Acomodada a tu costado.
Miramos el cielo,
las estrellas sobre nosotros.
Tu cabeza buscando la mía.
Tócame (anhelaba).
Tu silencio inundándome el alma.
Podrían caber en él tantas palabras,
sin embargo los dos pusimos el alma.
Y en aquel eterno vacío,
sentí la plenitud del ser.
Del estar sin estarlo,
serlo todo, sentirlo,
descender y olvidarlo.
Quería probar tus labios
y tenía un par de manos
jugueteando con el pasto.
La noche pasó despacio.
¿Donde estabas?
Yo me perdí en tu mirada
sin ver tus ojos siquiera,
porque el mundo ante tus ojos
era como un cuadro de acuarela.
Manchas, colores vibrantes, belleza.
La humedad de la noche.
Me deshice en piezas.
Recorrí galaxias enteras.
Tu cuerpo y el mío,
tendidos sobre esta tierra.
Podía escuchar respirar al planeta.
Y en mi vientre sentí
el hijo de todos
formarse y crecer.
Me fusionaba completa.
Respiración,latidos.
Plantas que crecen,
días que florecen.
El ciclo de lo que nace y crece.
Una chispa esfervescente.
Y tus manos...
quería acariciarlas.
Podía sentir la ternura
abrazándome con calma.
Podía sentir tu piel,
sentía que me llamabas.
Incluso sin oídos
te escuchaba y contestaba
sin boca, sin ojos, sin nada.
Sin materia de por medio,
sentía que me buscabas.
Con materia de por medio
sentí que me tocabas.
Así lo supo el universo.
Tú también me anhelabas.
Era el principio y el fin,
era el todo regresando a la nada.
Lo incognoscible por fin
que ante mí se mostraba.
Tú eras, yo era.
Estabas y estaba.
Fuimos, somos y seremos.
Me tienes, te tengo.
Todo empieza.
Todo acaba.