Capitulo 14: Miedo

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Respiró profundo una y otra vez antes de atreverme a moverme.

Cansarse de Cogerla.

Esas habían sido sus palabras exactas.

Siguió su camino hacia el pasillo aunque su corazón le gritaba que se devolviera y lo enfrentara. Que le preguntara porque le odiaba tanto.

Ella deseaba saber que había hecho para merecer tanto odio. Tanta rabia acumulada a lo largo de ese año que estuvieron separados.

¿Qué quería Vicenzo de ella?

Antonella no tenía idea.

Ella se había marchado de Nápoles, había dejado a Italia atrás y se había escapado a España con su hermana.

Joder, su hermana debía de estar sumamente preocupada.

Ella le había dicho que le llamaría tan pronto se instalara en el hotel.

Se quedó mirando el salón a oscuras, tan solo iluminado por la luz que provenía del pasillo. Todo el pent-house estaba sumido en la oscuridad total.

—Tu maleta está en nuestra habitación. — la voz de Vicenzo hizo que ella soltara un grito sobresaltado—, si es que la quieres aun. —añadió.

Ella se giró y cerró el albornoz por el cual el frio estaba entrándole hasta los huesos.

Se quedó en silencio, muda al ver el hombre que estaba recostado de la columna.

Era sencillamente bello. Casi un demonio de cabello oscuro y mirada acerada.

— ¿Qué diablos miras, Nella? ¿Quieres que te coja?

—Deja de usar ese jodido lenguaje. — le dijo ella incomoda. — No entiendo cómo puedes comportarte así conmigo, no te he hecho nada. —susurró.

— ¿Nada? —preguntó y ella vio como la postura relajada se esfumó y el comenzó a caminar hacia ella. —¿Estás seguro que nada?¿vas a mirarme a la cara, a los ojos, y vas a decirme que no sabes lo que me tiene furioso?

Ella en verdad, comenzó a preocuparse. No tenía idea de porque él estaba tan molesto. No era cierto lo que él creía de que ella seguía utilizando su apellido para conseguir mejores tratos. Ni dentro ni fuera de Italia. Ella había olvidado esa parte de su vida. No le interesaba en absoluto seguir utilizando el apellido Luigi.

—¿Qué es lo que quieres que te responda?

—Quiero que me hables con la verdad. —Dijo él, deteniéndose frente a ella. —Quiero que me mires a los ojos y no digas que soy el único desgraciado. En esto, reconozco que cometí un error al mentirte con respecto a mis intenciones iniciales pero...

—No puedo creer que en esa oración quieras poner un pero. —Le dijo a ella entonces. —No puedo creer que seas capaz de minimizar el daño que me hiciste. —Le dijo con voz clara, aunque sus ojos se llenaron de lágrimas. —¿Eres tú el que debe de mirarme a los ojos y decirme por qué demonios la cagó conmigo?

Sin embargo, en vez de responderle garro por el cuello y la tiró al sofá recostándose encima de ella y besándola con fiereza. Reclamando sus labios como si éstos fueran suyos, como si ella no pudiera besar a nadie más, como si toda su vida ella fuera a pertenecerle.

Pero lo que le resultó más sorpresivo fue notar cómo su cuerpo se arqueaba buscando el tacto de su calor, su pasión.

Él la besó con fuerza, acariciando sus pechos, soltando su cuello y buscando su nuca para inclinarle un poco más hacia arriba. La besó como si jamás, nunca antes la hubiera besado, como si ella fuese una necesidad para él.

EL ITALIANO VENGATIVO (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora