Capitulo 8: La periodista

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Por supuesto que él no la conocía en absoluto. Había tantas cosas que él desconocía de ella; como que, por ejemplo, había comenzado a estudiar japonés.

—Estoy cansada de que la gente quiera hacer con mi vida lo que le plazca.

—Nadie está haciendo con tu vida nada, Antonella. —Le digo a él, colocó una mano en su pierna y esto hizo que ella se espantará un poco. —Tenemos problemas más importantes que tú, pensar que todo gira en torno a ti.

—¿Entonces, por qué están esas personas aquí, Vicenzo? ¿Acaso los llamaste tú? ¿Acaso es que le dijiste que vinieran aquí a hacer este lío en plena calle? ¿Qué demonios quieres demostrar?

—¿Me estás acusando de relacionarme con estos buitres? Tú sabes muy bien lo que opino de los periodistas. —le dijo el entonces y alejó su mano de ella.

Por supuesto que ella lo sabía, ella lo había escuchado una y quinientas veces quejarse de lo desgraciados que estos podían ser con el y su familia.

Pero las personas cambian. Ella era prueba de eso.

—¿Demetrio, podemos irnos?

—Lo siento, señorita, pero ellos están bloqueando la calle y le aseguro que tengo deseos de pasarles el carro por encima, sin embargo, se que esto...

—Hazlo por mí, choca. ¿Cuántos periodistas veas? Atropéllalos y luego nos encargamos del resto.

—Buen chiste, señora Luigi. —Murmuró el chófer y ella giró los ojos.

—Espera a que se calmen los vidrios del vehículo son tintados. Nadie va a verte.

—¿Cómo puedes mantener la calma en una situación así? ¿No ves los flashes? ¿no notas las personas metiendo el micrófono casi por lo cristales para sacarnos algo de información?

Ella estaba perdiendo la calma, estaba sofocándose, aunque el aire acondicionado del vehículo estaba bastante potente.

—¿Qué quieres que haga, Vicenzo?

—¿A qué te refieres?

—¿Crees que no sé que has sido tú el que los has llamado?

—¿En serio me crees capaz de esto? ¿Crees que voy a hacerte pasar por esto?

—No lo sé, dime tú. Tú eres el que siempre has querido demostrar tu punto, tú eres el que siempre ha querido demostrar que tiene el control.

—Yo no necesito demostrar que tengo el control. Yo lo tengo y punto.

Ella no pudo evitar sonreír. Había escuchado tantas veces el narcisismo de su esposo, en la separación hasta había olvidado cómo sonaba.

—Eres increíble.

—Gracias, aguanta cinco minutos y se cansarán y podremos largarnos de aquí.

—No voy a aguantar cinco minutos ni un minuto más. —Aseveró ella. —Estoy muy harta de que todos quieran hacer conmigo lo que le dé la gana. He venido aquí para divorciarme de ti. ¿Me has convencido para pasar contigo, bajo artimañas, cabe destacar; y me has manipulado para aceptar un mes. No voy a seguir aceptando que la gente...

—Te estás ahogando en un vaso de agua. Si quieres que salga allí, lo haré. —Le dijo él entonces.

—Este siempre ha sido tu problema, querer demostrar a los demás que tú tienes el control y que puedes hacer las cosas a tu antojo y cuando a ti, y solo a ti, te de el deseo de hacerlas....

—¿Qué demonios quieres de mí? ¿Qué es lo que quieres que te diga? Entonces no quieres que baje, pero tampoco quieres esperar aquí conmigo.

—Estoy sofocándome, no puedo. .. —Murmuró ella. Y se desató el primer botón de la camisa gris que se había puesto en conjunto con una falda bastante formal.

EL ITALIANO VENGATIVO (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora