Capítulo 38

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El cabello sucio y revuelto por su cabeza. El cuerpo desnudo, a excepción de sus senos y entrepierna. Su boca está cubierta por largas líneas de cinta de color metálico. Las manos atadas con cuerdas por detrás de su espalda y con una larga cadena metálica por alrededor de su cuello, conectada a un eslabón de cadenas por donde él la mantenía sujetada.

Esa era la imagen que ahora tenía de mi amiga, quien comienza a gritar en cuanto se percata de mi presencia. Intenta correr, pero el profesor Matías la jala hacia atrás, ahorcándose con la dureza del metal.

—Shhh. —Le dice el profesor Matías mientras apoya una mano en su espalda. —Sigue avanzando.

Quiero quitarme estas ataduras y correr a soltarla, gritarle que todo va a estar bien, pero ninguna de las dos está en la posición para ayudar a la otra.

Se detienen enfrente de mí y él la atrae hacia sí, sujetando su seno con la mano libre.

—Saluda a tu amiga. —Le dice al oído.

Cata llora con más fuerza y puedo notar que la tristeza la hace caer en sus rodillas.

Pero el profesor Matías le da una vuelta a sus cadenas y jala hacia arriba, apretando su garganta. —Nadie dijo que te podías sentar.

Vuelve en sí misma, pero ambas piernas le tiemblan.

Siento ganas de vomitar con tan solo verla sufrir, pero debo evitarlo o todo se mantendría en mi boca.

—Anastasia era mi plan A, Cata el plan B, pero ambas tenían dos cosas en común: Lo primero es que ambas eran lo más parecidas a mi mujer, con su largo cabello oscuro y ojos claros. Y lo segundo, es que las dos servirían para el mismo propósito. Logré acercarme y manipularlas al mismo tiempo. Ninguna de las dos idiotas pudo leer entre las líneas antes de caer en mi juego. —Mi corazón va aumentando en su palpitar. —Primero fui con Ana, pero fui lo bastante estúpido para quedarme dormido después de violarla. Y cuando traté de recuperarla, bueno, tú tuviste que intervenir. —Me da una gran sonrisa con los dientes hacia afuera. —Fue por tu culpa que no pude recuperarla y luego que ella se suicidara. Si no le hubieras contado a las personas que viste durante esa tarde, no hubiera tenido que recurrir a tu amiguita para lograr mi plan. Me quitaste a Ana, por lo que me parece justo si te quito a tu amiguita. —Suelta mientras le acaricia el pelo. — Pero eso no fue suficiente para ti. —Continúa. —Tenías que mandarme esas cartas. Todas esas "Sé lo que estás haciendo" o las "Ten cuidado con lo que haces" y ¡mierda! —exclama hacia el aire. —¡¿Cómo puedes ser tan estúpida para meterte en lo que no te entromete? Sé que Cata es tu amiga, pero ¿llegar al punto de esperarnos fuera de su casa? ¡¿QUIÉN MIERDA TE CREES, RUBIA ESTUPIDA?! —Quería explicarle que no sabía de las cartas, que yo no las había escrito y ni sabía quién lo podía haber hecho. Pero esta maldita cinta no me dejaba ni mover los labios. —Pero ahora ya no puedes decirle a nadie sobre esto. E incluso si quisieras, dudo que tu cadáver va a poder hablar.

Cata grita e intenta soltarse, pero el imbécil la detiene con un tirón de la cadena.

—Por tu culpa, tu amiguita va a pasar los siguientes meses conmigo. Nadie más aparte de ti sabe que me conoce, por lo que dudo que alguien nos pueda encontrar. Y cuando dé a luz a mi Clarita, ella también te irá a acompañar en el más allá. —Y es ahí donde logro comprender todo lo que ha estado haciendo.

Su plan era enamorar a alguna mujer que tuviera el aspecto parecido a su esposa. Las únicas dos con quienes lo consiguió fue con alumnas del colegio.

Luego tendría sexo con ellas, consensuado o no, eso era lo menos relevante; lo que importaba es que quedaran embarazadas.

El bebe con características similares a su hija nacería, "trayéndola" de vuelta a su vida y sin necesidad de tener que confiar si la mamá se mantendrá. Y a la vez castigando a las mujeres por confiar en él, tal como a él le había pasado al confiar con su esposa.

Aquel Pequeño RumorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora