Capitulo 27. Como a ninguna otra

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—¿Estás seguro de que puedo quedarme aquí asi? le preguntó.

Sintiéndose estúpida pero a la vez salvaje, libre, sólo el albornoz cubría su cuerpo, debajo estaba desnuda como había llegado a este mundo.

—Para mí estás preciosa—y ella lo creyó, le creyó por completo.

Vicenzo la veía hermosa, quizás ella no fuera la típica belleza de revistas, las mujeres con la que seguramente Vicenzo debía de salir, ella era más común, quizás no tan corriente, pero se consideraba a sí misma una mujer normal con belleza típica Italianoa, nariz un poco fina y alargada, labios más gruesos, pelo liso, sus ojos de un azul aqua eran grandes y de pequeña se había avergonzado por tenerlos de este tamaño, rodeados de pestañas largas que impedían que pudiera colocarse maquillaje que no la hiciera lucir como una prostituta barata, con un poco de labial rímel su rostro se veía cargado.

Muy pálida para su gusto. No era igual a su hermana.

Ella si que era una belleza de mujer.

—Estás bien así. Deja de darle vueltas a las cosas. Si comenzaras a ver la vida de una manera diferente, todo será mejor para ti. Deja de acomplejarte con cosas que no debes cambiar.

—¿Es en serio? ¿Tú, Vicenzo? ¿me estás diciendo que vea la vida de una forma diferente? —le preguntó mientras reía y se dejaba caer junto a él en la silla plegable. —el hombre que se sabe pasar dieciséis horas trabajando diariamente, que poco duerme, que viaja a menos que sea por negocios y que su familia controla todo lo que hace.

Él cruzó las piernas y se quedó inmóvil, con un brazo debajo del cuello de Antonella. Mirando las olas lentas y delicadas del mar. Tenían una vista preciosa frente a ellos, y aunque la zona según Vicenzo le había contado, podía tildarse de turística, él había comprado un espacio y tenía un séquito de seguridad que no permitían que se acercaran personas a molestar Vicenzo no a menos de 30 metros de distancia.

Parecía una película de mafia, pensó cuando él le contó aquella historia.

Vicenzo Luigi, el hombre que desea tanta privacidad que no permite que los turistas se acerquen a sus terrenos.

Su viaje de varias horas escapando de la ciudad y el centro de Napoles, los había llevado entre besos y caricias desesperadas a Grecia.

Un vuelo en su avión privado y nada más.

—Me gusta estar aquí. Nadie molesta. No hay camarografos molestos..

—Ni periodistas atrevidas —le dijo ella recordando.

Todo aquella paz era tan extraña para ella.

Antonella era seudo - ermitaña. Odiaba las fiestas y salir durante horas. Tomar alcohol de forma desmedida y despreocupada.

Ella no era así.

Su heana Thalía, en cambio, era siempre el alma de las fiestas. Por ella precisamente es que aún seguía viviendo en España.

Se sentía incómoda en Nápoles con todos conociéndole como la esposa de uno de los hombres más ricos de Italia.

Cuando conoció a Vicenzo meses atrás, y el la llevó por primera vez a Madrid, supo que estaba relacionándose con un hombre de clase, uno con suficiente dinero como para comprar lo que deseara.

Antonella no había tenido esa escases terrible de niña, sino una precariedad momentánea.

Aquello le dio la oportunidad de crecer valorando todo a su alrededor.

EL ITALIANO VENGATIVO (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora