Capitulo 11: ¿Lo entiendes?

237 14 0
                                    

Era más una promesa que una pregunta.

Así que se limitó a darse la vuelta y a caminar según las indicaciones que él le había dado un momento atrás.

No iba a pensar en eso Vicenzo viéndola desnuda.

No, definitivamente no podía pensar en eso, Porque entonces, su cerebro comenzaría a repetir las imágenes de su miembro erecto entre sus pantalones y la fuerza con la que la había agarrado y pegado contra el sofá para besarla con fuerza. Como su dedo se había ido a sus bragas y había sentido la humedad en ella.

Pensar en él de esa manera, hacía que su cuerpo temblara por la anticipación.

Nadie se negaba a Vicenzo Luigi. Lo sabía de antemano. En los meses que estuvo junto a él, viajando por Turquía, por Israel, y por Marruecos, entendió que Vicenzo era un hombre reconocido, conocido y respetado, negarse era simplemente cavar su propia tumba.

Las conexiones eran necesarias en el mundo empresarial.

Entró al cuarto de baño, dejando atrás el pasillo con poca iluminación, luces tenues colocadas en el piso de azulejo.

Solo en su vida con él había visto decoración así, eso solamente le demostraba que ambos pertenecían a mundos completamente distintos: él era un multimillonario, dueño de viñedos, famoso por ser un poderoso empresario, y ella una pobre muchacha proveniente de un pueblito pequeño, alejado de las grandes ciudades, donde se cultivaban manzanas, y dónde los mejores amigos de los jóvenes eran las vacas y los perros labradores. Excepto por aquellos que viajaban y conocían del mundo.

Se adentró en el baño, el cuarto estaba pintado de un color gris malva, pero más claro que el cielo. Le gustó bastante y no pudo evitar sentir nostalgia. Ese pudo haber sido su hogar.

Sí se hubiese quedado con Vicenzo.

—¡Vaya! —exclamó.

Cuando ella había decidido casarse con Vicenzo y que le había dado el sí, se quedó viviendo en su pueblito sin saber dónde viviría, sin conocer a su familia, no hasta que la boda casi estuvo a la vuelta de la esquina y se mudó en aquel enorme apartamento en el centro de Nápoles.

Ellos dos se habían casado apresurado. Ella creía que su amor era tan real y fuerte, que casarse impulsivamente, le parecía lo correcto, lo más normal. No deseaba aguardar más tiempo sin dormir y despertar con Vicenzo cada día.

Pocas veces en la vida, las mujeres podían llegar a materializar el sueño de casarse con un hombre ideal, un empresario millonario que las valoraba, amaba, cuidaba y que estaba dispuesto a cumplir con todos sus gustos, antojos y llenar su vida de amor y placer.

Con solamente observar a Vicenzo, ella sabía de lo que él podía ser capaz, al menos se lo imaginaba y por la manera en cómo es la besaba, sabía que detrás de esa ropa y ese cuerpo escultural, se escondían unas manos mágicas, capaces de llenar su cuerpo de vida.

No se equivocaba, con las mujeres que observaban Vicenzo, se daba cuenta de ello, todas lo miraban con esa codicia que resultaba natural, Incluso en ella misma, debía reconocer que era débil con Vicenzo.

Quizás por eso fue tan difícil darse cuenta que sólo la está utilizando para cobrar su herencia. Su fideicomiso.

Su padre: Lugo Luigi, había creado un fideicomiso para ambos hijos. Vicenzo y Giovanny.

Antonella no tenía mas que esa información.

La misma que había descubierto luego de casarse con Enzo.

Pasó la mano por la loseta de color gris más oscuro que la pared y el techo, no podía salir de su asombro, esa loseta debía de costar más de lo que costaba su propia casa.

—No creí jamás que fuese posible el extrañar algo que nunca fue mío... —murmuró en voz alta.

Se desvistió poco a poco, mirando la tina de blanco y la ducha plateada que esperaba por ella. Cuando se hubo quitado hasta la ropa interior, la dejó sobre un canasto y se aseguró de que hubiera una toalla en el lugar, para evitar tener que recurrir a llamar a Vicenzo. Miró a su alrededor y vio una colgada en un tubo que estaba incrustado en la pared.

Allí había un toque de mujer, era obvio que la ama de llaves de Vicenzo se esmeraba en tener todo pulcramente decorado y organizado.

Al menos alguien tenía corazón y era humano en aquel departamento.

Se metió en la ducha con lentitud y sonrió. Finalmente podía descansar. El agua tocó su piel y su cuerpo gritó por el frío de esta, tanto que le enrojeció la piel después de varios segundos.

Buscó a tientas y luego de pulsar varios botones encontró el agua caliente y soltó un suspiro ante el cambio de la temperatura.

—¡Vaya manera de terminar el día!

Esperaba terminarlo con los papeles del divorcio firmados. Se había montado en el carro con la intención de llegar al hotel que había reservado con anticipación y allí citar a Vicenzo esa misma noche para que fuera a verla y convencerlo de firmar los papeles.

Todo se había deshecho con la llegada de él al aeropuerto.

Antonella jama hacía algo sin previamente analizarlo, y el hecho de tomar la decisión de ir en busca de Vicenzo para que él le firmara de una vez y por todas los papeles del divorcio, lo que finalmente culminaría con su relación, esa decisión la había tomado después de varios tragos de Cointreau y Coñac con jugo de naranja en vez de jugo de limón, una bebida bastante dulce llamada sidecar, que se le había subido la cabeza de inmediato, para después de una hora, terminar llorando en la cama, pidiéndole a los cielos que se apiadaran de su alma y del dolor que sentía.

Jamás tomaba una decisión por impulso.

Excepto cuando aceptaste pasar una semana con Vicenzo para que el té firmara los papeles del divorcio.

—En verdad le odio. —susurró con un hilo de voz.

A los pocos minutos salió de la ducha y esperó hasta que su cuerpo dejó de gotear el agua. Era una costumbre que tenía desde niña, incluso esperaba hasta que el viento secara el resto de las gotas, pero en esa ocasión, deseaba envolverse en la toalla y colocarse la ropa rápidamente para tener una mejor presentación. Él estar en una casa con tanto lujo, hacía que ella se sintiera como mosca en una taza de leche.

No pertenecía a ese mundo.

Se lo repitió una y otra vez.

Quitó la toalla del tubo plateado en el que colgaba y se dio cuenta que era una toalla minúscula de mano. Ahogó un grito y miró su cuerpo humedecido por la reciente ducha.

—¡Maldición! —exclamó.

EL ITALIANO VENGATIVO (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora