Capitulo 35. Una como ninguna

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El vivir sin una madre le había enseñado muchas cosas, principalmente en valerse por sí misma. Su padre había caído en bucle de trabajar, a veces holgazanear, otras veces emborracharse, hasta perder la conciencia. Vivir sin una madre sabiendo que esta estaba disfrutando su vida alejada de sus hijas, alejadas de todo aquello que le recordaba lo mal que le había pasado junto a su padre; esa soledad interna le había demostrado que ella podía ser lo que quisiera hacer en la vida que ella podía conseguir lo que sea que se propusiera.

Y aquel día, al despertar y ver la luz del Sol, entrar por el ventanal de cristal, le hizo recordarlo.

Recordar que ella podía ser feliz, que ella podía con todo.

Después de bañarse y desayunar una taza de café y una tostada leyendo el simple mensaje que le había dejado su marido en una nota en la mesita de noche diciéndole que estaría en el hospital temprano y luego se iría a la oficina. Ella se miró dentro del apartamento, observando cada detalle, viendo lo solitario que había sido la vida para su marido desde que ella se fue.

No era necesario que él le dijera lo solo que había estado con tan solo verla. A usted la decoración y la simpleza en los detalles se daba cuenta que pocas horas pasaba a su marido allí, por no decir ninguna.

Los detalles más dolorosos habían pasado en su relación. Finalmente, él terminó por creerle que ella no tenía acceso a nada, que fuera su dinero, así que su marido lo primero que hizo al despertar fue llamar al Banco mientras ella somnolienta escuchaba, como él mandaba a cancelar la cuenta que él aseguraba haberle dado para que ella no estuviese en la inmunda.

Así que no había ni un solo secreto entre ellos. Lo más duro se lo había dicho él el día anterior, cuando había descubierto todas las cosas que la madre de ellos dos, le había hecho hacer a la pobre Giovanni, mientras era tan solo un adolescente.

Él había tenido la delicadeza de informárselo. De confesarle algo tan sucio que cualquier persona pudiera ser capaz de decírselo a la prensa, de chantajearlo, de buscar dinero a costas de no decirle nada a nadie.

Antonella suponía que en aquel momento, él comprendió que jamás ella le haría daño.

Una blusa blanca y un pantalón de mezclilla adornaba su cuerpo y la hacía ver un poquito más sofisticada. Se recogió el pelo en un moño alto definiendo un poquito más su rostro y haciéndolo ver incluso más delicado.

—Es solo un apartamento, no es un monstruo que va a llevarte la cabeza de una sola mordida. — murmuró mientras. Paseaba de un lugar a otro, se sentía enjaulada.

El timbre de la puerta sonó en ese momento y ella se acercó temerosa.

—¿Quién es? — Pregunto desde de. Su voz sonó más temblorosa de lo que yo hubiese deseado.

—Soy yo. — Ella abrió de inmediato sin pensárselo y le dio un gran abrazo a su hermana.

—Thalía, ¿qué estás haciendo aquí? — preguntó luego de saludarla con efusividad. Se alegraba bastante el ver a alguien conocido después de esas semanas lejos de su hermana y amigos. — ¿a qué has venido?

—He venido a llevarte conmigo porque al parecer has perdido la cabeza.

—Te lo he dicho por teléfono y te lo digo de nuevo, aquí estoy bien. Mírame, estoy feliz. — Su hermana era cascarrabias, sin embargo, ella le dio un vistazo rápido de los pies a la cabeza.

—Te ves diferente. ¿Qué te hizo ese malnacido?

—Diferente en el buen sentido. Me siento diferente, siento que soy una Antonella distinta a la que llegó a Nápoles hace una semana.

—¿A qué demonios estás jugando? Tenías una meta clara cuando viniste para acá? Ahora el pobre Scott me ha llamado hecho un mar de lágrimas diciendo que tú lo has abandonado. Después de todo este año saliendo juntos.

—Sabes muy bien que la que me puso ideas en la cabeza de un posible matrimonio fuiste tu, yo no estoy lista para casarme con nadie....

—Con nadie que no sea Vicenzo Luigi. — interrumpió a su hermana.

Ella se alejó de su hermana y se fue. La cocina comenzó a preparar la cafetera y después invitó a su hermana a tomar asiento en la sala.

—Veo que te has acomodado a la perfección a este apartamento. No pensé que fueses capaz de vivir en el apartamento en el que seguramente tu marido ha traído miles de mujeres.

—No voy a hablar de ese tema contigo y no pienso discutirlo con nadie. Mis decisiones son mías y solamente a mí me concierne.

—Es que ese es el punto Hermanita, no te conciernen solamente a ti, me involucran a mí, porque la que está contigo esperando a que te rompan el corazón soy yo, a la que vas a llamar a mitad de la noche para que venga a buscarte, será a mí, a la que le tocarás la puerta cuando ya no lo aguantes, será a mí, entonces tus decisiones me afectan. Las decisiones tienen que ver conmigo por completo.

Antonella decidió ignorar ese comentario. No iba a comenzar una relación pensando que iba a fracasar, mejor no iniciarla.

Se concentra en preparar la cafetera y espero a que esta comenzara a calentarse y subir. No tardó menos de 3 minutos. Una de esas cafeteras industriales que seguramente tenían en las casas presidenciales y lugares donde no tenían tiempo para aguantar 5 minutos por un café.

Su marido se daba toda clase de lujos, su marido tenía una vida muy distinta a la que ella estuvo en España y a la que tuvo en Di tenno antes de casarse con él.

Ella salió de un pueblo pequeño y se mudó a Nápoles por él. Ella pensó que iniciaría una vida, sin embargo, las cosas no habían salido como ella las había planificado en su cabeza, pero ya no había tiempo para pensar en esa tortura. Ya no había tiempo para pensar en cómo habían resultado las cosas 1 año atrás. Ahora tenía su presente. Ahora tenías nuevas metas.

Una de ellas, descubrir si después de esas semanas junto a Vicenzo, habían procreado un bebé.

La euforia inicial, la ira, la rabia, los malos entendidos, el amor, las sensaciones nuevas, el romance, el viaje a Grecia. Todo aquello había hecho que ella perdiera la noción del tiempo, así que se enfocó en servir el café a su hermana y llevárselo a la mesa. Había muchas otras cosas que ella quería, que ella necesitaba obtener respuestas.

—¿A qué has venido, Thalía? — Ella miró el reloj colgado a un lado en la pared y se dio cuenta que eran apenas las 10:00 h de la mañana. Su hermana debía de haber salido bastante temprano de España para estar ahí a esa hora. — ¿cuáles son tus preocupaciones ahora y por qué viniste hasta Italia? Juraste no volver más.

—Para que veas de lo que soy capaz por ti. — dijo ella sonriendo y aceptando la taza de café. Su sonrisa fue triste, no le llegó a los ojos unos ojos. Azules similares a los de ella. Eran como dos gotas de agua. Cabello rubio largo. Ojos azules, nariz perfilada, labios finos. Sin embargo, su hermana, tenia una viveza en la mirada que ella siempre había envidiado.

—Necesito que dejes de intentar protegerme, porque ya soy una mujer hecha y derecha. Soy una adulta, no soy una carga para ti. Eres menor que yo...

—Sí, pero tú eres inocente. Tú no sabes cómo se mueve este mundo, tú no sabes las cosas que las personas son capaces de hacer con tal de lastimar a los demás.

—¿De qué personas estás hablando? ¿de ti, Thalía?

Antonella apenas le llevaba un año y medio a su hermana. Sin embargo, Thalía había salido mucho más avispada que ella.

El rostro de Thalía palideció.

—¿Yo?

—Sí, tú. Quiero que me expliques cómo es que ahora resulta que Enzo había dado una tarjeta para mis gastos en España después de haberme ido y la única que estuvo con él y que pudo haber tenido acceso a recibir esa tarjeta fuiste.

EL ITALIANO VENGATIVO (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora