Capitulo 28. Jodida realidad

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Los días fueron pasando, entre rosas, botellas de vino, cambio de closet, salida por la playa, conociendo la ciudad. Al pasar de los días todo era algo distinto, ella tuvo la oportunidad de conocer más a su esposo y se daba cuenta de que ciertamente jamás lo había conocido completamente. Y aunque el dicho de que una nunca termina de conocer a una persona por completo existía, ella sentía que en aquellos días había creado una Unión más fuerte con su marido.

Sin embargo, aquello que los había unido en el primer momento, esa tranquilidad y esa efusividad al mismo tiempo que Vicenzo le hacía sentir, le estaba dando otra vez una bocanada de aire fresco.

Y ella, nuevamente había vuelto a enamorarse de su esposo.

Volvió a sentir todo aquello que hizo que aceptara su pedida de matrimonio cuando lo hizo poco más de un año atrás.

Su esposa, aunque le llevaba 10 años prácticamente de diferencia, era un hombre completamente distinto al cual ella había abandonado del día después de su boda.

El había cambiado, había prometido amarle pese a todo.

Sin embargo, había tantas cosas que martillaban detrás de la puerta.

En aquella burbuja, en una recóndita ciudad de Grecia, alejado de todos, con una casa en la playa, ella se acostumbró a la idea de que todo iba a salir bien.

—¿Estás bien? — Le preguntó él una mañana. Ella estaba sentada en el balcón de la casa, mirando hacia el infinito. Él se acercó y le dio un beso en el cuello y se sentó a su lado. — te has pasado toda la mañana silenciosa. Creí que ya no nos callábamos más cuando algo nos incomodaba del otro.

Ella giró el rostro hacia él y con todas las preocupaciones en este su marido, comprendió que algo estaba pasándole.

Habían desarrollado una química y dinámica tan intensa que no era necesario que ella utilizara las palabras para que él supiera lo que pensaba.

Aunque antes habían compartido ese lazo, ahora, después de darse esos días alejados de todos, de sus familiares, de los intensos familiares de su marido, que habían hecho hasta lo imposible para separarlos, así como también de la hermana de Antonella, la cual tenía la idea de que su matrimonio estaba condenado al fracaso.

—Comienzas a preocuparme, tesoro. — Él tiró un poco de su cuerpo hasta que ella se recostó por completo en su hombro, y Vincenzo comenzó a acariciar su cabello. — Nada puede ser tan grave como para que te arrebate esa hermosa sonrisa que has tenido todos estos días. — le dijo él.

—¿En qué momento pensamos que podíamos escaparnos del presente? — Le preguntó ella en casi un murmullo, pero él escuchó.

—Necesito saber lo que está pasando para poder volver a verte sonreír.

—Tengo un retraso. — eso fue lo único que salió de sus labios. Enderezándose se irguió en la silla, alejándose un poco de él. — No me había dado cuenta porque en verdad no quería darme cuenta. Quise guardar todo lo que podía sucedernos, lo que podía separarnos. Lo guardé detrás de una puerta que jamás quise abrir. No tenía intenciones de abrirla. No hasta ahora. Hasta hoy.

Vicenzo estaba quieto.

Quieto, como una estatua en el Museo.

Era normal, jamás habían tocado el tema de los niños. Al menos no hablarlo con calma, despacio, contándose las intenciones de cada uno para su futuro.

Ella no había estado tomando pastillas anticonceptivas y él jamás había utilizado preservativos en todos sus encuentros.

Era lógico pensar que algo así pudiera sucederle. Sin embargo, ella, con 25 años, se sentía que quizás no era el momento adecuado, justo cuando ellos estaban reconciliando.

EL ITALIANO VENGATIVO (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora