Antonella se miró al espejo y vio el brillo del dolor en sus ojos. Sus mejillas estaban enrojecidas y su pulso acelerado.
Él la había visto completamente desnuda.
Había invadido su espacio, su privacidad.
Si, era su departamento, pero ella se estaba duchando.
El no tenía el derecho de asustarle de aquella forma.
Se acercó al closet caminando de puntillas para que el no le escuchara y sacó un albornoz de color negro, que por el tamaño ella imaginó le pertenecía a Vicenzo. Se lo puso y dejó que el calor de la tela la tranquilizara.
Comenzó a caminar por el pasillo, buscando una habitación en la cual dormir, sin embargo, muy a su pesar, se dio cuenta que todas las puertas estaban cerradas con seguro.
—Maldito desgraciado....— murmuró al darse cuenta del propósito de su marido.
—¿Me buscabas? —la voz de su marido le paralizó.
—No pienses ni por un segundo que voy a dormir contigo.
—Te queda bien mi albornoz.
—Vete al diablo.
—Uy! El lenguaje soez que has aprendido de tu español.
—¡No sabes nada de mi ni de el!
—Te equivocas. —él se acercó a ella y la acorraló entre la pared y su cuerpo. —se todo de ti y de él.
—Tú no tienes idea..
—¿De qué vas a casarte con él? ¿De qué has estado viviendo a costas de mi apellido? ¿de mi nombre?
—Estás loco. — le dijo ella sin comprender nada. — vine aquí solamente porque necesito librarme de ti de una vez y por todas.
—¿Segura que no viniste porque el no te da un buen polvo?
Ella abrió los ojos azules de par en par.
Vicenzo jamás le había hablado así. Sin reparo, sin miramientos, sin guardar apariencias y cuidar su lenguaje.
El siempre, desde que lo conoció poco más de un año atrás; él había guardado y tenido cuidado en cómo se expresaba cuando Antonella estaba a su alrededor.
Ella misma sentía que él se cohibía pero entendía – al menos durante un tiempo fue así – que él solo lo hacía para verse más sofisticado frente a ella.
Lo que Vicenzo no sabía es que para ella él era un príncipe en caballo blanco que había llegado a su vida para sacarla de la inmundicia y convertirla en princesa.
Antonella había hecho un pacto con el diablo. Se había casado con el mismísimo lucifer.
—¿Crees que sigo creyendo en tu cara de ángel, Nella? Sé muy bien cómo eres en realidad.
—¡Pues dímelo! ¡A ver! Dime quien crees que soy, Vicenzo.
Él se separó de ella y se metió en su habitación.
Nella estaba acalorada, encendida por la discusión, así que le siguió los pasos.
—No vas a seguir engañándome. — gruñó el y ella vio como de la mesita de noche el tomó el vaso con el líquido ámbar y le dio un sorbo. —Te descubrí, Nella. Vas a pagar cada desplante, cada vez que te reíste de mi a mis espaldas. Vas a sufrir la vergüenza que yo he sufrido...
—¡Estás perdiendo la cabeza, Vicenzo! ¿Acaso te escuchas? Hablas como si yo hubiese creado una conspiración en tu contra.
—¿Así le quieres llamar?
—No aguanto mas esta humillación. No se que te pasó pero no vine aquí a que me maltrates de esta forma, Vicenzo.
Ella se dio la vuelta y comenzó a salir de la habitación con luz tenue.
Se dirigió a la puerta iluminada completamente por la luz de la bombilla del pasillo.
Hasta que sintió una mano en su cuello y hizo que ella se detuviera.
—Te irás cuando yo me canse de follarte, Antonella. Te irás de mi apartamento cuando cada poro de tu piel sude mi aroma. Te alejarás por esa puerta cuando me haya estampado en cada puta célula de tu cuerpo y no pienses en ningún otro hombre. — le susurró al odio. —Te iras cuando me canse de ti y solo seas un estorbo para mí. — prometió con voz severa y aliento a puro alcohol.
Por primera vez: ella sintió miedo de sus palabras.
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EL ITALIANO VENGATIVO (EN EDICION)
Любовные романыAntonella Luigi está casada, legalmente casada con un hombre que conoció un año y algunos meses atrás. Ella descubrió la razón de su matrimonio: una herencia por cobrar. Vicenzo Luigi, tuvo una condición para que pudiera cobrar su herencia: casarse...