llegar en diez minutos a la estación más cercana y luego debo caminar por siete minutos hasta llegar a la dirección.
Llevé ropa de repuesto al colegio. Ir con el uniforme no era una opción.
No es por ser clasista, pero la casa de A6 no queda en un barrio muy amigable. Debo mezclarme si es que quiero salir de ahí con vida y no con un cuchillo enterrado en el abdomen por no entregar mi celular. Shorts de deporte, una larga polera de Arctic Monkeys —que le robe a Paula. — y mis zapatillas deportivas.
En la mochila, el cuaderno donde estaba tomando los apuntes, las llaves del auto —que había dejado estacionado en un supermercado cerca de la estación — y el celular.
Lo justo y necesario para moverse al centro.
Me quedo observando a las demás personas dentro del vagón.
La humilde y cansada mujer, quien vestida con un pantalón deportivo y polera negra, vuelve a su casa luego de tener que soportar por varias horas a los hijos de su millonaria jefa.
El vendedor ambulante, que carga cansado sus productos, y se pregunta, ¿cómo lo va a hacer para llegar a fin de mes?
El nuevo empleado en una gran compañía, quien está feliz de por fin haber conseguido ese trabajo.
La trabajadora de una cafetería, durmiendo en su asiento luego de haber soportado a intolerables clientes, que le reclamaban que su café frío estaba muy frío.
Y después estaba yo. Una estudiante que se dirige a la casa de una persona que ni siquiera conoce para descubrir si fue o no responsable de la muerte de una compañera del colegio.
La vida y sus cosas.
Levanto la vista y me doy cuenta de que estoy a dos estaciones de llegar.
Tomo mi mochila y me levanto del asiento, para sujetarme del largo tubo metálico, que cruza el suelo y el techo del vagón. Se parece a lo que usan las strippers.
El metro se detiene y me uno a la marea de gente que busca salir del vagón. El olor a encierro y a sudor se impregna en mis narices mientras que subo las escaleras. Eso hasta que salgo hacia el calor, en donde soy bienvenida por los sonidos de construcción.
Abro mi mochila y saco el celular, leyendo y memorizando las indicaciones desde ahora hasta el final de mi camino.
Es importante demostrar que sabes donde estás, no que estás perdida o desconoces el lugar. Así evitas ser la próxima víctima de un posible asaltante.
Vuelvo a guardar el celular y doblo hacia la izquierda, uniéndome al conjunto de personas que cruzan el paso peatonal.
Grandes edificios a mi alrededor, pequeños comercios familiares en frente de mí, locales centrales de grandes empresas. Y cadenas de televisión, en donde avanzo con rapidez en cuanto paso al frente de la cual trabaja mi papá.
Leo las señales, evitando haberme pasado, hasta que llego a la calle correcta.
Avenida San Luis. Reflejado en un cuadrado con una indicación hacia la derecha.
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Aquel Pequeño Rumor
Mystère / ThrillerLAS PALABRAS PUEDEN SER ASESINAS Los rumores corren, no hay quien los pueda evitar. Un simple comentario se puede volver en la noticia más importante, pero eso no significa que fuera mi intención hacerlo. Anastasia tenía sus problemas, todos lo sabí...