Me enamoré de la tragedia un día.
Es tan linda, susurré.
Y si se hablaba de amor
eran el duo perfecto.
La chica que llora,
o el muchacho muerto.
Me enamoré del dolor,
desde muy temprano.
Se sentía real,
no otro sentimiento plástico.
Lo busqué en películas y canciones.
Lo encontré en un par de labios.
No importó la sangre,
al principio.
Bueno, nada lo hacía.
Al principio disfrutaba
porque tanto no dolía.
Era el dolor más dulce jamás conocido.
Quise hacer que se quedara
para siempre aquí conmigo.
Parece absurdo,
pero hoy ya entiendo los motivos.
Tenía un anhelo profundo
en mi interior dormido.
Quería conocer el mundo,
quería saber la verdad.
Y quien quiere algo en la vida
algún precio ha de pagar.
Un corazón arrancado
tan fuera de lugar.
Ya no late demasiado,
en las últimas está.
Pero lo entendí todo.
Un golpe en seco es el mejor modo
de hacer que te sientes a reflexionar.
Las almas no mienten,
la mía, más que amor, buscaba su lugar.
Por eso nunca amé a ninguno.
No existe amor pasado, ni futuro.
No existe ayer ni mañana.
Soy una hoja en blanco.
Hay que reconstruir,
desde cero.
Ya no importa si dije un te quiero.
Ya nada queda, yo ya no quedo.
¿Quien soy ahora?
Tendré que verlo.
Soy solo un conjunto vacío de ceros.
Una galaxia, un universo.
Un punto intermedio.
Un punto y aparte,
un punto y seguido.
Un recipiente vacío.
Un grito en silencio,
la calma de un ruido.
La dulce sensación
de ver a un niño dormido.
¿Quien soy?
Solo un nombre.
¿Qué soy?
Un ser humano.
¿Qué quiero?
...
No lo sé.