Llena de rabia llegué a su casa.
No tenía nada que decir.
Llena de calma llegué a su casa.
No tenía nada que desear.
Llena de ira odié su cara,
no tenía nada que amar en ella.
Llena de amor miré su cara,
no reconocí al hombre que miraba.
Mi pelea nunca era contra él,
mi amor nunca era para él.
Todo lo que poseía, ira o amor en mi ser,
eran para su fantasma.
Nunca nada para él.
Tal vez nunca deje de amarlo,
porque en verdad nunca lo amé.
Y el ideal, el hombre de mis sueños,
salió a luchar con el hombre de verdad.
...(murió)...
¿De qué me sirve amar un sueño,
si su verdadero rostro
miraré al despertar?
Viví enamorada de un mounstruo.
Su olor a mentiras me da asco.