Capitulo 29. Scott

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Por su mente pasaron muchas cosas, todas al mismo tiempo. Sin que él pudiera determinar la razón de muchas de estas.

Se había vuelto a enamorar de su esposa, de la mujer, con la cual se había casado solo con el propósito de cobrar la herencia.

Se había vuelto a enamorar y su mujer no lo sabía y se lo sabía. Se estaba haciendo la desentendida. La conversación que estaban teniendo allí era importante. Y ella prefería tomar la llamada y alejarse de él.

Habían tantas cosas que no habían esclarecido entre ellos y aún así él estaba dispuesto a lanzarse sin paracaídas a donde sea que ella quisiese ir.

¿Por qué? ¿De repente Antonella decidió alejarse así de él?

¿En qué momento se habían vuelto ustedes conocidos que no tenían la confianza de hablar después de haberse pasado días solos en Grecia?

Él no había pensado en su momento que ir a Grecia les iba a hacer también. Hoy más bien había creído que necesitaba un tiempo a solas para determinar si en verdad aquel matrimonio podía seguir o si en verdad debían de firmar los papeles del divorcio.

No iba a negar que se había acostumbrado a la soledad demasiados años viviendo, solo triunfando por sí mismo, aunque su apellido le había abierto muchas puertas en Italia, él se había labrado un camino en los negocios.

Aunque su padre había muerto, pero él estaba dispuesto a llevar el apellido de este hasta la cima.

Vicenzo necesitaba saber si ambos estaban encaminados con el mismo futuro en mente.

Antonella había llegado a Nápoles con la intención de que él firmara el divorcio. Sin embargo, las cosas habían salido totalmente distintas y aunque él no las había estado planificando, su intención inicial había sido convencerla de que pasara un mes a su lado, hacerla sufrir en ese mes, hacerla que ella sufriese la vergüenza que él había sufrido cuando ella le abandonó un día después de haber contraído matrimonio.

Increíblemente, él había hecho hasta lo imposible porque ya se sintiera cómoda, porque ella, aunque estuviese en España lejos de él, no pasara ningún tipo de necesidad. No solo porque su apellido estuviese en juegos, sino también porque en su corazón, muy en su interior, él tenía sentimientos por ella.

Sentimientos que hasta aquel momento, después de haber pasado esos días, solos ellos dos en Grecia, él comprendía que no eran simples sentimientos, sino que era amor verdadero.

Admitirlo ante sí mismo parecía producto de una mala broma.

—Antonella, cierra el teléfono ahora mismo. — le pidió, aunque su tono de voz grave hizo que ella abriera los ojos de par en par. — Esto es una conversación seria, no puedes venir y soltarme la bomba de que...

—Scott, te llamaré después.

Scott?

¿Ese Scott con el cual ella había estado saliendo en España?

Sus años se frunció y él cruzó los brazos recostándose del marco de la puerta. Aunque su actitud parecía despreocupada, la verdad es que estaba de los nervios, sentía deseos de gritar, de llorar, de reír. Todo esto al mismo tiempo.

Por su mente a sus 35 años jamás habían pasado la posibilidad de tener hijos. Sí quería dejar una descendencia, quería que su apellido pasara de generación en generación, tal como él había heredado, el mismo de sus padres y de su abuelo.

Sin embargo, eso no pasaba por su mente cuando él se había acostado una y otra vez con su esposa.

Ella dejó el teléfono encima de la cama.

EL ITALIANO VENGATIVO (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora